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Autor
Xavier Pujol Gebellí

Tambores de guerra en la era de Internet

Tras el brutal atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, resuenan con fuerza los tambores de guerra. Será, sin duda, un conflicto bélico desigual en el que se enfrentarán la tecnología contra el fanatismo, lo grande contra lo pequeño, la inteligencia del chip contra la neurona de la sinrazón.<br>
El primer golpe en esta desigual batalla lo han asestado terroristas aparentemente desprovistos de tecnología, dotados, como quien dice, de sólo su ingenio, astucia y fanatismo. Pero a medida que se vayan conociendo los detalles y se obtenga información de los detenidos, acabará cobrando fuerza la teoría de que, en el mundo actual, hace falta algo más para burlar los hasta ahora considerados infranqueables sistemas de defensa norteamericanos.

Probablemente, según algunos analistas, los terroristas se valieron como principal estratagema de los deficientes sistemas de control empleados en gran parte de los aeropuertos estadounidenses, en los que se registra un volumen de tráfico interior diario que dobla al europeo. Los sistemas empleados, ha declarado Charles G. Slepian, experto de un centro de análisis del riesgo de Oregón, definen una red porosa por la que es relativamente simple introducir elementos con potencial peligro. Por esos poros, señala el experto, es imposible colar armas de fuego, explosivos o componentes químicos, biológicos o nucleares, pero sí artilugios electrónicos o personas perseguidas por la justicia.

Al Gore, vicepresidente de Estados Unidos durante el mandato de Clinton, encargó un estudio para evaluar las dimensiones de los poros detectados. El informe se libró en 1997 y en él se instaba a considerar la seguridad de vuelos y aeropuertos como una cuestión de estado. Al parecer, discrepancias entre las compañías, especialmente por los costes de la operación, han ido dilatando la implementación de soluciones. En cualquier caso, en algunos aeropuertos pueden verse ya soluciones de InVision Technologies, Analogic Systems o Heimann Systems, todas ellas pensadas para mejorar la visión de los equipajes por rayos X. Algunas de ellas, así como de otras compañías, van a implementarse de inmediato en el control de accesos.

Pero el debate de fondo en cuestiones de seguridad no se va a centrar en el control de pasajeros, sino en lo que algunos consideran un clamoroso fracaso de la inteligencia norteamericana. Los controles estaban pensados, según el análisis de Slepian, para simples secuestradores, pero no para el sabotaje o las acciones terroristas, mucho más imprevisibles pero no impredecibles.

Lo cierto es que, a pesar del monumental presupuesto que la CIA, FBI y NSA, las tres agencias federales de seguridad, consumen cada año, cifrado más allá de los 10.000 millones de dólares; de las astronómicas cantidades destinadas a la guerra de las galaxias y a sus proyectos menores; y a los sistemas espía del tipo Echelon o Carnivore, un programa informático que según desvelaba de Wall Street Journal el pasado mes de julio se instala en los proveedores de Internet y rastrea desde el correo electrónico hasta el tráfico por la red, han sido capaces de detectar la preparación de un atentado que fácilmente habrá implicado a un centenar de personas durante varios meses.

Más aún: los aviones convertidos en destructores misiles no pudieron ser interceptados por cuestión de minutos, admitió el Departamento de Defensa estadounidense. Aunque lo hubieran hecho a tiempo, desconocían su destino. E Internet, la heredera de ARPAnet, la primeriza red militar creada en los sesenta para prevenir un eventual ataque nuclear, se colapsó durante unas horas pero no por un sofisticado sabotaje electrónico sino por el intensísimo tráfico de visitas registrado. La versión digital de El País registró el día del atentado ni más ni menos que cinco millones de páginas vistas, un tráfico equivalente al de 1998. Otro tanto puede decirse de las versiones digitales de El Mundo y ABC, en España, y de los principales medios estadounidenses y europeos.

Así las cosas, la guerra que se avecina, para la que primero se debe buscar un enemigo convincente, parte de una rémora caracterizada por un montón de supuestos tecnológicos que sólo tienen sentido en el contexto de un conflicto convencional, por más evolucionado y tecnificado que esté. En esta nueva guerra, como la califican ya los medios norteamericanos, habrá que repensar las tecnologías y la inteligencia. Al fin y al cabo, el terror surge de lo imprevisto y, bien lo sabemos en España, mal negocio es anteponer las secuelas de lo imprevisible a la normalidad de la vida diaria. En esta nueva etapa habrá que ser meticuloso para que la seguridad, basada en la tecnología, no coarte las libertades.

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