Fecha
Autor
Lamela, A. (Dtor.) y Moliní, F. (Coord.) . Editorial Espasa. Madrid, 2007. 726 páginas.

Estrategias para la Tierra y el Espacio: Geoísmo y Cosmoísmo.

DE LOS ASPECTOS ESENCIALES DE UNA GEOGRAFÍA APLICADA DEL MUNDO Y DEL ESPACIO<br> Reseña realizada por Miguel Salgado<br> Geógrafo. Departamento de Geografía de la UAM

La creciente globalización y la disminución, medida en tiempo, de las distancias, refuerzan la conveniencia del Geoísmo y el Cosmoísmo. El primero pretende ordenar la utilización del planeta Tierra a través de una Estrategia Territorial Mundial y el segundo busca ordenar la utilización del Espacio exterior por parte del hombre.

Se trata de una excelente obra dirigida por Antonio Lamela. Este arquitecto es más conocido por su obra arquitectónica, como Las Torres de Colón, la ampliación del estadio Santiago Bernabeu o la nueva Terminal 4 de Barajas. Pero su obra intelectual es también notable, como evidencia este libro. Sigue la tradición de muchos grandes humanistas españoles que han sabido ir más allá de su profesión principal y dejar para la posteridad una variada obra de envergadura.

El libro propone medidas de gran trascendencia, aunque de difícil aplicación. Por ejemplo, para financiar sus actuaciones el Geoísmo propone, entre otras medidas, crear un Impuesto de Desarrollo Sostenible. Éste se recaudaría, principalmente, en las naciones desarrolladas con la finalidad de aportar recursos a las del Tercer Mundo, a cambio de que éstas protejan sus espacios naturales valiosos y tengan un desarrollo económico respetuoso con el medio ambiente. Se gravarían productos que fuesen medioambientalmente impactantes y que no fuesen necesarios, como viviendas unifamiliares, aparatos de aire acondicionado, motos acuáticas, automóviles -en función de su grado de contaminación-, etc.

Algunas conclusiones relevantes del libro son:

 Existen experiencias de ordenación del territorio relativamente extensas que son de gran interés. Por ejemplo, Austria es una nación federal que cuenta con planeamiento territorial nacional, a pesar de que la Administración Central, al igual que sucede en España, carece de competencias en la materia. Sin embargo, ha primado la necesidad de coordinación y cooperación, de forma que los municipios, los Estados -los Lander- y el Gobierno federal se han puesto de acuerdo en una ordenación del territorio nacional de consenso. Esto sería muy conveniente no sólo para España, sino también para el conjunto del mundo, tal y como plantea la obra.
 Sería conveniente la creación de una Organización de Estrategia Territorial Mundial, dependiente de las Naciones Unidas, que tuviese un rango similar a, por ejemplo, la Organización Mundial del Comercio. Se ocuparía, entre otros, de los aspectos sociales y medioambientales del Planeta y elaboraría un modelo territorial de la Tierra que fuese todo lo consensuado, lo general y lo interrelacionado que sea posible. Reuniría cada cierto número de años, por ejemplo cada tres, a todos los ministros con mayor responsabilidad territorial de las naciones que la integrasen. De momento, una institución de este tipo no existe.
 En los procesos de liberalización económica se debe tener en cuenta el conjunto de los costes sociales y territoriales, y se deben adoptar medidas que impidan o disminuyan los efectos desfavorables. Por ejemplo, se estima que, a largo plazo, la liberalización agrícola será beneficiosa para las naciones en vías de desarrollo. Pero a corto y medio plazo generará grandes problemas. Por un lado, extenderá las tierras cultivadas y ello llevará al deterioro de numerosos espacios naturales valiosos. Por otro lado, contribuirá a la modernización del campo y ello generará un gran desempleo y desplazará masivamente a la población rural hacia las ciudades. Esto se estima que afectará a bastantes más de dos mil millones de campesinos del Tercer Mundo. En el libro se concluye que la liberalización de la agricultura no se debe poner en marcha sin que se hayan tenido en cuenta estos problemas, es decir, sin que se hayan protegido previamente de manera efectiva los espacios naturales valiosos, sin que se hayan puesto en marcha programas específicos de generación de empleo y sin que haya un sistema de ayuda para las ciudades de acogida, que les permita desarrollar barrios y viviendas dignas.
 Las corrientes migratorias son efecto de los desequilibrios socioeconómicos existentes y hay que contemplarlas como factores de redistribución espacial de la población y de la riqueza. En este sentido, y desde una perspectiva planetaria, las migraciones hay que valorarlas favorablemente, siendo mejor cuantas menos trabas se las ponga, justo lo contrario de lo que sucede en la actualidad. Lógicamente, desde una perspectiva nacional la conclusión sería diferente. Sin embargo, desde el punto de vista de la Ordenación del Territorio se pueden conciliar ambas posturas contradictorias, puesto que la mejor política consiste en crear las condiciones que eviten el que la población se vea forzada a emigrar.
 Es esencial incrementar la producción de alimentos de una forma sostenible. Este incremento va a requerir la aplicación de todas las posibilidades técnicas actualmente a disposición de los mejoradores, sin rechazar "a priori" las derivadas de la biotecnología, incluyendo el empleo de cultivos transgénicos, como forma de solucionar los problemas de alimentación a los que se va a enfrentar la humanidad. Eso sí, deben adoptarse las medidas necesarias para minimizar sus aspectos desfavorables, si bien, en términos generales, hasta ahora han sido de escasa entidad.
 No se debe olvidar al bosque secundario en las políticas de protección forestal y hay que promover el aumento de la superficie forestal a través de plantaciones, siempre y cuando no degraden espacios de más valor.
 Además de las medidas orientadas a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, hay que priorizar la investigación y desarrollo, por ejemplo, la relativa a la captura, almacenamiento y reaprovechamiento del CO2.
 Hay que establecer un precio del agua que cubra todos sus costes, lo que incluye la captación, la conducción, el almacenamiento, la potabilización, la distribución y, una vez utilizado por el usuario final, la recolección de las aguas residuales, la depuración y el reciclado. Esta medida está recogida, por ejemplo, en una directiva europea sobre el agua. Lo que pretende el Geoísmo es exportar al resto del mundo esa buena práctica europea. Además, añade que el precio del agua debe servir también para financiar, en parte, la conservación de los bosques ubicados en su área de captación de aguas, en tanto que éstos juegan un papel importante en la disponibilidad hídrica de la región, sobre todo al incrementar las filtraciones y disminuir el aterramiento de los embalses
 Es fundamental el establecimiento de áreas marinas protegidas que se extiendan sobre las grandes masas oceánicas y sobre los grandes ecosistemas marinos. Hay que tener en cuenta que el 12% de las tierras emergidas tienen algún tipo de protección, mientras que únicamente la tiene el 0,01 % de la superficie oceánica mundial.

