Ser madre te cambia la vida, qué gran tópico y qué gran verdad. Tal vez decir que tras la maternidad eres otra persona pueda sonar exagerado para algunos/as, pero nadie pone en duda que la maternidad supone una actualización importante en tu sistema operativo, una nueva versión de ti misma.
Es indudable que la conducta de una mujer cambia cuando es madre. Ya durante el embarazo dedicamos gran parte de nuestros pensamientos y nuestras acciones a asegurar el bienestar físico y psíquico del futuro bebé. Dejamos de hacer cosas que nos apetecen por temor a que puedan perjudicar al todavía feto. Dejamos de beber alcohol, dejamos de fumar o incluso dejamos de comer jamón con tal de prevenir la remotísima posibilidad de que el feto pueda adquirir toxoplasmosis.
Cuando por fin le vemos la cara a nuestro bebé nos rendimos ante el poderoso instinto maternal. No importa lo cansadas que estemos, lo poco que hayamos dormido o lo dolorido que esté nuestro cuerpo tras el parto. Hay algo que es mucho más poderoso, mucho más fuerte que todo eso, el instinto de cuidar a nuestro/a hijo/a. Es un instinto, y como tal, está al mismo nivel que el instinto de supervivencia. Ahora, cómo madres, deberemos gestionar estas dos fuerzas e intentar compaginarlas, anteponiendo muchas veces las necesidades del bebé a las necesidades propias.
El instinto maternal es, ni más ni menos, que la esencia de nuestra supervivencia como especie. Al nacer somos seres completamente dependientes, estamos indefensos. No sólo somos incapaces de ver, sino que ni siquiera somos capaces de regular nuestra propia temperatura corporal. Para poder sobrevivir necesitamos que la conducta de nuestra progenitora cambie, es decir, que las acciones de la madre pasen de estar motivadas por el instinto de supervivencia (buscar el placer y huir del dolor), a estar motivadas también por el instinto maternal. Si esto no fuese así, si a las madres no nos 'poseyera' el instinto maternal, la especie humana se habría extinguido.
Pero, ¿cómo consigue el instinto maternal apoderarse de nuestra mente? Desde el embarazo, la placenta emite una serie de hormonas que llegan a la madre por el torrente sanguíneo. Estas hormonas modifican el cuerpo de la mujer para facilitar el embarazo y el parto, asegurando así la supervivencia del feto. Por ejemplo, hormonas como la relaxina aportan flexibilidad a las articulaciones para albergar mejor al bebé y facilitar su expulsión por el canal de parto. Otras hormonas, como los estrógenos, la progesterona y la prolactina producen un aumento de las glándulas mamarías facilitando el almacenamiento de leche, que será el principal alimento del bebé cuando nazca. En resumen, las hormonas modifican el cuerpo de la madre para adaptarlo a la maternidad. Es lógico, por tanto, pensar que si las hormonas son capaces de modificar el cuerpo de la madre, también serán capaces de modificar el cerebro de la madre y prepararlo para la maternidad.
Pero, ¿es eso posible?, ¿pueden las hormonas modificar el cerebro? La respuesta es sí. Se sabe que las hormonas sexuales esteroideas (principalmente estrógenos y progestágenos), son capaces de modificar la estructura y la funcionalidad de las neuronas. Estas hormonas son inductoras de lo que se conoce como plasticidad sináptica. Entre otros procesos, las hormonas esteroideas son capaces de aumentar el número de dendritas, de espinas dendríticas o de contactos sinápticos. También son capaces de alterar la glía, modificar el citoesqueleto de los axones o regular procesos de muerte neuronal, migración neuronal o neurogénesis.
Por ejemplo, durante la adolescencia las hormonas sexuales son las principales responsables de que desarrollemos los caracteres sexuales secundarios, pero también ponen en marcha una serie de procesos que modificarán nuestro cerebro de niño para convertirlo en un cerebro adulto. Entre estos procesos destaca la poda sináptica que consiste en eliminar aquellas sinapsis más débiles y fortalecer las más relevantes, optimizando la comunicación neuronal y permitiendo un procesamiento de la información más maduro y eficiente. Este proceso de poda sináptica que se observa durante la adolescencia se traduce en una disminución del volumen de sustancia gris. Es decir, en contra de lo que mucha gente piensa, un chico de 15 años tiene menos volumen de sustancia gris que uno de 7 años.
