Fecha
Autor
David Herrera Cerezo (Periodista. Premio Universitarios del Mundo 2005)

Gabinetes de prensa, ¿información o desinformación?

En ocasiones el objetivo de una <a href="https://www.elmundo.es/elmundo/2004/06/23/economia/1087970736.html" target="_blank">nota de prensa</a> o de unas <a href="https://www.asociacionadc.org/web/sec_qhace_cpract.php" target="_blank">declaraciones oficiales</a> ante una situación de crisis es la de vender una imagen de tranquilidad, que a lo mejor se encuentra en las antípodas de la propia realidad.
Un nuevo actor se ha abierto paso definitivamente entre el negocio periodístico actual. Se trata de un fenómeno que se ha erigido como uno de los pilares básicos del proceso informativo: el periodismo institucional y empresarial. Esto es, una herramienta que teóricamente busca un doble objetivo. Por una parte, facilitar la elaboración de la noticia y poder vestirla con el traje adecuado y de la forma más rápida posible. Por otra, ayudar a ordenar los avatares de la institución a la que representan de una manera clara, veloz y, fidedigna.

No cabe duda alguna de que la importancia dedicada a la información dentro de la empresa ha experimentado una ininterrumpida y progresiva evolución a lo largo del presente siglo. Desde el modelo taylorista de principios de siglo, donde primaba una estructura empresarial escasamente orientada a los medios, hasta la actual era de las comunicaciones, que ha abierto definitivamente los ojos a las instituciones sobre el poder que ejercen los medios sobre el llamado "cuarto poder".

En este contexto se enmarca uno de los principales escollos que encuentra la profesión periodística y, por consiguiente, la opinión pública: el fenómeno de la sobreinformación. El volumen de noticias que llega a cualquier periódico alcanza tal grado de saturación que el periodista termina seleccionando el material guiado por diversos criterios, ajenos en algunas ocasiones a la búsqueda del interés público. Es por ello que los gabinetes de prensa hacen lo imposible para que sean sus instituciones las "elegidas" en los contenidos de las cabeceras, a veces mediante la intoxicación, manipulación e incluso el encubrimiento de la verdad.

La información institucional resulta en algunos casos excesivamente subjetiva y superficial. No siempre busca exponer claramente los hechos y, por ello, algunos profesionales como el periodista y profesor Ramón Pi van más allá y se atreven a definirlo como el "antiperiodismo". Una definición un tanto engañosa y exagerada si se tienen en cuenta las similitudes con el "periodismo real" que esconde esta afirmación. Y es que, de la misma manera que los gabinetes representan una extensión directa de los intereses de la empresa, los periodistas sufren una gran censura por parte de los imperios mediáticos que convierten la información en un simple negocio. Estos son, paradójicamente, los mayores obstáculos que entorpecen el respeto de la libertad de expresión en España, ampliamente recogido en el artículo veinte de la Carta Magna.

No obstante, sí convendría esbozar un matiz sobre la afirmación de Pi. Si algunos gabinetes de prensa consiguen intoxicar a la opinión pública a través de los medios de comunicación, ¿se puede considerar dicho atropello, por tanto, como un ataque frontal al trabajo de sus otros compañeros de profesión? Parece un tanto radical esta afirmación, pero la realidad demuestra que así actúan algunas de las más influyentes instituciones del país, aunque se trate de un acontecimiento con un claro alcance público. En ocasiones el objetivo de una nota de prensa o de unas declaraciones oficiales ante una situación de crisis es la de vender una imagen de tranquilidad, que a lo mejor se encuentra en las antípodas de la propia realidad. En estos casos contradicen, además, el octavo punto del decálogo confeccionado por la CEOE para lograr una adecuada presencia de las empresas en los medios. Éste dice: "si no tiene nada que decir no lo diga. Si le preguntan y no sabe, reconózcalo; si no está autorizado, adviértalo y si no puede facilitar la información confidencial, hágalo saber rotundamente".

