El poder formativo del arte
Según una encuesta realizada entre 1.800.000 estudiantes y 224 profesores los bachilleres franceses desean mayoritariamente recibir una mayor formación artística, a fin de "lograr un saber que dé sentido al mundo".
Según una encuesta fiable, realizada entre 1.800.000 estudiantes y 224 profesores, puede verse en Le Monde, 29 abril 1998, págs. 12-13 (Cf. Rafael Gómez Pérez: Ni de letras ni de ciencias. Una educación humana, Rialp, Madrid 1999, p. 78) los bachilleres franceses desean mayoritariamente recibir una mayor formación artística, a fin de "lograr un saber que dé sentido al mundo". Tienen razón estos jóvenes en estimar profundamente la experiencia artística, porque, además de ser una fuente inagotable de gratificaciones psicológicas y espirituales; nos ayuda a configurar una personalidad recia, abierta, integradora, comprensiva. Entre los múltiples frutos que nos reporta la experiencia artística, resaltaré sólo unos cuantos muy significativos.
Al vivir el arte, desarrollamos notablemente la inteligencia.
Una inteligencia madura presenta tres condiciones básicas: largo alcance, comprehensión y profundidad; es decir, 1) trasciende lo inmediato, 2) piensa, a la vez, diversas realidades y acontecimientos o diferentes aspectos de los mismos, 3) descubre el sentido de todo ello. Si paso más allá de lo inmediato y atiendo a valores superiores (un cuadro, por ejemplo, tiene una expresividad más honda y compleja que los colores que lo configuran...), supero el defecto denominado miopía intelectual. Si contemplo, al mismo tiempo, los diferentes aspectos que presenta una obra artística, supero el fallo de la unilateralidad o parcialidad. Si procuro descubrir el sentido de cuanto contemplo, supero la grave deficiencia que implica la superficialidad.
La experiencia artística nos ofrece diversas posibilidades para poner en forma este tipo de inteligencia madura. Veámoslo mediante un sencillo análisis de dos obras artísticas. El gran escultor francés Auguste Rodin denominó "La catedral" a una escultura que no consta sino de dos manos humanas. Se trata de dos manos derechas, pertenecientes a dos personas de distinto sexo. Se hallan a punto de entrelazarse y formar un espacio físico de unión y un espacio lúdico de amparo. Todo cuanto significa el encuentro humano vibra luminosamente en esas dos manos broncíneas que perpetúan el gesto de acercarse con voluntad de comunicación y acogimiento. Ver en la figura de dos manos convergentes un ámbito de acogimiento supone trascender los valores inmediatos y acceder a otros de mayor rango.
Si queremos comprender por qué el autor denominó a esta obra "La catedral", debemos pensar varias realidades al mismo tiempo. Confrontemos el tipo de acercamiento que se da en las manos con el que tiene lugar en la bóveda de una catedral gótica durante el proceso de construcción. Diversas columnas se alzan desde lugares diferentes, ascienden a lo alto, siguiendo cada una su camino propio. Al ganar cierta altura, se bifurcan, se entretejen en la bóveda y forman una trama de nervaduras. Éstas contrarrestan las cargas del techo y las orientan hacia las columnas del interior y hacia los arbotantes y pilastras que colaboran desde el exterior. Al realizar tal función, ineludible para el sostenimiento del edificio, estos elementos -columnas, nervios, bóvedas...- fundan un espacio físico unitario, acogedor y bello. Está compuesto de mil y un elementos, pero todos sirven al ideal común de fundar un ámbito de unidad espiritual.
Al reunirse en este campo de juego espiritual, los creyentes transforman el espacio físico en espacio lúdico, en campo de encuentro religioso. El creyente que está empapado del ideal religioso capta, a la vez, estos dos sentidos del espacio -el físico y el lúdico- porque vive simbólicamente, es decir, experimenta en su propio ser el entreveramiento de la realidad natural y la sobrenatural.
Proyectemos ahora el proceso de edificación del templo sobre la obra de Rodin y captaremos su sentido profundo. Daremos, así, a nuestra inteligencia su tercera condición: la profundidad, la capacidad de ahondar en la realidad y poner a descubierto su sentido. Dos manos que se hallan en situación de cercanía y dirigidas hacia lo alto pueden presentar diversos sentidos. En una escultura denominada "La Catedral", van obviamente buscando la clave de bóveda del gran edificio que es el hogar. El lugar por excelencia de encuentro de los creyentes -su hogar espiritual-, es la iglesia catedral. Considerar como una catedral la unión de un hombre y una mujer, simbolizados por su mano derecha, entraña una concepción del amor conyugal como un ámbito que afecta a las raíces mismas de la realidad humana por cuanto procede del encuentro de dos personas y da vida a nuevos seres. De ahí que se halle en extrema vecindad con la energía creadora del Ser Supremo y adquiera un cierto carácter sacro.
Vas a Toledo y contemplas la obra maestra de El Greco: El entierro del conde de Orgaz. Admiras el colorido, que presenta un valor inmediato; contemplas las distintas figuras, que tienen un significado patente, pero no te quedas ahí: a través de todo ello pasas más allá e intuyes rápidamente que se nos muestran dos acontecimientos muy distintos e intervinculados. Para aclarar lo que ambos significan, sigues la indicación que te hace el niño de la izquierda y vas vinculando todos los elementos del cuadro por su debido orden: reparas primero en la actitud devota de los clérigos que depositan un cadáver en la tumba y la seriedad de los dignos caballeros que asisten hieráticos al acontecimiento. A la derecha, un clérigo te marca el camino hacia la escena superior, donde las figuras más sagradas de la religión cristiana se hallan en movimiento, porque ahí está floreciente la vida del espíritu, que en griego se dice "pneuma" (viento). Al poner todo esto en relación de modo "comprehensivo" -segunda condición de la vida intelectual madura-, puedes adentrarte en el secreto del cuadro, en su sentido nuclear: el cielo acoge triunfante el alma del conde.
