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Autor
Xavier Pujol Gebellí

La vuelta de Pedro Duque al espacio

Pedro Duque, el astronauta español enrolado en la ESA, podría volver al espacio en el plazo de un año. Para ello deberá cristalizar antes el "serio interés" mostrado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, de quien depende una polémica decisión final por el elevado coste del vuelo.
La noticia sobre las negociaciones que estaban manteniendo Ciencia y Tecnología y la Agencia Espacial Europea (ESA) fue desvelada a primeros de mayo por el diario El País. En un amplio reportaje, cuyo contenido fue corroborado unos días después por el propio Duque en el mismo medio, se detallaban las condiciones del vuelo y se daba cuenta no sólo de la inversión necesaria sino también de los posibles retornos en forma de conocimientos científicos y tecnológicos.

El interés del vuelo, vaya por delante, parece incuestionable. Aunque pueda parecer una cuestión nimia, los llamados vuelo-taxis, de apenas 10 días de duración, suponen una oportunidad real para los astronautas europeos de ganar horas de vuelo, y por tanto experiencia, en cápsulas espaciales con destino a la Estación Espacial Internacional (ISS). Oportunidad porque el retraso del programa internacional, debido sobre todo a las restricciones presupuestarias, limita por el momento las posibilidades de mantener plenamente activo al limitado destacamento de cosmonautas del viejo continente. Por supuesto, también, porque habilita para el manejo de instrumental y comprobación de tecnología en pleno vuelo. Y, finalmente, aunque sea de carácter menor por las características del vuelo, la reposición semestral de la nave de emergencia de la ISS (puesto que de eso se trata) abre una puerta a la realización de determinados experimentos en condiciones de microgravedad.

Ni que decir cabe que Pedro Duque, en su calidad de astronauta profesional, aceptaría de buen grado esta oportunidad de volver al espacio. No sólo eso. Su experiencia y formación, que le han permitido participar tanto de los programas de entrenamiento de la Agencia Espacial rusa como de la NASA y por la que puede acreditar una condición que supera a la del simple astronauta, le convierten en un candidato idóneo para el vuelo, incluso en condiciones de normalidad.

¿QUÉ HABRÍA QUE ENTENDER POR CONDICIONES DE NORMALIDAD?

La pregunta tiene en esencia dos respuestas. La primera se refiere al propio programa internacional. Las restricciones han obligado a idear alternativas para mantener los vuelos tripulados. Rusia, a través de naves Soyuz, debe cumplir con su compromiso de reponer cada seis meses la cápsula de emergencia con que cuenta la ISS. Por supuesto, ésta debe ir tripulada. Para mitigar costes, nada mejor que poner los "pasajes" a la venta. De este modo, astronautas profesionales de distintos países pueden hacerse con una plaza previo pago de entre 12 y 20 millones de euros, cantidad en absoluto despreciable y que ya han pagado Italia y Bélgica. A una segunda plaza han accedido los primeros turistas espaciales, por el momento dos aventureros adinerados, que han contribuido con su bolsillo a costear los vuelos con la condición adicional de someterse a experimentos científicos desarrollados en su propio organismo.

España, según avanzaba el rotativo antes citado, podría hacerse con una de esas plazas. La noticia, ni negada ni ratificada, fue finalmente admitida por la ministra Anna Birulés en el programa "Einstein a la platja" de BTV, la televisión local de Barcelona. A preguntas de Jordi Camí, director del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas (IMIM-UPF), la ministra reconoció al final de la entrevista, casi sin querer, que su ministerio, de quien depende la decisión final, está "analizando seriamente" la cuestión. "No se trata sólo de una excursión al espacio", señaló.

He ahí la segunda respuesta a las condiciones de normalidad antes referidas. En un país con porcentajes de PIB dedicados a PIB acordes con su situación de potencia económica mundial (en las clasificaciones oficiales suele situarse a España como décima potencia), la decisión final, en caso de ser positiva, no sólo sería celebrada sino también aprovechada como recurso científico y tecnológico y, muy probablemente, industrial.

Pero mientras el porcentaje del PIB se mantenga por debajo del 1%, como ahora, y todavía extraordinariamente alejado de la media europea, semejante opción podría ser tomada por amplios sectores de la comunidad científica como una provocación. Como ha señalado algún investigador destacado, representaría un signo de ostentación que caería como un jarro de agua fría entre los integrantes de un sistema en el que todavía hay dificultades para cosas tan básicas como cobrar a tiempo las anualidades de proyectos de investigación, acceder a más y mejores recursos económicos, resolver la precariedad de un buen número de investigadores o participar en proyectos científicos de ámbito internacional. Especialmente ahora, cuando el coste de un vuelo de limitadas opciones científicas y escaso retorno tecnológico e industrial, es equiparable a los fondos públicos que se destinan anualmente a Programas Nacionales como Biotecnología, Biomedicina o Materiales. Aunque el interés del vuelo sea manifiesto, quizás no sea éste el mejor momento para el pago de un pasaje de 14,25 millones de euros.

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