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¿Pueden las hormonas modificar el cerebro? La respuesta es sí. Se sabe que las hormonas sexuales esteroideas (principalmente estrógenos y progestágenos), son capaces de modificar la estructura y la funcionalidad de las neuronas |
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Pero volvamos a nuestro tema, ¿se modifica el cerebro con la maternidad? ¿ocurre en el embarazo algo parecido a lo que sucede durante la adolescencia? Esa era justamente la pregunta que nos llevó a realizar el estudio del que os voy a hablar. Aunque el estudio se publicó a finales del 2016, sus inicios se remontan a principios del 2010. Por aquel entonces yo acababa de cumplir 30 años, no tenía hijos y era postdoc en la Unitat de Recerca en Neurociencia Cognitiva de la
Universidad Autónoma de Barcelona. Conmigo trabajaban dos doctorandas y amigas, Elseline Hoekzema y Erika Barba, también sin hijos y rondado la treintena. Un día, en coche, de camino al laboratorio, surgió una conversación entre las tres acerca de la maternidad. Nos preguntábamos si algo tan importante como ser madre era capaz de modificar el cerebro, y si era así, ¿en qué sentido lo modificaba? Se trataba de una pregunta que sin duda transcendía el interés científico y rondaba la inquietud personal. Nada más llegar al laboratorio nos pusimos a buscar estudios científicos que diesen respuesta a las preguntas que nos habíamos hecho durante el trayecto. La búsqueda bibliográfica nos devolvió varios estudios en animales pero apenas un par de estudios en humanos. Nos apasionamos hablando del diseño de un estudio que diese respuesta a las preguntas que teníamos y convencimos al jefe del laboratorio, Oscar Vilarroya, de que valía la pena realizarlo, en horas extra y sin subvención.
Queríamos saber si el embarazo producía cambios en el cerebro humano. Para responder a esta pregunta escaneamos con resonancia magnética el cerebro de mujeres que querían quedarse embarazadas antes del embarazo y después del parto. Como grupos control también escaneamos a los futuros padres (antes del embarazo y después del parto) y a parejas que no tenían hijos ni los tuvieron entre las sesiones (ver diseño del estudio en la figura 1).
Al comparar el cerebro de las mujeres antes de quedarse embarazadas con su cerebro después del parto vimos que se había producido una reducción importante en el volumen de sustancia gris. Esta reducción no afectaba a todo el cerebro por igual, sino que estaba localizada en áreas cerebrales implicadas en la cognición social, en particular en regiones clave para la empatía que nos permiten inferir las intenciones, emociones y necesidades de los demás (ver figura 2).
Al principio del estudio el reclutamiento de participantes experimentales (mujeres que querían quedarse embarazadas) se hizo a partir de amigos o conocidos. Pero una cosa es querer quedarse embarazada y otra distinta es que consigas quedarte embarazada fácilmente y que el embarazo llegue a término sin problemas. Así que para acelerar el reclutamiento nos pusimos en contacto con Cristina Pozzobón, Florencio Lucco y Agustín Ballesteros del centro de fertilidad IVI. Les contamos el estudio, les motivó la idea y supieron transmitir esta motivación a las parejas que acudían a su centro en busca de tratamientos de reproducción asistida.
Como parte de nuestra muestra había conseguido concebir gracias a la reproducción asistida nos preguntamos si habría diferencias cerebrales entre aquellas mujeres que concibieron de manera natural y aquellas que requirieron tratamiento de fertilidad. Al analizar los subgrupos de manera separada vimos que las reducciones eran prácticamente idénticas. Esto nos indicaba que los cambios no dependen del método de concepción, pero también nos estaba diciendo que se trataba de cambios consistentes. Para comprobar el nivel de consistencia utilizamos un algoritmo de clasificación que intentaba predecir, únicamente en base a las imágenes cerebrales, si la mujer pertenecía al grupo de las que habían tenido un bebé (independientemente del método de concepción) o si pertenecía al grupo de mujeres control. Este algoritmo consiguió identificar al 100% de las mujeres de manera correcta. Es decir, en mayor o menor grado, los cambios cerebrales se observaron en todas y cada una de las mujeres que habían sido madres.
