nuestras manos acechan
una rosa distante,
que llega consumida,
persiguiendo en el aire
sus cien rumbos tronchados.
Vientos de perdición
le taladran las sienes.
¡Pobre flor esquemática,
en vano intentaremos
soldar a un nuevo fallo
tu juventud deshecha!
Nunca más los caminos,
ni el susto delicioso
de la escondida curva
ni el abrazo del polvo
incitante, reseco.
Ya todo será oscuro.
Viejos hierros decrépitos
mancharán de negrura
tu vigor abdicado.
Lora un claxon tu muerte,
sin alma, en la cuneta.
De La voz del viento, 1932