Precisamente debido a ese interés por salvaguardar el prestigio de la institución se produce un "efecto boomerang". Con el paso del tiempo, la opinión pública pasará de percibir claramente esa imagen de seriedad a desconfiar de ella e, incluso, repudiarla. Los aficionados de un club deportivo terminan por no creer en la labor de los profesionales que en él trabajan cuando trascurra un largo período sin haber obtenido ningún título, aunque la dirección de comunicación del club se haya empeñado en asegurar que las cosas se han hecho correctamente. Los accionistas de una sociedad anónima acabarán desconfiando de ésta cuando salten a la luz escándalos financieros de sus directivos, a pesar de que el gabinete de prensa haya afirmado lo contrario en todo momento. Y los votantes de un partido político dejarán de creer en él si se multiplican los episodios de corrupción en su seno o en su labor como gestores de la Administración pública, aunque sus portavoces se hayan preocupado de desmentirlo continuamente.
El objetivo buscado por las estrategias comunicativas será, por tanto, el opuesto y la imagen que a la larga proyectarán estas tres instituciones será nefasta. Los aficionados, los accionistas y los votantes sospecharán de las personas en las que previamente habían depositado su confianza si su política de comunicación tergiversa, maquilla u oculta acontecimientos que indirectamente también les afectan a ellos. Se dan por válidas en este caso, por tanto, las palabras de Yolanda Martínez Solana, profesora de la universidad Complutense, quien advierte de que "no se debe caer en el error de menospreciar el coeficiente de los receptores del mensaje".

En ocasiones, los medios de comunicación tienden a descuidar la calidad de sus informaciones en favor de una mayor rapidez informativa. A veces resulta más importante ser el primero en ofrecer una noticia, aunque no esté plenamente contrastada, que "perder tiempo" en comprobar detenidamente la autenticidad de los hechos y la veracidad de las fuentes. De ahí el crucial papel que juegan los gabinetes de prensa. Para muchos reporteros resulta más cómodo y rápido citar la información facilitada por éstos que acometer una búsqueda a través de las tres fuentes diferentes que dictan los códigos deontológicos del periodismo. Por ello, los contenidos, aunque con diferentes enfoques editoriales, suelen ser muy parecidos en todos los medios. En ocasiones, el resultado final es un elenco de informaciones bañadas de notas de prensa y declaraciones de personajes -previamente manipuladas por el respectivo equipo de comunicación- y de teletipos que, influenciados por las mismas políticas comunicativas, son "fusilados" por unos reporteros ávidos de tiempo para llegar a la hora de cierre. Asimismo, los propios medios se retroalimentan de las mismas informaciones y, como consecuencia, los contenidos suelen ser muy repetitivos y limitados.

Resulta inminente que se produzca cierta desvinculación entre algunos gabinetes de prensa y las empresas a la cual representan. Es obvio que si informaran con absoluta libertad entonces el periodismo institucional atentaría contra su propia esencia, es decir, salvaguardar la imagen de la organización. Pero no es necesaria tal desvinculación. Con una pequeña ruptura bastaría para que cumplan su doble función de informar y de velar por la credibilidad de su empresa. Un mínimo soplo de aire fresco que no supondría un ataque frontal contra los intereses de las instituciones, todo lo contrario. Y es que, por encima de todo, para que el gabinete y la empresa funcionen correctamente hay que asegurar una premisa básica: la credibilidad. Nunca sostener falsedades, mejor callar. Es necesario construir la imagen sobre cimientos sólidos y reales, reconociendo el error cuando se incurre en él. Supondría éste, pues, un paso definitivo para ayudar a desbloquear la veracidad de algunas informaciones que ofrecen los medios y, además, para mejorar la percepción que tenga la opinión pública de la institución. En definitiva, se contribuiría a despejar ese pedregoso camino por el que camina la opinión pública en busca de la libertad de expresión, la veracidad y la transparencia en los medios de comunicación.

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