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Autor
Carlos Malamud (Catedrático de Historia de América de la Univesidad Nacional de Educación a Distancia, UNED)

Juan Manuel Santos: Un Nobel para la paz

Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia ha sido distinguido como Premio Nobel de la Paz en su edición 2016 en reconocimiento por los esfuerzos realizados para pacificar a su país. La concesión de tal galardón ha provocado, como no podía ser de otra manera, una intensa polémica en Colombia, todavía sacudida por el inesperado triunfo del NO en el plebiscito del 2 de octubre que pretendía ratificar lo acordado en la mesa negociadora de La Habana. Es evidente que en la mente del Jurado primó el deseo de evitar el descarrilamiento de unos diálogos que se habían extendido demasiado y que habían estado a punto de cuajar en un Acuerdo total entre el Estado colombiano y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Entre los temas más discutidos por la prensa y la opinión pública colombiana (inclusive por la internacional) figuran los siguientes: ¿fue justo y merecido el Premio?, ¿fue oportuno al no haberse cerrado aún el proceso de paz?, ¿debería haberlo rechazado?, ¿no se debería haber premiado también a las FARC o a las víctimas del conflicto y al pueblo colombiano? Otra cuestión en la que también se ha insistido es: ¿cómo incidirá el Nobel en las negociaciones todavía en marcha, decisivas para finalizar la guerra?

El comité noruego que premió a Santos tuvo en cuenta consideraciones políticas y, fundamentalmente, el resultado negativo del plebiscito y, como se señaló más arriba, el deseo de mantener vivo el proceso. Sin embargo, de ahí no se puede concluir, como algunos han insinuado, que Colombia (o Santos) eligiese a Noruega como mediador únicamente porque la concesión del Nobel depende de una comisión nombrada por su parlamento. Con Premio o sin él Santos había decidido invertir todo su capital político para acabar definitivamente con el prolongado conflicto con las FARC que tanto sufrimiento y pérdidas (humanas y materiales) había costado al pueblo colombiano.

La concesión del Nobel a Juan Manuel Santos es una nueva oportunidad para la paz. La mejor noticia sería que las distintas partes lograran encarrilar las discusiones y que aceptaran algunas modificaciones para mejorar los acuerdos

La ambición es una característica inherente al ser humano y es omnipresente en política. Al igual que sus antecesores, comenzando por Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, la posibilidad de ser recordado por cerrar un capítulo ominoso de la historia de su país ha debido de estar siempre presente en los pensamientos del actual presidente. Sin embargo, a diferencia de sus antecesores, y en esto consiste buena parte de su mérito, ha conseguido cerrar importantes acuerdos, pese a la multiplicidad de problemas circundantes.

Al aceptar el Nobel de la Paz, Santos lo dedicó al pueblo colombiano, especialmente a las numerosas víctimas del conflicto. Tras su aceptación dio un paso más, tal como escribió en su cuenta de Twitter: "#NobelDePaz es de los colombianos, sobre todo de quienes sufrieron la guerra. Con mi familia decidimos donar el dinero a las víctimas". De este modo acallaba buena parte de las numerosas críticas dirigidas contra su persona.

Rechazar el Premio, como algunos plantearon, hubiera sido un error estratégico, teniendo en cuenta el capital negociador que le permite incorporar en esta nueva etapa, donde debe afrontar una negociación a dos bandas (con los partidarios del NO en Bogotá y con las FARC en La Habana a fin de introducir algunos cambios que permitan que el Tratado sea finalmente viable para todos). Tampoco se debe olvidar el ya iniciado proceso negociador con el ELN (Ejército de Liberación Nacional), que estará muy condicionado por el cerrado en La Habana con las FARC. Como ya se señaló, el principal factor para concederle el Nobel a Santos fue su esfuerzo denodado de todos estos años. Si bien éstos aún no han dado sus frutos, la apuesta del pueblo colombiano y de la comunidad internacional es que concluyan en una paz justa y duradera. Aquí es donde entran las FARC, o su no inclusión, en la ecuación del Nobel. No se puede olvidar el rechazo generalizado que provocan en la opinión pública colombiana. De haber sido galardonadas en igualdad de condiciones con el presidente Santos, como apuntaron algunos, comenzando por Ingrid Betancourt, hubiera aumentado la indignación social, condicionando negativamente las negociaciones en marcha por falta de apoyo popular.

Las masivas manifestaciones estudiantiles de las jornadas posteriores al plebiscito, movilizadas tras el clamor de '¡Paz Ya!' buscaban recuperar el espíritu del Tratado. Sin embargo, al contemplar la composición de las marchas se puede concluir que una cierta sensación de culpabilidad impregnaba a muchos de quienes se habían abstenido en la consulta. Éste fue el caso de los estudiantes de la Universidad Nacional que no se movilizaron a favor del SÍ, al contrario de lo que habían hecho quienes se forman en las universidades privadas. Su temor, como el de buena parte de la izquierda colombiana, era que su voto se identificara con un explícito respaldo a Santos, en lugar de a su política de paz.

Las FARC también cayeron en el error de no emplearse a fondo en una campaña en la que se jugaban su futuro. En realidad no arriesgaron nada, como si la cosa no estuviera directamente relacionada con ellas. El perdón ofrecido a las víctimas, que no pedido, careció de credibilidad. La oferta de repararlas con su dinero incalculable y clandestino recién llegó el sábado previo a la votación. Tarde y mal. Si quieren llegar a conquistar el poder por la fuerza de los votos, deberían aprender mucho más de la lógica de la política 'burguesa' a la que dicen encomendar su futuro.

El presidente Santos tampoco invirtió mucho tiempo en la campaña, convencido como estaba de que el plebiscito se ganaría de forma clara. Se habría agradecido una actitud más pedagógica y menos arrogante, una presencia continua, más a ras de calle, explicando en pueblos y ciudades las ventajas de la paz. Esto hubiera permitido cosechar otro resultado. La imagen de un presidente lejano no lo benefició. Sin embargo, también es verdad que si hubiera actuado de esa manera también se lo hubiera criticado por implicarse abierta y personalmente en la contienda electoral.

La concesión del Nobel le otorgó a Santos un balón de oxígeno, ya que había salido muy golpeado tras el triunfo del NO. Sin embargo, hay que reconocer que las posturas de unos y otros tras difundirse el resultado del plebiscito ha permitido reconducir la situación, sin caer en el caos o la parálisis y que tampoco se cumplió la amenaza de un retorno a la guerra. El gobierno no tenía un plan B, pero nadie lo tenía. El actual plan B lo están urdiendo entre todos aunque es imprescindible que las FARC se sumen al esfuerzo. De mantenerse en su actitud contemplativa y lejana desde La Habana sosteniendo que la opinión del pueblo colombiano no los afecta en absoluto dado el carácter jurídico que no político de los pactos, serán los principales perjudicados.

La concesión del Nobel a Juan Manuel Santos es una nueva oportunidad para la paz. La mejor noticia sería que las distintas partes lograran encarrilar las discusiones y que, dado su proclamado compromiso por la paz, aceptaran algunas modificaciones para mejorar los acuerdos, como en lo referente a la justicia transicional y la representación política de los guerrilleros desmovilizados y desarmados. En ese caso el galardón recibido por Santos demostraría ser un verdadero Nobel para construir la paz en Colombia.

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