El adiós de Iberdrola
Iberdrola ha decidido poner fin a sus actividades de mecenazgo. Tras una década de existencia, ha decidido suprimir de un plumazo sus alabados programas de profesores visitantes y se duda sobre la continuidad de sus premios de investigación. Es una mala noticia para la comunidad científica española.
El compromiso de Iberdrola con la ciencia española venía materializándose desde principios de los años noventa cuando decidió subvencionar estancias de investigadores extranjeros en nuestro país. La iniciativa, que se completaba con el Premio Iberdrola de Investigación, uno de los más prestigiosos en España, supuso un acicate para numerosos laboratorios que, gracias a la misma, pudieron convivir durante largos períodos de tiempo con lo mejorcito de la ciencia internacional.
Ahí es nada las cifras que se barajan para una década: 77 grupos españoles beneficiados con una inversión cercana a los 900 millones de pesetas. Las características de la iniciativa, que permitían estancias de hasta 15 meses de duración, obligaba a los aspirantes a anfitriones a planificar con tiempo en qué ocupar las horas de sus ilustres invitados para sacarles todo el jugo posible. Teniendo en cuenta lo apretadas que suelen estar las agendas de los científicos de elite, a menudo debían establecerse los compromisos entre ambas partes con más de un año de antelación.
Iberdrola, sin embargo, ha decidido poner fin a una aventura que ya había arraigado en la comunidad española. Y lo ha hecho sin apenas dar explicaciones, con escasa antelación para cancelar los compromisos adquiridos y argumentando razones de empresa para su supresión. Las formas y los compromisos no deberían resolverse con tan poca elegancia.
En cualquier caso, Iberdrola, que decidió romper con sus programas tras la entrada de nuevos ejecutivos en su cúpula directiva, tiene todo el derecho del mundo para hacerlo. Suya es la decisión de qué hacer con el excedente económico que le procura su actividad como distribuidora eléctrica y suyo es el derecho de invertirlo en "la ampliación de su red y en la construcción de nuevas centrales para hacer frente a una "demanda creciente en un marco de reducción tarifaria", tal y como ha hecho constar esta misma semana en los medios. Al fin y al cabo, Iberdrola es una empresa. Y ya se sabe cual es la función principal de cualquier empresa que se precie: ganar dinero y repartir beneficios entre socios y accionistas.
Los beneficios que esta iniciativa ha tenido para la ciencia española son obvios. Los profesores visitantes han sido, por norma general, de un elevado nivel, por lo que su mera presencia ha contribuido al desarrollo de experimentos así como al intercambio de experiencias y conocimientos. Ha sido, del mismo modo, una magnífica puerta por la que investigadores españoles de muy diversas especialidades han podido compartir su talento con la ciencia internacional.
Iberdrola, quien sabe si por desconocimiento o por inexperiencia de alguno de sus nuevos gestores, ha decidido que todas ellas no eran razones suficientes. No sólo eso. Con su decisión compromete también el esfuerzo que desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología venía haciéndose desde hace algún tiempo para convencer a las grandes empresas de la necesidad de apoyar a la ciencia española.
Unos meses después de la creación del ministerio, su secretario de Estado de Política Científica, Ramón Marimon, insistía en las "buenas expectativas" que parecía tener este capítulo. Cumplidos los dos años, en los que se ha anunciado una nueva Ley de Mecenazgo, el discurso se mantiene invariable.
Sin embargo, algo debe ocurrir, o algo falla en el discurso, cuando las grandes compañías no sólo no entran en actividades de mecenazgo sino que las pocas que hay se retiran o disminuyen significativamente sus aportaciones hasta dejarlas en cantidades simplemente testimoniales. De este modo, difícil es también que se llenen con dinero privado las arcas de las fundaciones públicas que el gobierno ha impulsado para favorecer la investigación científica.
Iberdrola, cuya política de apoyo ha sido alabada durante años, es solo un ejemplo de lo que puede suceder o de lo que, tal vez, ya está sucediendo. Tal vez alguien debería tomar medidas para que deserciones como la presente, aunque justificables desde la perspectiva empresarial, fueran las menos posibles. Quizás habría que aplanar el camino para que estos casos no se repitieran y, de paso, favorecer una mayor participación empresarial. La ciencia española, corta como está de recursos, no puede prescindir de estas aportaciones.