Explosión de vida del Cámbrico
Soy la Pikaia, la primera cefalocordada, la notocorda.
La del novísimo vestido de vértebras: escalera de teclas.
Últimamente habito en un cuerpo soñado por otro, no por mí.
Me sucede que vivo y busco a mi enemigo. Busco a Dios.
El mundo tiene frutos de significado, pero yo no consto.
Estoy exhausta y he surgido en esta suerte de tubo cuyo inicio es la frente.
Soy la que empieza el érase. Conmigo nace la cabeza.
Mía es la primera médula espinal.
En este estupor vivo yo ahora: he tomado conciencia de que soy
y lo que estaba haciendo en ese instante
era retozar en corrientes saladas y calientes con flujo de hélice.
A mi alrededor se mecen cientos de criaturas, cada cual con su corona de principio.
Todos hemos explotado de forma repentina. Estamos en la Gran Eclosión.
Porque en el inicio de hoy, todos los monstruos se abren.
Existe el trilobites, el gusano y el alga calcárea:
los inocentes han tomado nueva forma en la nueva era del mundo.
Yo derivo en este ser, a medias entre la posibilidad e incertidumbre.
De mí saldrán los labios que buscarán besos.
Las patas que darán saltos.
Los cuerpos que se ceñirán al agua.
Las manos que tocarán otras manos.
Las bocas que buscarán frutos.
La transparencia del lenguaje será la espada que corte mi cabeza en dos mitades.
Una sensación hermosa ha sido robada,
la de salirse del continuo creacional para entender que se es único.
Hay que salir de la mente para poder entenderlo y al volver,
como se vuelve de un paseo donde la muerte ha dejado su paz, comprender.
¿De qué hablo? De la gran diversificación,
de que todo se haya creado, sin que ni siquiera yo me salvara de nacer.
En mi individualidad, ahora sólo deseo acercarme a lo demás.
Soy la única que sabe que estamos separados, que se es por fuera de los otros.
Doy nacimiento al amor, fruto de la experiencia palpitante de entender
los propios límites que sitúan al Uno en Su Cuerpo. Nadie antes de mí amó.
Lo que llamarán pasión es sólo el fulgor de un cordal vertebrado.
Estoy sola por dentro de mi cabeza, por eso sé que soy yo.
En el vacío grito: ¿Cuánto estoy?
Nada me responde. En el barrizal ciego del mundo creado
hay una perla que refulge sobre el lodo.
En su superficie brillante he visto por primera vez mi rostro.
Comprendo que amarme sólo a mí misma no satisface.