Los vulcanólogos buscan un modelo que permita predecir cuándo surgirán y durante cuánto tiempo gracias a nuevas herramientas y hallazgos
En cierto sentido, la ciencia se adelantó. Aconsejadas por los expertos, las autoridades ya habían comenzado a evacuar a las personas con movilidad reducida en la mañana del domingo 19, horas antes de que un dique de magma rompiera la corteza de Cumbre Vieja. En los municipios de La Palma que ahora son conocidos porque la lava los ha arrasado, llevaban días recibiendo charlas informativas sobre volcanes y planes de emergencia. Sucedió más o menos lo que se esperaba y más o menos donde se esperaba, aunque la mayoría de los especialistas reconocen que, cuando empezaron los terremotos, pensaban que tardaría mucho más tiempo en surgir la lava. A comienzos de 2021 nadie podía pronosticar esa erupción para octubre. Y ahora, en diciembre, todavía no se sabe cuánto durará.
La vulcanología todavía está en pañales en el campo de la predicción. No es un fenómeno español; está en pleno proceso de dar un salto adelante en todo el mundo. Un brinco necesario, puesto que más de 800 millones de personas viven cerca de volcanes activos. Crisis recientes como la del Kīlauea (Hawái) en 2018 o la actual de La Palma van a ser un punto de inflexión. Un artículo de opinión publicado en el último número de la revista Science se pregunta si es posible adelantarse a estos desastres con el volcán de Cumbre Vieja como protagonista. “El pronóstico a corto plazo se basa en la tecnología y el reconocimiento de patrones del comportamiento de los volcanes y la mejora constante a medida que los vulcanólogos recopilan más datos, como en el caso de la erupción de Cumbre Vieja”, explica por email el autor de ese texto, Marc-Antoine Longpré. La predicción de erupciones volcánicas ha progresado enormemente en las últimas décadas y hay muchas historias de éxito, recuerda, como la famosa erupción del monte Pinatubo en 1991 en Filipinas, la más explosiva de las últimas décadas, pero no tan letal gracias a las evacuaciones previas.
A corto plazo, la ciencia supo en septiembre que habría una erupción cuando se disparó un enjambre de terremotos hacia la superficie. Las estaciones repartidas por la isla avisaron del fenómeno y la erupción tardó solo ocho días en llegar. Cuatro años antes, cuando se detectó la reactivación bajo la isla, la ciencia supuso que habría una erupción en algún momento a medio plazo. “Ese pronóstico a medio y largo plazo se basa en investigar el comportamiento pasado de volcanes individuales para calcular la probabilidad de que ocurran erupciones de diferentes magnitudes durante períodos de años a décadas”, desarrolla Longpré, vulcanólogo de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.
Para mejorar aún más el pronóstico de erupciones en el futuro, explica, hace falta una mejor comprensión de la arquitectura de los sistemas magmáticos debajo de los volcanes y de la conexión entre lo que sucede bajo tierra y las observaciones de monitoreo en la superficie. Como señala Pablo J. González, del CSIC, es necesario “refinar el conocimiento sobre la conectividad entre diferentes reservorios de magma bajo el archipiélago canario”. “Es el gran escollo para atinar mejor con la duración de la erupción. Cuando termine tendremos mejor idea”, añade.
En Islandia, los vulcanólogos pudieron pronosticar cuándo se acabaría la erupción del Bárðarbunga: conocían la cantidad de combustible de magma que lo alimenta, analizaron el ritmo al que fluía la lava y dedujeron lo que tardaría en agotarse. Por eso, Longpré cree que La Palma será de gran ayuda. “Las observaciones detalladas recopiladas en la fase precursora serán cruciales para interpretar signos de reactivación volcánica en el futuro y para ayudar a pronosticar el momento y la ubicación de futuras erupciones una vez que haya comenzado la reactivación”, señala.
La personalidad de los volcanes
En ese aspecto, el extraordinario despliegue de personal y herramientas sobre la isla canaria —satélites, drones, muestras de lava, del mar, datos sísmicos, geofísicos, emisiones de gases...— ayudará a comprender mucho mejor cómo despierta de pronto una isla que parecía tranquila desde 1971 hasta 2017. A la máxima responsable de la vigilancia volcánica en España, Carmen López (Instituto Geográfico Nacional, IGN), no le caben dudas: “Seguiremos trabajando cuando termine [la erupción] porque todos los datos que estamos recogiendo tienen un potencial científico infinito, vamos a ver más de una década de trabajos de investigación que mejorarán muchísimo el conocimiento del fenómeno volcánico”.
La investigadora Teresa Ubide, de la Universidad de Queensland (Australia), lo expresa así: “En geología y vulcanología, el pasado es la clave para el futuro”. Y hasta hace poco no contaban con buenos datos sobre el pasado. Ubide considera que la erupción de La Palma “está mejorando el conocimiento de cuál es la personalidad de este volcán en un momento en el que la capacidad de monitoreo volcánico ha mejorado exponencialmente con relación a erupciones anteriores”. Los fenómenos geológicos pueden tener escalas temporales mucho más largas que la escala de vida humana, por lo que no se suele tener una percepción del riesgo adecuada, explica la vulcanóloga, que estudia los materiales producidos en erupciones pasadas para reconstruir la arquitectura interna del volcán y los procesos que Io pueden llevar a entrar en erupción.
