Fecha
Fuente
The Conversation
Autor
VV.AA

Sonría, por favor: solo con hacer el gesto se pondrá un poco más feliz

Los resultados de este trabajo no proporcionan un apoyo definitivo a la hipótesis de la retroalimentación facial, pero sí suponen una importante confirmación de que determinados movimientos de los músculos implicados en la sonrisa promueven un estado anímico de bienestar

Al mismo tiempo intenta comprender por qué lo mantienen secuestrado durante quince años en una habitación sin más compañía que un televisor y un cuadro con esos versos, para después dejarlo en libertad con un teléfono móvil y una cartera con dinero. Si quiere saber más sobre este misterioso personaje tendrá que ver la película. No se arrepentirá.

¿Estamos tristes porque lloramos o lloramos porque estamos tristes? ¿Puede una sonrisa, aunque sea falsa, levantarnos el ánimo? Charles Darwin, en su libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872), ya describió el efecto amplificador de las manifestaciones físicas de las emociones (cambios fisiológicos, expresiones faciales…) sobre nuestras experiencias afectivas.

Basándose en estas ideas, el filósofo estadounidense William James y el médico danés Carl Georg Lange propusieron hace más de un siglo que dichas experiencias estarían determinadas por la percepción de señales corporales generadas por la actividad del sistema nervioso periférico, tales como la tasa cardiaca o la frecuencia respiratoria.

La hipótesis de la retroalimentación

Desde entonces, ha sido una cuestión muy estudiada por la ciencia. Una de las líneas de investigación más prolíficas es la que explora la hipótesis de la retroalimentación o ‘feedback’ facial. Este planteamiento sostiene que la activación de la musculatura del rostro implicada en la expresión de determinadas emociones influye directamente en la manera en que las experimentamos.

Así, fruncir el ceño nos haría sentirnos enfadados, mientras que la elevación de las comisuras de los labios incrementaría nuestra sensación de bienestar.

La mayoría de estudios que han puesto a prueba esta conjetura se han basado en la simulación de expresiones faciales asociadas a emociones como la alegría o la ira. Cuando después se preguntaba a los participantes sobre su estado de ánimo, la mayoría afirmaba estar sintiendo la emoción de una manera más intensa que en situaciones en las que no se activaban dichos músculos.

Sin embargo, este procedimiento ha sido criticado por el hecho de que las personas podrían ser conscientes de estar generando una sonrisa o poniendo una cara de enfado.

Con el lápiz en la boca

Para soslayar el problema, Fritz Strack y sus colaboradores (1998) desarrollaron el procedimiento del lápiz en la boca. Estos investigadores informaron a una serie de personas de que iban a participar en un estudio sobre coordinación motora en el que tenían que sujetar un lápiz entre los dientes (como cuando forzamos una sonrisa) o entre los labios (lo que impide simularla) mientras veían tiras cómicas.

Los resultados mostraron que los participantes a los que se forzó a esbozar el gesto risueño manifestaron haberse divertido más que aquellos a quienes se les impidió sonreír.

Basándose en este tipo de hallazgos se han desarrollado estrategias terapéuticas como las que invitan a sonreír unos segundos cada día delante de un espejo para aumentar la sensación de bienestar. Incluso se ha llegado a proponer que la inyección de toxina botulímica en el entrecejo reduce los síntomas de depresión.

No obstante, otros trabajos han sido incapaces de respaldar de manera concluyente a la hipótesis de la retroalimentación. Por ejemplo, varios estudios han mostrado que el mero hecho de sentirnos observados a través de una cámara puede hacer que este efecto desaparezca. Según parece, la presencia de ese dispositivo reduciría la confianza en las inferencias que realizamos a partir de los movimientos de nuestros propios músculos.

Un estudio esclarecedor

En vista de los hallazgos contradictorios, un reciente estudio en el que han participado más de 3 500 personas de 19 países (entre ellos, España y Venezuela) ha tratado de proporcionar datos más concluyentes.

En uno de los experimentos, los participantes debían reproducir el gesto típico de alegría mostrado por la fotografía de un actor. En otro, se instruyó a las personas a que moviesen de manera voluntaria algunos de los músculos involucrados en la sonrisa, lo que generó expresiones de felicidad menos arquetípicas. Cuando más tarde se preguntó a los participantes sobre su estado de ánimo, estos dijeron sentirse más felices, mostrando un incremento similar en ambas tareas.

Además, se encontró que los efectos eran independientes de que las personas fuesen conscientes de que estaban imitando una sonrisa o de que se les estaba observando a través de una cámara. Sin embargo, es importante resaltar que el aumento de la sensación de felicidad fue pequeño, semejante al que provoca ver fotos de perritos o de bebés.

Por último, un grupo de participantes se sometió al procedimiento del lápiz en la boca. En este caso, el aumento en la sensación subjetiva de felicidad fue mínimo.

En definitiva, los resultados de este trabajo no proporcionan un apoyo definitivo a la hipótesis de la retroalimentación facial, pero sí suponen una importante confirmación de que determinados movimientos de los músculos implicados en la sonrisa, como el cigomático, o la imitación de expresiones faciales de alegría promueven un estado anímico de bienestar.

Podemos concluir que sonreír es suficiente para elevar nuestro estado de ánimo, aunque no es para tirar cohetes. Así que ya sabe, si quiere sentirse un poco más feliz eleve las comisuras de los labios o mueva las mejillas, pero no es necesario que muerda un lápiz.

José Antonio Hinojosa Poveda, Profesor Titular del Departamento de Psicología Experimental, Procesos Cognitivos y Logopedia, Universidad Complutense de Madrid y Pedro Raúl Montoro Martínez, Profesor Titular del Departamento de de Psicología Básica I, UNED, Madrid, UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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