La concesión del <a href="https://www.nobelprize.org/prizes/peace/2017/summary/" title="Premio Nobel de la Paz" alt="Premio Nobel de la Paz" target="_blank">Premio Nobel de la Paz</a> a una campaña que promueve la desaparición de las armas nucleares supone un hito fundamental en la línea del tiempo cuyo comienzo podemos situar en el año 1945 con el lanzamiento de las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Han pasado 72 años de aquellos acontecimientos y hoy el mundo está todavía muy lejos de sentirse libre de estas armas de destrucción masiva.
El propio Robert Oppenheimer ya advirtió de la letalidad de su invento e hizo un llamamiento para su control ante las consecuencias devastadoras que podrían sobrevenir con la proliferación y el uso del armamento nuclear.
Los años de la Guerra Fría supusieron un impulso de la investigación para el perfeccionamiento de este tipo de armas y una época de escalada armamentística en la que, contradictoriamente, se basaba la paz. La paridad nuclear equilibraba las fuerzas de los dos grandes bloques liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética en cuya relación el miedo era el elemento catalizador de la paz, argumento que aún hoy esgrimen aquellos que son contrarios al desmantelamiento de dichos arsenales.
Reino Unido en 1952; Francia en 1958 y China en 1964 se sumarán al club de los Estados nucleares y a éstos les seguirán India y Pakistán. Si bien, otros muchos que no tienen capacidad para tener armamento nuclear han realizado pruebas amenazantes que, al menos, indican la intención de querer obtener este tipo de armamento a través de programas nucleares clandestinos. Este incremento de Estados nuclearmente armados motivó la firma y ratificación del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), abierto a la firma en 1968 y en vigor desde 1970, y que pretendía restringir la posesión y el uso de armas nucleares.
Este Tratado está sostenido por tres pilares fundamentales: la no proliferación, el desarme y el uso pacífico de la energía nuclear. Si bien en su origen era bien intencionado, existen diferentes aspectos que lo hacen cuestionable. En primer lugar, la prohibición de mantener armamento nuclear a todos aquellos estados que no hubieran hecho pruebas antes de 1967, lo que implica que India y Pakistán deberían desmantelar todos sus arsenales. La elección de esa fecha es lo que se cuestiona, pues no existen fundamentos sólidos para dicha elección.
En segundo lugar, la falta de contundencia en los planes de desarme y reducción de los arsenales nucleares ha provocado que algunos Estados reivindiquen, al menos, el derecho a desarrollar la tecnología nuclear de uso civil. El argumento es sencillo: si los que tienen armamento nuclear incumplen las directrices del Tratado, negándose a su reducción e incluso han perfeccionado y aumentado su capacidad nuclear, aquellos que pudiendo tenerla no la tienen, pero la desean, reivindican el mismo derecho que los países nucleares, independientemente de si han ratificado o no el TNP.
En tercer y último lugar, este Tratado, siendo uno de los más ampliamente ratificados, pues se han adherido 191 estados, no ha impedido que países como Irán o Corea del Norte, puedan acceder al armamento nuclear, pues el Tratado deja la vía abierta a la utilización de uranio enriquecido con fines pacíficos, siendo la voluntad política la única barrera que impediría su doble uso.
En 1986, el mundo estuvo muy cerca de alcanzar el desarme total. La ciudad de Reikiavik fue el escenario de una reunión de alto nivel entre el Presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachev, que sorprendentemente y por primera vez tras muchos años de guerra fría apostaron por un mundo libre de armas nucleares. Estas buenas intenciones no tuvieron continuidad con acciones realmente efectivas, aunque se pueden apuntar algunos éxitos como la firma del Tratado INF (del inglés Intermediate-Range Nuclear Forces, de 1987; el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas START I (Strategic Arms Reduction Treaty), de 1991; las Presidential Nuclear Initiatives, del presidente Bush en 1991 y las correspondientes por parte de la Unión Soviética, posteriormente Federación de Rusia, en 1992; el Tratado SORT (Strategic Offensive Reduction Treaty), de 2002, y, finalmente, el New START (Measures for the Further Reduction and Limitation of Strategic Offensive Arms).