No se trata de elucubraciones o de gurús con recetas secretas, sino de desarrollar la mejor ciencia disponible para contar con mejores pronósticos. Para González, la clave será dar con una receta que incorpore todos los ingredientes que se miden ahora en un volcán, y se analizan por separado, para describir cómo interactúan e interpretar qué sucederá después. “El problema que tenemos en la vulcanología actual es que la vigilancia se basa en parámetros, como el número de terremotos o el nivel de gases, pero no contamos con el modelo que nos integre todos esos valores. Por eso estamos vendidos, no tenemos un modelo que interprete esas señales”, lamenta. No se puede saber a qué sabe el gazpacho contando tomates y pesando una botella de aceite.
En EE UU no están mejor
“Si no podemos determinar la duración de la erupción de La Palma no es porque seamos españoles, sino porque es un reto de la vulcanología en general”, apunta González. En EE UU están igual. O peor. En 2017, la Academia Nacional de Ciencias publicó un informe en el que alertaban de que menos de la mitad de los 169 volcanes potencialmente activos de su territorio cuentan con estaciones para estudiar terremotos en su entorno, un elemento clave como se demostró en La Palma. Y solo en tres se estudiaban de forma estable las emisiones de gases, el tercer factor que anuncia erupciones, junto a los seísmos y la deformación del terreno por el magma que empuja desde abajo. “Ha habido grandes mejoras en los modelos conceptuales, en comparación con los utilizados hace algunas décadas, pero la comunidad científica volcánica aún no está preparada adecuadamente para la próxima gran erupción”, lamentaba entonces Michael Manga, de la Universidad de California en Berkeley, y presidente del comité.
En ese informe, los mejores vulcanólogos del país se preguntaban qué hace falta para mejorar su capacidad predictiva y comenzaban por reclamar más conocimientos como los que se recogen estos días en La Palma. Y apuntaban a la creación de modelos físicos que integren todos los valores y disciplinas que intervienen, que con ayuda de la inteligencia artificial podrán encontrar mejores patrones entre los ingredientes de ese gazpacho. Por ejemplo, algo decisivo será entender mejor cómo asciende el magma hasta la superficie. Es algo que señala el artículo de Science: según estudios previos, cuanto más viscoso es el magma, más largo es el periodo de reposo y más larga es la fase preeruptiva. En Canarias esta regla no se estaría cumpliendo.
En el último trabajo de Ubide, sobre islas oceánicas, se señala que el magma alcanza propiedades óptimas para entrar en erupción a unos 10 o 15 kilómetros de profundidad, como en La Palma. “Este conocimiento es esencial para interpretar los signos geofísicos de la reactivación”, señala Ubide. Y añade: “Una de nuestras líneas de investigación actual consiste en intentar generar esta información más rápido, de forma que podemos añadir el monitoreo de los productos del volcán y su composición química al monitoreo geofísico de terremotos, gases, etcétera”.
Conocer en detalle la composición de esos magmas acerca al santo grial de la predicción de las erupciones, asegura Ubide. Pero por lo general no se sabe qué hay bajo al volcán hasta que emana por sus bocas. Un estudio publicado este mismo año en la revista Nature señalaba, basándose en observaciones del Kīlauea de 2018, que es posible identificar la viscosidad del magma analizando los terremotos. Sería uno de esos pasos para conseguir integrar fenómenos en un mismo modelo. “Pudimos demostrar que con un monitoreo sólido podemos relacionar la presión y el estrés en el sistema de conductos de un volcán con el movimiento subterráneo de magma más viscoso, lo que permitirá anticipar mejor el comportamiento de erupción de volcanes como Kīlauea y adaptar las estrategias de respuesta con antelación”, explicaba la autora del estudio, Diana Roman, del Instituto Carnegie.
El informe de la Academia señala que es necesario poner en común mucho mejor todas las disciplinas que tienen algo que aportar. “Es un reto multidisciplinar”, apunta González, “cada vulcanólogo tiene su especialidad y tendríamos que colaborar mucho entre todos para ser más precisos. Desde el punto de vista de la vigilancia es el parámetro que más le interesaría al gestor de la emergencia que avanzásemos”.
No obstante, hay volcanes y volcanes. El Kīlauea no es como el Bárðarbunga, este no es como el de Cumbre Vieja y La Palma no es como El Hierro, donde surgió el Tagoro bajo el mar. “Hasta cierto punto, ¡cada volcán tiene su propia personalidad!”, resume Longpré. Y advierte: “Todos los esfuerzos de predicción son importantes, pero algunos volcanes seguirán sorprendiéndonos”.