La experiencia artística nos ayuda a integrar diversas realidades complementarias.
Al contemplar así el cuadro, estás integrando los ocho elementos expresivos que componen cada obra de arte valiosa. Son de diverso rango, pero los vinculas de tal forma que potencian mutuamente su expresividad y su capacidad de generar belleza. Esta capacidad de integrar diversos elementos es decisiva en la formación ética. Piénsese en la importancia de integrar las energías instintivas y las espirituales, la pasión y el amor, el cuidado de los propios intereses y la inserción solidaria en la comunidad, el cuerpo y el espíritu. El que sabe integrar ve lo sensible-corpóreo como una vertiente personal del ser humano, tan digna de respeto como el espíritu. Jamás verá el cuerpo como una especie de instrumento a través del cual se manifiesta y opera el espíritu. Lo ve como el lugar en el que toda la persona hace acto de presencia. El que conozca, por experiencia propia, las leyes de la expresión cobra un altísimo concepto de lo sensible y lo corpóreo. Tal revalorización tiene repercusiones sumamente benéficas en la vida ética.
Cuando te ejercitas en esa manera integradora de mirar, cultivas el pensamiento relacional, que es la forma madura de pensar. Ves un cuadro una y otra vez y admiras su imponente belleza, pero adviertes que la belleza no está en el cuadro porque sin tu mirada integradora no presentaría el sentido que lo eleva a una alta cota de excelencia. Tampoco la belleza se halla en ti. La belleza no está en ningún sitio; surge entre el cuadro y tú. La belleza es un fenómeno relacional, no relativista. Sin ti no surge la belleza, pero tú no eres el dueño de ella. De modo semejante a como el pintor no creó la belleza del cuadro; generó esta obra "en la belleza", según dijo admirablemente Platón. Superar el relativismo mediante una forma de pensamiento relacional significa un paso de gigante hacia nuestro desarrollo como personas
El arte nos ayuda a descubrir el carácter eminentemente realista de las obras culturales.
Al pensar de forma relacional, podemos resolver el sempiterno problema de determinar el tipo de realidad que muestran las obras de arte. ¿Se trata de "meras ficciones", como a menudo se dice? En el cuadro de El Greco El expolio adviertes que el rojo escarlata de la túnica de Jesús destaca su figura y la hace adelantarse. Ese efecto saliente es moderado por el azul del manto de María, que contempla asustada el agujero que un criado está abriendo en la cruz. Pero no te quedas en los pormenores de la composición del cuadro. Pasas más allá. Descubres que el artista no sitúa las figuras en un espacio físico; crea un ámbito espiritual de odio en torno a Jesús, cuya figura destaca para resaltar su increíble soberanía de espíritu, que le permite distanciarse de sus intereses particulares y mirar extáticamente hacia lo alto en actitud indulgente. Todo el temple de Jesús ante la Pasión quedó plasmado de forma inigualable en esta obra, a la que El Greco amaba tan intensamente que retomó el tema varias veces. ¿Quién podría afirmar que ese mundo asfixiante de odio, por una parte, y esa vida rebosante de libertad interior, por otra, son meras ficciones artísticas? Son ámbitos reales, dotados de un modo de racionalidad propia y de una forma de rigor específico. Pero este rigor, esta racionalidad y esa realidad sólo pueden captarlos quienes tengan poder de penetración para leer el lenguaje pictórico. Aprender a leer los diferentes lenguajes es presupuesto indispensable para pensar con rigor. A ello nos ayuda con eficacia sorprendente la experiencia artística.
El arte de calidad suscita en nosotros una actitud de "espíritu abierto".
La experiencia artística nos ayuda a fomentar la iniciativa creadora en todos los órdenes, nos da flexibilidad de espíritu y agilidad de mente para descubrir, a través de los diferentes actos que realizamos en la vida, la orientación que les otorga sentido, armonía y belleza; nos permite descubrir la afinidad que hay entre la experiencia estética, la ética, la metafísica y la religiosa. Y con ello nos revela las distintas formas que tenemos de ser creativos en los diferentes aspectos de la vida.
Poco antes de morir, el gran violoncelista, compositor y director Pablo Casals manifestó que la humanidad todavía no sabe lo que tiene al poseer el don de la música. Algo semejante podemos decir del arte y la experiencia artística. Lo sugiere Thierry Maulnier al escribir: "La función del arte no es expresar -por poderosamente que lo haga- la condición humana, sino trascenderla" (Cf. G. Marcel, Th. Maulnier, e. Ansermet: Coloquios sobre arte contemporáneo, Guadarrama, Madrid 1958 p. 166). Cultivar la experiencia estética, en todos los órdenes, es cultivar el espíritu, abrirlo a horizontes de grandeza, ensanchar los espacios interiores, participar en los mundos de excelencia que nos han legado los grandes genios. Dejar de lado el arte significa un retroceso cultural lamentable.