Fecha
Autor
Jorge Enrique Adoum (Ecuador)

Sobre la inutilidad de la semiología

Domingo. Tan agosto que me cuesta imaginar que a veces
      me ha dolido literal y metafóricamente el corazón.
Estuve tratando de conciliar la semántica con el verano y
      su cerveza adyacente
y la gnoseología con la nostalgia de un país donde a esta
      hora el mediodía se echa al mar arrastrando
      adolescentes en racimos,
tratando de comprender por qué en la relación con la
      lógica de la palabra es donde adquiere su valor
      significante la reunión no sintética que actúa en el significado
      poético
pero no pude, pese a mis sogas cartesianas:

en el balcón

      de la casa de enfrente una muchacha desnuda, hembra
      hasta abajo,
se ha puesto a mirar desolándose el vecindario de
      chimeneas y de antenas, mástiles sucesivos de un puerto sin
      mar donde alguien tomara fotografías despidiéndose,
trata de cerrar las persianas (con la cabeza baja llora rubia
      bajo el cabello hasta los hombros)
y puesto que ya pasó el sol, cartero de los domingos por
      la tarde, y que nadie recuerda cómo irá a ser de azul el
      temblor de la brisa de septiembre,
pienso que anticipa la noche, antojadiza, ambigua entre
      la incontinencia y el desánimo,
porque cuando esto sucede a esta hora y ella está ya
      desvestida
suele haber adentro un hombre dispuesto a rehacer
unavezmentemás esa historia que más que las otras
      comenzó en el Génesis
y a probar cada vez que le sea dable los frutos del bien y
      del mal (he visto desde aquí también las piernas y el
      tronco del conocimiento)
ya sin temor a la fingida curiosidad del Señor con sus
      preguntas,
el mismo que antes de darle mujer al hombre había dicho
      del hombre No es bueno que esté solo
(¿y la relación con la lógica de las palabras?),
sin avergonzarse ninguno de los dos de estar desnudos,
más bien orgullosos ambos de la perfección estatuaria de
      los cuerpos comunicantes, la permutación de los dos
      significantes por un significado,
agradecidos de no estar más en el Paraíso, tan aburrido
      como un domingo de tarde en las Galápagos,
pero en tal caso no se llora, a menos que se trate de esa
      frecuente cópula disyuntiva (donde adquiere su valor
      significante la reunión no sintética)
o que no haya nadie esperando que ella vuelva del balcón
      a la cama para envaginarse y nadar en mujer en la
      penumbra...

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