Yo, que fui un coleccionista
de azules y silencios,
que exploré nebulosas
de gas condensado por caminos
oscuros en el cielo y que llegué
hasta el centro de la espiral de Andrómeda,
yo que poblé mis sueños
de estroncio y bario en llamas,
de cefeidas variables y de estrellas binarias
de eclipse y prístinos espacios sin más nubes
que las de Magallanes. Yo, que me volví
más sabio, pero también más triste,
cuando comprendí que la inercia, la gravedad
y electromagnetismo eran los arquitectos
de mi ser, de toda la materia; yo que tuve
el pensamiento más feliz de mi vida
cuando curvé el mismo universo
mientras soñaba que alguien caía
por los aires libremente y sin sentir su peso.
Yo, que supe con certeza que es una cobardía
ver un caballo en medio de la selva
y no querer perderse en su tibieza. Yo mismo,
sí, el coleccionista de azules y silencios, yo
que tuve al tiempo guardado en una caja,
confieso que esta tarde no me queda
valor para morir.