Otra de las preguntas que queríamos responder era cuánto duraban estos cambios, ¿se trataba de cambios cerebrales duraderos que persistían más allá del postparto temprano? Para saberlo volvimos a escanear al grupo de madres dos años después del parto y vimos que los cambios cerebrales persistían a los dos años. Si duran más allá de los dos años es algo que tendremos responder en futuros estudios.
La pregunta ahora es: ¿qué significan estas reducciones de sustancia gris? ¿tienen algo qué ver con lo que se conoce como The Mommy Brain? es decir, ¿están relacionadas con los fallos de memoria o despistes que comentan las embarazadas? En nuestro estudio evaluamos mediante una batería de tests cognitivos funciones como memoria, capacidad de aprendizaje, tiempo de reacción, atención y memoria de trabajo. No observamos diferencias entre el pre-embarazo y el post-parto en ninguna de las medidas, ni tampoco vimos correlaciones entre estas medidas y los cambios cerebrales. Sin embargo, si observamos una asociación entre los cambios cerebrales y las puntuaciones en escalas de vínculo maternal: a más cambios mejor calidad del vínculo materno-filial. Es más, durante la sesión post-parto también realizamos un estudio de resonancia magnética funcional para ver qué regiones se activaban cuando la madre veía fotos de su bebé. Las regiones activadas se solapaban con la áreas en las que había una reducción en el volumen de sustancia gris indicándonos que estas regiones son relevantes para la conducta maternal.
En resumen, en el estudio investigamos si el embarazo producía cambios duraderos en la estructura del cerebro humano. Vimos que sí, que produce reducciones en el volumen de sustancia gris en regiones implicadas en la cognición social. Creemos, que estas reducciones reflejan un mecanismo parecido a la poda sináptica que ocurre durante la adolescencia y que esta poda, al igual que en la adolescencia, está inducida por el efecto de hormonas esteroideas en el cerebro.
Se trata de cambios cerebrales consistentes, observamos el mismo patrón de reducciones independientemente del método de concepción y fuimos capaces de identificar, con el 100% de exactitud, si una mujer ha estado embarazada o no entre las sesiones. Por último vimos que los cambios son duraderos, que persisten al menos a los dos años después de dar a luz y que parecen facilitar la conducta maternal y el vínculo materno-filial.
Susanna Carmona embarazada de Alexandra, Erika Barba con su hija Marlene y Elseline Hoekzema con su hijo Florian
Cuando el estudio fue publicado en Nature Neuroscience en diciembre de 2016, Elseline, Erika y yo ya éramos madres de Florián, Marlene y Alexandra y disfrutábamos y sufríamos con nuestro nuevo sistema operativo.
Susanna con Alexandra en brazos
La mayor parte de los científicos nos dedicamos a la investigación porque nos encanta hacernos preguntas e intentar responderlas empíricamente. A veces este proceso implica pasos intermedios de los que no disfrutamos tanto, pero, en nuestro caso, el fin justifica los medios. Sin embargo, y aunque parezca obvio, debe quedar claro que además de investigadores muchos somos padres con facturas e hipotecas que pagar. Incluso a algunos nos gusta ir de vacaciones, ir al gimnasio o hasta ahorrar por si no nos dan la siguiente beca.
Antes he dicho que realizamos el estudio sin financiación, no es del todo cierto. En mi caso tuve la suerte de obtener una beca COFUND M+VISION que pagó mi salario desde 2013 hasta 2016 (periodo que incluyó mi baja maternal) y que me permitió seguir investigando y, finalmente, publicar este estudio. Obviamente, el estudio no hubiese sido posible sin la aportación del resto de coautores (Marisol Picado, David García, Juan Carlos Soliva, Adolf Tobeña, Manuel Desco y Eveline A Crone), ni sin la colaboración de las parejas que participaron en él.