"Vivimos en un mundo contaminado, en el que las evidencias las alcanzamos tarde y con demasiadas lágrimas secas. Nuestros niños viven hoy en un mundo probablemente muy distinto al que nosotros hubiésemos deseado. Más de 100.000 sustancias químicas se encuentran actualmente en el circuito comercial. Además de la creciente amenaza química, debemos destacar que la pobreza sigue siendo la causa más importante de deterioro neurológico en la infancia de nuestro planeta. La hambruna y la desnutrición alteran la mielinización y crecimiento del SN".
Los pediatras diagnosticamos, cada vez, más pacientes con enfermedades ambientalmente relacionadas: neurológicas (cognitivas, conductuales, motoras, sensoriales y malformativas), cáncer pediátrico, patología respiratoria, trastornos endocrinos...
WHO en 1993, ante la progresiva contaminación de los ecosistemas ambientales y la creciente preocupación social ante los efectos potencialmente adversos en la salud humana, definió la salud medioambiental como: a) los aspectos de la salud humana, incluyendo la calidad de vida, determinados por las interacciones de los agentes medioambientales físicos, químicos, biológicos, psíquicos y sociales; y b) los aspectos teóricos y prácticos para evaluar, corregir, controlar, modificar y prevenir los factores o agentes medioambientales que, potencialmente, afecten negativamente la salud de las generaciones presentes y futuras.
Los trastornos del aprendizaje, conducta y desarrollo en los niños son claramente el resultado de complejas interacciones entre factores ambientales (físicos, químicos, biológicos, psicológicos y sociales) y genéticos durante los periodos vulnerables del desarrollo. A diferencia de los adultos, la exposición a sustancias químicas neurotóxicas durante las ventanas de vulnerabilidad en periodos críticos de la organogénesis e histogénesis del sistema nervioso (SN) puede hacer que el niño sufra una alteración de la función cerebral de por vida o bien que aparezca durante su etapa adulta. No sólo hemos detectado en el meconio de recién nacidos de nuestro país la presencia de sustancias neurotóxicas sino también observamos como a lo largo de la gestación la cantidad de ellas se incrementaba.
Vivimos en un mundo contaminado, en el que las evidencias las alcanzamos tarde y con demasiadas lágrimas secas. Necesitamos anticiparnos. Y mientras se continúan evaluando los riesgos es necesario implementar estrategias científicas de búsqueda constante de alternativas. No podemos seguir aprendiendo de las catástrofes. La falta de participación ciudadana real en los foros de toma de decisión hace que se conviertan en frías reuniones de "expertos" muy alejadas del verdadero sentir de los que sufren a diario las injusticias ambientales. Es necesario alejarse del alarmismo social, pero personalmente a mí me preocupa más el "tranquilismo social" con el que algunos grupos de expertos intentan disfrazar la ignorancia y falta de experiencia en el conocimiento de la realidad de las enfermedades neurológicas ambientalmente relacionadas. Es necesario un mayor grado de democracia en la ciencia, y de compromiso con los afectados.
Los neurotóxicos pueden alterar el desarrollo y funciones del SN de manera específica y de forma permanente. Unos pocos han sido ampliamente estudiados (plomo, mercurio; algunas drogas como alcohol, nicotina, cocaína, opiodes), mientras que sobre la mayoría se ha efectuado una investigación mínima.
A pesar de la creciente amenaza química, debemos destacar que la pobreza sigue siendo la causa más importante de deterioro neurológico en la infancia de nuestro planeta. La hambruna y la desnutrición alteran la mielinización y crecimiento del SN, especialmente desde el tercer trimestre del embarazo hasta los primeros años de vida.
NATURALEZA DEL PROBLEMA
El número de niños afectados por deficiencias del neurodesarrollo es importante y parece incrementarse:
- Sólo los problemas del aprendizaje pueden estar afectando, aproximadamente, a entre un 5 y 10% de los niños escolarizados.
- El número de niños en programas de educación especial clasificados con problemas del aprendizaje aumentó en un 191%, entre 1977 y 1994, en los países occidentales.
- El déficit de atención con hiperactividad, de acuerdo con estimaciones conservadoras, afecta a entre el 3 y 6% de los niños en edad escolar, aunque evidencias recientes sugieren que la prevalencia podría alcanzar el 17%.
