Fecha
Autor
Xavier Pujol Gebellí

El efecto Izpisúa Belmonte

Juan Carlos Izpisúa Belmonte no regresará, al menos no por el momento, al sistema científico español. El investigador, establecido sólidamente en el Instituto Salk de San Diego, en California, ha decidido finalmente hacer caso omiso a la tentadora oferta que se le había trasladado desde el Parque Científico de Barcelona y aceptar la propuesta que se había estado fraguando en el centro californiano para dirigir un incipiente programa en células madre embrionarias.
Las razones que han impulsado a Izpisúa a tomar esta decisión no son triviales. Y no lo son porque tras el frustrado fichaje se escondía una muy bien calculada estrategia cuya trascendencia real, lamentablemente, ahora sólo puede estimarse. El caso es que, más allá de la apuesta científica, ciertamente atrevida, existía otra que debe valorarse en términos de política científica. Esta segunda, y de la que el propio Izpisúa era plenamente consciente, podía haber adquirido unas dimensiones de gran calado para el sistema español.

Para su análisis debe empezarse por el principio. Izpisúa, a través de distintos interlocutores, había manifestado a lo largo de los últimos meses su deseo de retornar a España. Fundamentalmente, por razones personales y familiares y no tanto por cuestiones profesionales: su posición en el Instituto Salk no da pie a especulaciones. Mucho menos tras haber publicado en estos dos últimos años descubrimientos que pueden ser claves para entender los mecanismos genéticos que llevan a la formación de órganos y extremidades y que pueden tener un vasto campo de aplicación en lo que se ha venido en llamar medicina regenerativa.

Al deseo se le sumó la oportunidad. A tal efecto, a Izpisúa se le hizo un hueco, algo así como una reserva de plaza, en el CSIC. En paralelo, se hicieron públicas varias ofertas, dos de ellas en Barcelona, y varias en Europa. El investigador estaba en el "mercado", dispuesto a escuchar ofertas. La primera de Barcelona, con la Universidad Pompeu Fabra, a través de su Parque de Investigaciones Biomédicas, pronto se desvanecieron. La ambición de uno de las partes no casó con las disponibilidades de la otra. Pero la segunda de las ofertas, en este caso con el parque auspiciado por la Universidad de Barcelona, pareció en un primer momento tener serias opciones.

Se iniciaron las negociaciones e Izpisúa presentó una primera propuesta. Esta iría modificándose posteriormente entre nuevas exigencias y replanteamientos. El resultado final fue una proposición calificada de megalomaníaca por algunas fuentes pero que, sin embargo, representaba una apuesta inédita en España. Tan inédita, probablemente, que hizo tambalear más de una estructura mental.

La pretensión del investigador español consistía, en esencia, en trasladar su línea de células madre embrionarias a España. Su objetivo, conseguir una línea celular para la obtención de cardiomiocitos que pudieran emplearse como terapia regenerativa. ¿Cómo? "Integrando todas las "omics", dice Izpisúa. Es decir, todo el conjunto de plataformas científicas y tecnológicas que están emergiendo de la mano del conocimiento del genoma humano como la bioinformática, genómica, proteómica, metabolómica o celómica. Además, integrando lo que podría denominarse "estructuras de producción industrial" para asegurar el abastecimiento del suficiente material biológico para el desarrollo de la investigación. En conjunto, unos 2.500 millones de pesetas en inversión pública en 5 años, a los que podría añadirse otros 5.000 en inversiones privadas.

La exclusividad de la investigación, sin embargo, acabó torciendo el gesto a más de uno. Demasiada inversión para una línea de excesivo riesgo que, además, implicaba la cesión exclusiva de los equipamientos y esfuerzos para un único fin. Por otra parte, hubiera significado centrar el protagonismo de todo un centro en una única figura. Entre los detractores de la operación se argumentó que pocos investigadores habrían tenido acceso a esas plataformas, algo difícil de hacer entender en unos momentos en los que éstas son prácticamente inexistentes en España. Si a ello se suma la presencia de fuentes de financiación privadas, la sensación de coto privado en un entorno público hubiera generado, a buen seguro, envidias, incomprensión y un alud de críticas.

MIEDO EN LOS PASILLOS

El temor a pasar más horas en los pasillos que en el laboratorio empezó a pesar en el ánimo de Izpisúa. Pero también lo hizo sobremanera la indefinición del gobierno español ante las cuestiones científicas. El investigador español recibió promesas del Ministerio de Ciencia y Tecnología que, tras más de seis meses de negociaciones, seguían sin concretarse, situación que generó desconfianza en todas las partes implicadas. Por otra parte, en el momento de anunciar su negativa, nada se sabía de la tan cacareada acción especial de genómica y proteómica (todavía sin fecha pese a ser anunciada en febrero) y nadie de la administración había abierto la boca en el polémico y espinoso asunto de la investigación con células madre embrionarias. El resto de la historia ya es conocido.

¿Y ahora qué? La oferta del parque barcelonés resultaba más que tentadora, como así lo ha manifestado el propio Izpisúa. Pero el entorno en el que habría tenido que desenvolverse no fue apreciado como el más idóneo.

La negativa de Izpisúa es calificada desde algunos sectores como una "oportunidad perdida". Una oportunidad para meter a España en la investigación de punta internacional, favorecer la transferencia de tecnología y actuar como elemento de atracción para futuras inversiones. Todo ello, al más puro estilo norteamericano de concebir la ciencia. En paralelo, también una pérdia en cuanto a la posibilidad de asegurar unas instalaciones que, si bien habrían tenido un uso prioritario, con el tiempo seguro que habrían acabado siendo usadas por el resto de la comunidad científica.

Y lo que son las cosas. Mientras que unos han acabado lamentando su negativa, entre ellos los actuales directivos del Parque Científico de Barcelona, otros respiran de alivio.

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