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Autor
VV.AA

Las bondades de la dieta atlántica para la salud y el medio ambiente

La dieta atlántica parece ofrecer numerosos beneficios para la salud, incluyendo la prevención de enfermedades cardiovasculares, la reducción de la mortalidad y la mejora de la salud mental

También conocida como dieta atlántica del sur de Europa, la dieta atlántica es el patrón alimentario tradicional de Galicia y el norte de Portugal. Se caracteriza por un alto consumo de pescado (especialmente bacalao), legumbres, verduras y patatas (frecuentemente en forma de caldos), pan integral, productos lácteos, carnes rojas y embutidos de cerdo. A esto hay que añadir el consumo de vino de producción local, especialmente con las comidas.

Pero ¿hasta qué punto es saludable? ¿Sale airosa si la comparamos, por ejemplo, con la dieta mediterránea? ¿Y qué impacto real tiene en el medio ambiente?

Beneficios tangibles en la salud

En primer lugar, debemos decir que consumir la dieta atlántica se asocia con menor riesgo de enfermedades cardiovasculares. Concretamente, se ha vinculado con una menor incidencia de infarto agudo de miocardio y menores niveles de marcadores de riesgo coronario (inflamación, triglicéridos), así como con una disminución de la resistencia a la insulina, la presión arterial, la rigidez arterial y la mortalidad por causas cardiovasculares en todas las edades.

Además, en personas mayores, ha mostrado beneficios sobre el riesgo de morir similares a los de la dieta mediterránea. Esto sugiere que hay muchas formas de comer de manera saludable, basadas en los alimentos propios de cada entorno o región. Lo corrobora un estudio reciente de cuatro países europeos, donde se reveló que una mayor adherencia a la dieta atlántica está vinculada a una menor mortalidad por todas las causas y, específicamente, por cáncer. De nuevo, las efectos observados fueron similares a los de otros patrones dietéticos saludables.

La salud mental es otro ámbito en el que parece ejercer efectos benéficos. Así, una investigación internacional encontró una relación entre la alimentación tradicional de Galicia y el norte de Portugal y un menor riesgo de depresión, y también de manera similar a la dieta mediterránea.

Aunque se puede explicar por diversas razones, algunos de los nutrientes presentes en los alimentos de la dieta atlántica, como los ácidos grasos omega-3, el zinc y el magnesio, desempeñarían un papel relevante en los problemas de salud mental.

Adicionalmente, estos y otros compuestos bioactivos (polifenoles, carotenoides, vitaminas, etc.) podrían influir en la expresión génica (la manera en que las células utilizan la información recogida en el ADN) y promover un envejecimiento saludable. Al listado de componentes saludables hay que sumar especias como el pimentón y algunas moléculas de las verduras crucíferas (repollo, grelos), que podrían tener ciertas propiedades anticancerígenas.

Y por si fuera poco, se ha observado que la dieta que nos ocupa mejora la composición de ácidos grasos y ciertos minerales en la leche materna, lo cual podría favorecer la salud de los lactantes. Otro estudio reciente mostró que este patrón dietético puede influir positivamente en las bacterias intestinales, lo que tendría implicaciones para la salud digestiva y general.

Todas las investigaciones citadas hasta ahora son observacionales; es decir, los científicos estudiaron hábitos alimentarios ya existentes y los relacionaron con una o varias medidas de salud. Un estudio de intervención que proporcionó a los participantes alimentos propios de la dieta atlántica (repollo, tomates, queso, mejillones, vino, etc.) junto con consejos sobre su consumo detectó una reducción del peso corporal, el colesterol y el síndrome metabólico (una combinación de factores de riesgo cardiovascular) entre los voluntarios.

Menos sostenible que la mediterránea

En nuestros días, la sostenibilidad ambiental es un aspecto clave a la hora de valorar cualquier patrón nutricional, incluida la dieta atlántica. No obstante, posiblemente eso varíe de unas definiciones a otras, pues hay distintas visiones de cómo era la dieta tradicional de Galicia y el norte de Portugal.

En comparación con la llamada la dieta occidental (predominante en muchas zonas de Galicia hoy en día), la atlántica parece ser más sostenible en algunos estudios, que muestran emisiones de gases de efecto invernadero un 15 % menores, pero no en otros, que estiman emisiones similares.

Un trabajo comparativo mostró hace poco una asociación entre mayor adherencia a esta alimentación y menor impacto ambiental (uso del suelo y emisión de gases de efecto invernadero). Dicho impacto era similar al de otros patrones dietéticos saludables, pero algo mayor que el de la dieta mediterránea.

Esta última también que sale mejor parada cuando se comparan las emisiones de gases de efecto invernadero y el uso de agua, que son un 30 y un 23 % menores, respectivamente, que en la atlántica. Cuando se analiza cada grupo de alimento por separado, parece que son los productos de origen animal (fundamentalmente pescado, carne y lácteos) los que inclinan la balanza, ya que son responsables de en torno al 70 % de las emisiones ligadas a la dieta atlántica. Además, los dos últimos no son característicos del patrón mediterráneo.

Una estrategia para mejorar la salud pública

En resumen, la dieta atlántica parece ofrecer numerosos beneficios para la salud, incluyendo la prevención de enfermedades cardiovasculares, la reducción de la mortalidad y la mejora de la salud mental. Su impacto ambiental es más incierto, y el hecho de que incluya un consumo elevado de pescado, carne y lácteos hace que sus beneficios en este aspecto puedan ser menores que los sanitarios.

Adoptar este patrón alimentario, especialmente en Galicia y el norte de Portugal, puede ser una estrategia efectiva para mejorar la salud pública y, con algunas modificaciones, podría también reducir el impacto en el medio ambiente.The Conversation


Autor: Adrián Carballo Casla, Investigador en epidemiología geriátrica, Aging Research Center, Karolinska Institutet; Fernando Rodríguez Artalejo, Profesor de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad Autónoma de Madrid y Rosario Ortolá, Investigadora en el departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad Autónoma de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


Fotografía de portada: Alekk Pires/Shutterstock

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