UNA EXCELENTE MUESTRA DE LA NUEVA HISTORIA CULTURAL DE LA CIENCIA<br>
Reseña realizada por Beatriz Pichel<br>
PhD Candidate, Universidad Autónoma de Madrid, grupo GEA de la Red CREP
"Se dice que la mente gobierna el mundo. Pero, ¿qué gobierna la mente? El cuerpo. Y el cuerpo (síganme con atención) está a merced del más omnipotente de todos los potentados que es el Químico. Dadme química a mí, a Fosco, y cuando Shakespeare acaba de concebir Hamlet y se sienta para ejecutar su concepción, yo, echando en su comida diaria unos granitos de polvos, reduciré su inteligencia influyendo sobre su cuerpo hasta que su pluma escribiese la más abyecta tontería que jamás haya degradado papel alguno".
La Dama de Blanco
Wilkie Collins, 1859
Javier Ordóñez y Natalia Pérez-Galdós abren El mundo y la química con estas palabras del Conde Fosco, personaje de la obra de Wilkie Collins La Dama de Blanco. La cita no podía estar mejor elegida. En ella (un poco más larga en el original) el Conde Fosco defiende que los químicos podrían dominar el mundo porque su ciencia es capaz de someter los cuerpos. No es casualidad, por tanto, que el ejemplo de Shakespeare, al igual que otros en el texto original, remita a la comida, ya que la alimentación es la base de la producción del cuerpo, y la cocina el primer ámbito de aplicación de la química. De hecho, Ordóñez y Pérez-Galdós consideran, más adelante, la revolución de la cocina como la primera revolución científica (p.24). Para el Conde Fosco, entonces, el poder de la química procede de su poder para controlar y transformar los cuerpos.
El Mundo y la Química pretende mostrar, precisamente, que la química, o mejor dicho, que los procesos químicos no sólo han alterado sustancias a lo largo de la historia, sino que también han modificado nuestro cuerpo y la relación que nuestros cuerpos tienen con el mundo. De ahí que el eje conductor de este libro sean los sentidos y no la química. La organización en torno a conceptos clave relativos a los sentidos (el oído, el color, el olor, el sabor y el tacto) y a otros procesos corporales como las emociones (el miedo, en particular), la salud y, finalmente, el poder y el futuro, permite a Ordóñez y a Pérez-Galdós alejarse de las tradicionales historias de la química, elaborando microhistorias en las que el énfasis recae en la aplicación de la química y en los problemas a los que intentaba dar solución. Sin renunciar en ningún momento al rigor científico, el libro expone de una manera clara y amena los principales momentos de la historia de la química, desde los procesos más intuitivos (como es el caso de la salazón) hasta las últimas innovaciones, pasando por momentos clave como la alquimia y la constitución de la química como disciplina.
Esta historia de la química a través de los sentidos y las emociones no habría sido posible sin la diversidad de fuentes empleadas por los autores, propiciada por la propia editorial Lunwerg. Junto a textos clásicos de la química y artículos académicos sobre temas específicos aparecen continuamente pasajes literarios, como el que abre la obra, referencias filosóficas o antropológicas e, incluso, de divulgación. Es precisamente esta riqueza textual la que permite analizar la química como un elemento cultural que impregna la cotidianeidad de nuestras acciones, ya que muestra su presencia en distintos ámbitos. Sin embargo, lo más característico de este libro son las ilustraciones. A excepción de la corta introducción, no hay apenas páginas que no estén ilustradas. Además, a diferencia de otros textos, en El mundo y la química las imágenes no ocupan un lugar secundario meramente ilustrativo, sino que tienen peso en sí mismas. Las pinturas, las fotografías y las imágenes cinematográficas que aparecen relatan, ellas también, diversos episodios relacionados con el problema general, mostrando su alcance social y cultural. De ahí que, nuevamente, Ordóñez y Pérez-Galdós hayan optado por la variedad de géneros. Por ejemplo, una obra clásica en la historia del arte de Occidente como La libertad guiando al pueblo de Delacroix (p. 157) sirve para enlazar las revoluciones políticas con su compromiso con la industria química, proveedora de los explosivos a los que alude la imagen. Ilustran también el libro fotografías científicas e imágenes más populares, como un cartel de Coca-Cola (p. 117). Precisamente por la facilidad con que el cartel es identificable como tal por el espectador, no necesita de más descripción que la fórmula química de la bebida. De esta forma, la presencia de la química en nuestros hábitos alimenticios y sociales queda demostrada con este cartel.
Sin embargo, el alcance de este libro no es sólo la historia de Occidente. Al contrario, incluye también documentos históricos pertenecientes a otras culturas, como el códice prehispánico mesoamericano Fejérváry-Mayer (también conocido como el Tonalamalt de los pochtecas, p. 101) o láminas del manuscrito hindú Nimatnamai Nasir al-Din Shah (1495-1505, p. 79). Ambas imágenes muestran diversos procesos químicos y se insertan en la narración del texto. Sin embargo, el hecho de no estar planteado como una historia de la química como disciplina sino de los procesos químicos y su función social, impide caer en una historia progresiva, en la que cada resultado daría pie al siguiente. Al contrario, la propia estructura del libro y la diversidad de sus fuentes permite narrar esta historia como microhistorias interconectadas, no enlazadas en un gran relato.
El mundo y la química trata, por tanto, de la historia de la química en nuestros cuerpos, pero también de lo que nuestros cuerpos hacen con la química en el mundo. El ejemplo más claro del libro es la guerra. La introducción de los gases químicos en 1915, durante la Primera Guerra mundial, supuso no sólo la alianza entre la ciencia y el ámbito militar, sino también un cambio en la manera de hacer y de preparar la guerra. Así, junto a los venenos y los explosivos, este capítulo dedicado al miedo muestra que los efectos de la química sobre el mundo y sobre los cuerpos son tales que pueden llegar a arrasar campos y matarnos.
Publicado con ocasión del año internacional de la ciencia (2011), El mundo y la química es una excelente muestra de la nueva historia cultural de la ciencia, en la que el relato de los descubrimientos científicos es inseparable de su contexto social, cultural y político. Ordóñez y Pérez-Galdós contribuyen a esta historia con datos y reflexiones de gran rigor científico, pero también incorporando una nueva perspectiva: es el paso de las sustancias y los instrumentos a los cuerpos.