perdidas por el camino hace mucho: caras
grises y blancas y negras y cobrizas, y
ojos, ojos de todos los colores.
qué extraños son los ojos: he vivido con una mujer
-una, por lo menos-, con la que mantenía una relaciones sexuales
aceptables, la
conversación era pasable y a veces hasta parecía
haber amor.
pero entonces me fijaba en sus ojos y advertía en ellos
los muros sombríos y tiznados de un hediondo
infierno.
(por supuesto, me alegro de no tener que ver demasiado a menudo mis propios ojos, labios, pelo, orejas y
demás:
evito el espejo con deliberada
regularidad).
perdida por el camino hace mucho, aquel tipo tenía una cara como un
pastel de mole, hinchada y rígida. se me acercaba en las
cocheras de los trenes y me ponía enfermo a morir.
aquel montón de carne me removía las tripas, el niño
psicópata que llevaba dentro; decía: estoy esperando la
paga; he apretado tanto el nickel que he hecho bramar al
búfalo, y me enseñaba el
nickel.
pues mala suerte: no hay cerveza. lo dejaba y me iba
con la cara blanca, brillante como un faro; 1o dejaba y me dirigía,
hacia las caras de los no
perdidas por el camino hace mucho, me pregunto hoy por Inés
e Irene y por sus ojos azules y por sus maravillosas
piernas y pechos
pero sobre todo
por sus caras, aquellas caras de mármol tallado que
a veces regalan
los dioses.
Inés e Irene se sentaban delante de mí en clase y aprendían
álgebra, la distancia más corta entre dos puntos,
el Tratado de Versalles, Atila el Huno,
etc.
y yo las contemplaba y me preguntaba en qué estarían
pensando.
en nada importante,
probablemente.
hoy me pregunto dónde estarán esta noche
con sus caras 5 décadas y 2 años
después.
la piel que cubre el hueso, los ojos que
sonríen; deprisa, apaga la luz, que baile la
oscuridad...
la cara más hermosa que he visto es la de un
vendedor, un repartidor de periódicos, un viejo tipo perdido hace
ya mucho
por el camino
que atendía un puesto en Beverly con Vermont.
tenía la cabeza y la cara de lo que le
llamaban: el Hombre Rana. lo veía
a menudo, pero hablábamos pocas veces.
luego, de repente, el Hombre Rana se murió
y desapareció,
pero siempre lo recordaré.
una noche
salía yo de un bar cercano
y allí estaba él, en su puesto. me
miró y me dijo: tú y yo sabemos lo
mismo...
asentí, le hice una señal de aprobación con los pulgares, y aquella
gran cara de
Rana, la gran cabeza de Rana se elevó a la luz de la luna
y empezó a reírse con las más terribles y sinceras
carcajadas que he oído
jamás.
perdidas por el camino hace mucho.