- La incidencia de autismo puede alcanzar el 2 por cada 1.000 niños8 en algunas comunidades, y la tendencia es a incrementarse.
- Cerca del 1% de todos los niños sufren retraso mental.
Estas cifras sugieren un problema de proporciones epidémicas. La carga que estos trastornos suponen en los niños afectados, familias y comunidades es enorme: dificultades económicas, emocionales, incremento de suicidio, abuso de sustancias, desempleo y dificultades académicas.
Surgen una variedad de explicaciones en respuesta a estas tendencias. Podrían ser producto de una mejor detección y registro, aumento en la comunicación de los casos, o resultado de una demanda de una sociedad tecnológicamente más avanzada que intenta adelantar habilidades más complejas a edades más tempranas. A pesar de que hay pocas dudas acerca de las influencias genéticas en las enfermedades y desórdenes neurológicos, para una vasta mayoría de ellos no existe evidencia de que los factores genéticos sean la causa predominante; no obstante, tenemos la certeza de que complejas interacciones entre factores genéticos y ambientales tienen un rol extremadamente importante.
Nuestros niños viven hoy en un mundo probablemente muy distinto al que nosotros hubiésemos deseado. Más de 100.000 sustancias químicas se encuentran actualmente en el circuito comercial. La mayoría de ellas comparten nuestro mundo desde la Segunda Guerra Mundial, y lo que es más importante, cada año se incorporan de 2.000 a 3.000 nuevas sustancias. El grado en que estas exposiciones interrumpen el desarrollo humano y la vida silvestre es un tema de considerable importancia y preocupación. La información detallada sobre el potencial neurotóxico de la mayoría de estas sustancias es desconocida, y está virtualmente ausente. Para las escasas sustancias con datos de neurotoxicidad (<0,4% del total), se emplean tests animales para predecir los riesgos de exposición humana. Además, para la mayoría de sustancias químicas, incluyendo los resultados en animales, no disponemos de datos de exposición a mezclas de compuestos que caracterizan los sinergismos e interacciones del mundo real.
Los pediatras no podemos ignorar las evidencias de la influencia de los neurotóxicos químicos en la epidemia de problemas del neurodesarrollo en la infancia. Tenemos el deber moral y científico de velar, cuidar y tutelar la salud de los niños y adoptar medidas preventivas sobre las exposiciones ambientales de riesgo en cada una de nuestras consultas. Somos los profesionales sanitarios «centinelas » y vigilantes ante las agresiones ambientales de la infancia.
COMENTARIOS FINALES
Es importante destacar que muchos compuestos químicos de conocida o sospechada toxicidad neurológica nunca han sido probados para los efectos sobre el neurodesarrollo y las funciones cerebrales. El iceberg tóxico constituye un ejemplo muy ilustrativo de lo que ocurre en el mundo de la neurotoxicología pediátrica: existe una pequeña porción visible constituida por la evidencia acumulada en unos pocas sustancias neurotóxicas; sin embargo, la mayor parte de «efectos» y conocimientos permanecen sumergidos, de los cuales algunos son conocidos de manera parcial, y otros, los más profundos y latentes, probablemente nunca los llegaremos a descubrir con las actuales evaluaciones de riesgo. Como científicos, son más las cosas que ignoramos que las que sabemos, y estas últimas constituyen un centinela de la enorme proporción de «iceberg oculto». Por eso es necesario priorizar el principio de cautela o precaución como la principal herramienta que nos ayude a disminuir el daño actual y futuro en el SN de los niños. Son necesarias muchas y diferentes acciones a distintos niveles, son muchos los profesionales implicados en la mejora de la salud medioambiental de la infancia. Pero los pediatras ocupan un lugar estratégico y privilegiado ya que ellos son los que diagnostican y tratan las enfermedades de la infancia, conocen los periodos de vulnerabilidad, cuentan con el respaldo social, soporte científico y credibilidad ante los padres para indicar y establecer recomendaciones que disminuyan el daño sobre el SN de los niños. La escasa ó nula formación en esta área de la mayoría de profesionales de la salud coloca a muchas familias en riesgo, y es responsable de la falta de mano de obra entrenada para ocupar uno de los principales retos sanitarios del siglo XXI. Como científico y sobre todo como pediatra las cuestiones son: Si no nosotros, ¿Quién?, y si ahora no ¿Cuándo?
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