Un animal de llanto azul se esconde
entre las rocas y su olor nos llega
con algo de nosotros diluido
en los caminos que a la sangre llevan.
Un animal de grito oscuro habita
por debajo del cielo de la piedra
con algo de nosotros atrapado
por la blanca armazón de la osamenta.
Un estremecimiento nos sostiene
desde ocultos recintos, de esotéricas
entrañas nos envía sus mensajes
de vida una galaxia, una materia
errante que no es luz y que no es aire
y que no es agua o barro y que no quema
sino que se propaga en no sensibles
partículas, y cunde y se aglomera
contra el pecho y respira por nosotros
y en una última sombra nos integra.
Una tripulación de ignotos signos
nos mueve por oculta cibernética.
Alguien nos pone unos extraños guantes
para manipular la rosa ciega
que nos habita. Todo lo tocamos
con las manos atadas y cubiertas.
Acaso no tenemos manos, sólo
una piel falsa que la vida apresa,
que en el amor se posa, que recorre
la superficie amarga de la pena.
Una funda sombría donde, helada,
sus sensaciones pone la evidencia.
Tenemos miedo de dejar desnudos
los dedos que no son sino unas trémulas
radiaciones que mueven su tenaza
para satisfacer nuestra pobreza,
nuestra nada animal, nuestro reflejo,
que sume en su invisible cristal la indiferencia.