Observo la flor, observo al niño: la eclosión de
sus tejidos, nuevos bajo el sol, sus delicados
colores:
Dentro de cinco mil millones de años, cuando
el sistema solar haya hecho explosión, con el
Díos en su centro,
Toda esta delicada, fina, infinita paciencia de la
Naturaleza para formar un pétalo de rosa,
Iniciándolo como lengua de ángel, apenas
visible e impalpable, seda de aire asutilada,
coloreada levemente, levemente perfumada.
El pétalo que aparece rosado entre las hojitas
verdes y el cielo azul, verdes de rosa, azul de Dios,
El pétalo con su tersura, con su claro e
inocente brillo de alegría, pétalo, pétalo, pétalo,
que se entreabre para ver la mañana acariciado
por la frescura del rocío,
Pétalo el único, precioso e irrepetible, con una
gotita iridiscente temblando en el borde, junto a
una espina cariñosa, acabada de despertar de
su sueño de siglos,
El pétalo que resume la continuidad y la
renovación y la unidad, la memoria y la gloria
del Universo,
Pétalo sagrado, tan frágil y casi inexistente y tan
robusto el primer día de su creación,
expresado en candoroso rubor,
El pétalo cabeza de niño, empajarado,
pequeño caimán, becerro nonato, dorada cola
de lagartija, blando pétalo en el aire que se
aparta para verlo, se acerca para tocarlo, lo
protege, lo acoge, le abre dulce espacio, lo
envuelve, lo refresca, lo besa, no por nada sino
porque sí, porque ese es su gusto, el aire que
gusta del perfume de la rosa, el aire inocente
como todos los habitantes de la Tierra.
Dentro de cinco mil millones de años, cuando
el sistema solar haya hecho explosión, con el
Dios en su centro,
Ya para entonces habrá desaparecido esta
delicada, fina, infinita dedicación de la
naturaleza para inventar el pétalo de rosa,
el tierno alacrancito impoluto, la escolopendra
virgen bajo el calor árido de la piedra, tocando
apenas el rosado pie de un niño que se ha
aventurado hasta allí en medio de la inocencia
del mundo, mansa y expectante en el aire de
las rosas, la casta escolopendra de patitas de miel.
Todo lo venenoso guarda su veneno inocente e
inofensivo, todo lo perjudicial permanece
replegado, el mal se queda en su sitio,
ocupado en perfeccionarse, hasta que sea
llamado precisamente por el bien, que no
puede vivir sin el mal.