
Patrick Modiano. Narrar contra el olvido
Todo lo anterior se percibe ya en la primera novela de Modiano, publicada en 1968 y galardonada con el premio Roger Nimier, La Place de l’Étoile (traducida al castellano como el Lugar de la Estrella). Una obra de título polisémico que abre, bajo fórmulas narrativas propias del Nouveau Roman -en una escritura polifónica, fragmentaria y sismográfica-, la denominada 'Trilogía de la Ocupación', que completan en cuatro años La Ronde de Nuit (Ronda nocturna) y Les Boulevards de ceinture (Los Boulevares periféricos). Por ésta última, Modiano recibe el gran Premio de Novela de la Academia Francesa y se convierte en esa gran promesa de las letras de lengua francesa, hoy sobradamente hecha realidad. En estas tres primeras novelas se esbozan ya muchos de los que serían los grandes temas de su obra futura: los efectos socio-históricos, psicológicos y emocionales de la Ocupación; el antisemitismo del régimen de Vichy; las infamias de la Shoah; la difícil elección del ciudadano anónimo entre resistencia o colaboracionismo; la ansiedad del desertor; el equívoco papel del agente doble; la búsqueda del padre; la lucha contra la amnesia; el juego de las apariencias y los alcances del engaño; los negocios clandestinos; las identidades falsas; la sempiterna inquietud de vivir, etc. Todos ellos temas recurrentes que perduran casi inalterados aunque con sutiles matices y bajo registros diferentes, como en una melodía serial y minimalista de Philip Glass, a lo largo de una extensa producción narrativa por la que Modiano recibe múltiples premios. Entre ellos, el mediático Goncourt en 1978, por La rue des boutiques obscures (La calle de las tiendas oscuras) o el de la Fundación Pierre de Monaco por el conjunto de su obra, en 1984. Dicho premio le llega a Modiano tras unos años de intensa producción a lo largo de los cuales su escritura opera un ligero giro, temático a la vez que estilístico.
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El Nobel recae en un autor muy arraigado a la cultura francesa y, sobre todo, a la ciudad de Paris y su periferia, que se describen y ensueñan con prosa tan precisa como poética | |
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Por un lado, Modiano introduce en su prosa una acusada dimensión fílmica que, sin duda, obedece a su reconocida pasión por el cine. De hecho, escribe junto a Louis Malle el guión de una película dirigida por éste último en 1974, Lacombe Lucien, una película de enorme resonancia, a la que seguirían otras de no menos eco mediático, como Bon voyage (Buen viaje), de cuya dirección se encargaría Jean-Paul Rappeneau en 2003. La focalización cinematográfica que adopta la escritura de Modiano explica, por otra parte, por qué varias de sus novelas han sido llevadas al cine con gran éxito, como es el caso de Une jeunesse (Una juventud), gracias al realizador Moshé Mizrahi en 1981, o de Villa triste (1975), trasladada en 1994 al medio cinematográfico por Patrice Leconte bajo el título de Le parfum d’Yvonne (El perfume de Yvonne).
Por otro lado, a lo largo de los años setenta Modiano introduce un sesgo autobiográfico a su obra que va desde el relato del nacimiento de sus hijas en Livret de famille (Libro de familia), atisbo de novela familiar publicado en 1977, hasta la asunción de los claroscuros de sus propios orígenes familiares, expuestos sin pudor en Un pedigree (2005). Los indicios autobiográficos, diseminados de manera más o menos evidente en unas novelas que la crítica considera autoficcionales, se acompañan a menudo de una reflexión metatextual sobre la propia escritura. En efecto, a través de un personaje-narrador convertido en su alter ego en la ficción, casi siempre bajo el nombre de Jean, Modiano incluye una meditación sobre los detonantes de la escritura y su desarrollo incierto. Así ocurre, por ejemplo, en Fleurs de ruine (Flores de ruina) breve novela de 1991, o en la reciente L’Horizon (El horizonte) de 2010, o en la, hasta el momento, última novela publicada en 2014: Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier (Para que no te pierdas por el barrio). Fiel a unos temas ya obsesivos en el universo Modiano, esta última obra gira en torno a la amnesia, al extravío y a la desorientación en un espacio parisino concebido como infinito palimpsesto de esas vidas minúsculas por las que la Historia cobra rostro. Pieza a pieza, novela a novela, en un puzzle de precisa cartografía, la ciudad va adquiriendo unos rasgos tan engañosamente nítidos como anodinos son los personajes que la habitan, protagonistas de intrigas que se entrecruzan y desaparecen en el horizonte como las vías de esos trenes que con tanta frecuencia atraviesan las novelas. Los paseos sin rumbo, fugas o huídas de personajes anónimos de vidas oscuras suelen producirse en calles solitarias y poco iluminadas, propias del cine negro o policíaco.
Así pues, leer una novela de Modiano implica transitar por un París misterioso, donde las esquinas en penumbra, portales, cafés, o bistrots, albergan a personajes errantes, siempre de paso y alerta bajo el stress de amenazas reales o imaginarias. No es extraño, pues, que la fuga y la huída se conviertan en recursos típicos de muchos personajes, jóvenes y adolescentes, para esquivar una realidad hostil que se intenta reconstruir muchos años después por parte de un narrador de edad madura, empeñado en compensar los efectos devastadores del olvido, en rellenar de ficción más o menos documentada las lagunas de una memoria olvidadiza, tanto propia como ajena. La figura recurrente de un narrador de corte detectivesco pasa al primer plano de la escena para esclarecer el enigma de extraños episodios incrustados en su memoria incierta, como el que se cuenta en Accident nocturne (Accidente nocturno), obra de 2003, o el secreto de personajes de voz en eco inagotable, como la de la malograda Louki en Dans le café de la jeunesse perdue (En el café de la juventud perdida), intensa novela publicada en 2007. Los detonantes de la investigación -ya sean fotos, recortes de periódico, sucesos, agendas, guías telefónicas o documentos extraviados- suelen inducir a la reconstrucción de vidas desconocidas, como es el caso de Dora Bruder, auténtica obra maestra de 1997 en la que se investiga la desaparición de una adolescente en el París ocupado; o de vidas con las que se compartieron momentos pretéritos clave, determinantes de uno o varios destinos, tal y como ocurre en Voyage de noces (Viaje de novios) y en Fleurs de ruine (Flores de ruina), novelas de 1990 y 1991, respectivamente. Apasiona el rastreo de huellas de aquellos que fueron y cuyos hilos vitales se desvanecen en campos de concentración, antros inmundos o simplemente en la bruma de unas calles tras cuyas esquinas acecha siempre un peligro difuso. Cada personaje, cada lugar encierra un halo de profundo misterio, como esos cuadros de Magritte que tanto le gustan a Modiano. La realidad del mundo y del otro encierra de por sí múltiples enigmas que demandan ser resueltos. Y a esta llamada atiende siempre un narrador tan curioso como nostálgico, cuya voz hábil y seductora arrastra irremediablemente al lector a acompañarle en la aventura de desbrozar, cual paciente arqueólogo, las huellas de una memoria anidada en el presente.
La prosa escueta y contenida del reciente premio Nobel, surcada de esos silencios narrativos y elipsis que tan magistralmente traducen los agujeros negros de la memoria personal y colectiva, ha sido por fortuna vertida al castellano de manera regular y acertada. Y muchas de estas novelas lo han sido por la creativa efectividad de Mª Teresa Gallego, Premio Nacional de Traducción, por lo que el acceso a la obra de Modiano por parte de lectores no francófonos permite augurar un intenso 'placer de lectura'.
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