La obra ofrece pues conclusiones valientes, aunque a veces puedan ser controvertidas. En todo caso los autores llegan a ellas tras haber efectuado un análisis crítico y riguroso de la bibliografía y de las fuentes existentes y, particularmente, tras considerar minuciosamente los argumentos a favor y en contra de las mismas.

El Geoísmo se complementa con el Cosmoísmo, que permite contemplar la Tierra tanto en su pequeñez, dentro de la inmensidad del Espacio, como en su grandiosidad por su extraordinaria singularidad y enorme interés para nosotros, los humanos. Es una perspectiva que incita a un mejor aprovechamiento del Cosmos, multiplicando los beneficios de la exploración espacial, arreglando los problemas de la basura espacial, repartiendo equitativamente la utilización de la órbita geoestacionaria, desarrollando nuevas generaciones de satélites que permitan ofrecer información medioambiental global de gran utilidad, intentando evitar el uso militar del Espacio, estableciendo las reglas para la explotación racional de los recursos del Espacio extratelúrico, creando sistemas de control y salvaguarda contra la colisión de posibles grandes meteoritos contra la Tierra, etcétera. Muestra que no son tan inabarcables las extensas y amplias ideas que plantea el Geoísmo, porque queda de manifiesto que se aplican a un pequeño Planeta.

Es de agradecer que se ponga en el mercado una obra de esta magnitud, que desarrolla con gran acierto los aspectos esenciales de una Geografía Aplicada del Mundo y del Espacio. Pero se entiende que no es más que un comienzo porque, a pesar de sus dos tomos y 726 páginas, hay aspectos que son abordados algo más tangencialmente, como pueden ser la pérdida de biodiversidad o el problema de la energía. Sería deseable que, en no mucho tiempo, apareciese una versión ampliada del Geoísmo y el Cosmoísmo que, además de actualizar los capítulos de esta edición, tratase algunos aspectos adicionales más en profundidad. De momento lo publicado tiene un valor enorme y, lo que es más importante, la aplicación de sus ideas sería de gran utilidad para la Humanidad.

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