Siendo hoy mayor el riesgo nuclear, estas iniciativas de concienciación colectiva deben ser reconocidas, pues persiguen la no proliferación efectiva y, sobre todo, la paz internacional que al fin y al cabo suponen un beneficio para todos.
Treinta años después de la cumbre Reagan-Gorbachev, el 23 de diciembre de 2016, la Asamblea General de Naciones Unidas aprueba una resolución sin precedentes, la 71/258, un nuevo hito en la línea del tiempo, demostrando que aquel espíritu de Reikiavik sigue vivo. Cincuenta y siete países copatrocinaron esa resolución por la que se convocaba a una Conferencia de las Naciones Unidas para negociar un instrumento jurídicamente vinculante que prohíba las armas nucleares y conduzca a su total eliminación, conferencia que concluyó en julio de 2017. El resultado de esa conferencia fue la aprobación multilateral del Tratado sobre Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) que entre sus obligaciones incorpora un gran número de limitaciones vinculadas al uso armamentístico de la energía nuclear, cómo desarrollarlas, hacer pruebas con ellas, producirlas, adquirirlas, almacenarlas o, en última instancia, recurrir a ellas como amenaza. Sin embargo, y desgraciadamente, a este tratado no se ha logrado vincular a los Estados poseedores de armamento nuclear, especialmente a Estados Unidos, Rusia y China, lo que significa que los que sí lo han firmado representan menos del 50% de la población mundial y apenas el 20% del PIB mundial.
Estas cifras revelan la incapacidad de los Estados que no desean un planeta nuclearizado de involucrar eficazmente a los Estados realmente capaces de evitarlo. Es por esta razón por la que surgirán campañas en pro del desarme, movilizaciones internacionales que tratan de asegurar que el no involucramiento de algunos Estados bloquee el proceso y lo perpetúe. La idea no es que los países poseedores de armamento nuclear lo eliminen radicalmente, sino crear un marco aceptable para alcanzar poco a poco pero con pasos firmes el objetivo final.
El desarme es una cuestión que afecta a todos, por tanto, se debe avanzar en medidas coordinadas y conjuntas, con un claro compromiso para su eliminación completa. Si bien, otras armas de destrucción masiva como las biológicas o químicas si han sido prohibidas y gozan de convenciones vinculantes, las armas nucleares han sido las únicas sobre las que los Estados han sido incapaces de ponerse de acuerdo. Los Estados que se niegan a que se prohíba y elimine totalmente este tipo de armamento argumentan que en la situación actual, donde la seguridad de algunos Estados depende de la amenaza creíble de la utilización de armas nucleares, es decir, de la disuasión, no es el momento propicio para proponer su eliminación.
Por ello, para lograr la universalización de las normas existentes en materia de desarme y no proliferación es necesario crear espacios seguros, reducir los riesgos, en los que los Estados no tengan justificación para el rearme, pues cuanto más seguro se sienta un país menos necesidad tendrá de invertir en programas de armamentos. Crear ese espacio seguro no es una obligación de unos pocos, sino de todos, pues la inseguridad y las situaciones de conflictos en muchas ocasiones vienen motivadas por la inestabilidad que provoca la falta de desarrollo, la pobreza, la inequidad...
Por todo esto, iniciativas como la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN) son absolutamente pertinentes y necesarias. Organismos de más de 100 países trabajando juntos con el objetivo fundamental de llamar la atención sobre las catastróficas consecuencias de la utilización del armamento nuclear, que si bien después de la destrucción de Hiroshima y Nagashaki no ha vuelto a repetirse, sí se han producido numerosos ensayos nucleares cuyas consecuencias, sin duda, permiten intuir la devastación que supondría su uso. Siendo hoy mayor el riesgo nuclear, estas iniciativas de concienciación colectiva deben ser reconocidas, pues persiguen la no proliferación efectiva y, sobre todo, la paz internacional que al fin y al cabo suponen un beneficio para todos.