Ágata Timón García-Longoria. Coordinadora de comunicación y divulgación y miembro de la comisión de género del Instituto de Ciencias Matemáticas.
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Ágata Timón García-Longoria. Coordinadora de comunicación y divulgación y miembro de la comisión de género del Instituto de Ciencias Matemáticas.

Mujeres, matemáticas y viceversa

Los estereotipos de género son uno de los principales culpables de la brecha entre géneros en los campos científicos, brecha que se agudiza dramáticamente en el caso de las matemáticas.

"A mí antes se me daban bien las matemáticas, hasta gané un concurso en 4º de ESO, pero eso fue antes de volverme tonta". Escucho esta frase sin disimular mi perplejidad, de boca de una de las estudiantes de 2º de bachillerato que han acudido al Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT) a participar en uno de los talleres que hemos organizado en torno a la iniciativa del 11 de febrero, Día internacional de la mujer y la niña en la Ciencia. Sus compañeras ríen, su profesor, al lado, hace como si no la hubiese oído, y le pregunta por el concurso: "¿A cuál de ellos te presentaste?"

Es 6 de febrero de 2019, aunque por un momento podría parecer que estamos en 1960. A lo largo del taller las chicas van perdiendo la timidez y empiezan a participar de manera más decidida, contestando, aun con dudas, a las preguntas lanzadas por Ana Bravo, profesora de la UAM, miembro del ICMAT y directora de la Comisión de Género del centro. Sin embargo, vuelvo a oír, al menos en otras dos ocasiones, comentarios parecidos al primero: mujeres señalando su poca valía matemática, ofreciendo disculpas antes de haber cometido ningún error. Aunque, de hecho, están aquí para equivocarse, ya que de eso trata hacer matemáticas: asumir un desafío, tratar de resolverlo, fallar mil veces, hasta, quizás, llegar a la solución en algún momento.

Cuando termina el taller, hablamos con las investigadoras que lo han impartido. ¿Qué nos pasa a las mujeres con las matemáticas? O, ¿qué les pasa a las matemáticas con las mujeres? Los datos [Informe Mujeres investigadoras CSIC 2018] muestran que en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la principal institución científica en España, las mujeres representan un porcentaje muy similar al de sus compañeros masculinos: son el 45,59% del personal funcionario de la institución, y un 41,35% del personal científico. Sin embargo, estos datos no son tan alentadores: según avanza la carrera, las cifras se reducen, las mujeres desaparecen. Aunque en la etapa predoctoral el porcentaje de mujeres supera la paridad (52,29%), en la postdoctoral se reduce a un 44,41%, para caer a un 40,15% en científico titular, un 35,83% en investigador científico, y un 25,04% en profesor de investigación, la categoría más alta.

Pero si la brecha de género es un problema en la ciencia en general, en matemáticas es un drama. Por áreas de investigación, la que engloba a las Matemáticas (Ciencia y Tecnología Físicas) en el CSIC es la que presenta mayor desequilibrio entre hombres y mujeres. Las mujeres representan un 21,47% del personal investigador fijo. En el ICMAT, el único instituto de matemáticas del CSIC, los porcentajes de mujeres en cada una de las categorías son los siguientes: en puestos permanentes (faculty), cuatro mujeres sobre 50, es decir, un 8% (frente al 21,47% del área de Ciencias y Tecnologías Físicas); en puestos postdoctorales, 11 mujeres sobre 42, es decir, un 26,19% (frente al 27,83% del área de Ciencias y Tecnologías Físicas); en puestos predoctorales, cinco mujeres sobre 50, es decir, un 10% (frente al 35,12% del área de Ciencias y Tecnologías Físicas).


Estamos desperdiciando una gran parte del talento matemático. La matemática no deja de ser una ciencia hecha por personas, y por tanto, cuanto más diversos sean los individuos que la desarrollan (que se plantean los problemas, que proponen definiciones, que idean aplicaciones, que trazan nuevos caminos...) más rica y poderosa será

Y lo peor es que la situación, lejos de mejorar con los años, empeora, paradójicamente (o no), a la vez que crece el prestigio de las matemáticas. Mientras que en la universidad aumenta la nota exigida para acceder a la carrera (del 5,99 en 2014 al 9,26 en 2017 según un estudio de la Real Sociedad Matemática Española) y crece el número de alumnos matriculados en sus aulas (de los 7.369 en el curso 2008-2009 a los 11.526 en el presente, según cifras del Sistema Integrado de Información Universitaria), el porcentaje de mujeres se reduce del 46% al 38%. No es que no les alcancen las notas (siguen manteniendo una mayor media que sus compañeros varones), es que las chicas ya no quieren estudiar matemáticas.

Esta afirmación es tramposa. Lo cierto es que la raíz de esta desigualdad es profunda, y no se puede simplificar a que a las chicas no les gustan las mates. En nuestra sociedad existe una intrincada creencia de que las mujeres no son buenas (o al menos, son peores que los varones) en las labores intelectuales "más difíciles", para las que se requiere una "mayor genialidad". En otras tareas, tremendamente importantes, pero con un prestigio social mucho menor (vinculadas a los cuidados, a lo doméstico), la situación es la opuesta: hay muchas más mujeres que hombres. De nuevo, opera el reconocimiento, pero de forma inversa: los campos "menos prestigiosos" atraen más a las mujeres y mucho menos a los hombres. De esta manera, cuando la informática era considerada una disciplina hermanada con la secretaría, el porcentaje de ocupación de mujeres era mucho mayor que el de hombres. A medida que fue adquiriendo mayor valor social, fueron los hombres quienes no solo lideraban el campo, sino que ocupan casi la totalidad de sus puestos. Preguntad en cualquier escuela de ingeniería informática. De la misma manera, cuando la ocupación más popular de los licenciados en matemáticas era la docencia (de nuevo, una profesión con menor prestigio social que, por ejemplo, un analista de datos para una nueva empresa tecnológica), las chicas tendían a escogerla mucho más que ahora, que las matemáticas son lo nuevo más.

Esta situación es tremendamente dañina para la ciencia. Por un lado, estamos desperdiciando una gran parte del talento matemático, que se pierde en el camino de la carrera científica. Por otro, la matemática no deja de ser una ciencia hecha por personas, y por tanto, cuanto más diversos sean los individuos que la desarrollan (que se plantean los problemas, que proponen definiciones, que idean aplicaciones, que trazan nuevos caminos), más rica y poderosa será. Esta diversidad no debe limitarse al género, sino también abarcar otras realidades socioeconómicas y geopolíticas.

Pero, además, es una situación muy injusta en el seno de nuestra sociedad: está fallando el mecanismo de ingreso de las mujeres (y de las personas racializadas, de entornos socioeconómicos desfavorecidos, etc.) a determinadas posiciones, especialmente a aquellas con mayor valía dentro de nuestro sistema. Algunos dirán que no hay nada que impida su ingreso, no existen barreras legales (lo que, tras siglos y siglos de historia de la ciencia, es por fin relativamente cierto), que simplemente no les interesa, que es cuestión de gustos, y que no podemos obligar a nadie a hacer algo que no quiere. El problema es que el sistema de creencias que determina esos gustos, esos intereses, esta autoconciencia (la misma que hace a una estudiante de bachillerato con un nueve en matemáticas autodenominarse "tonta"), son construcciones sociales de las que, por mucho que queramos desentendernos, somos responsables. Y son precisamente los estereotipos de género uno de los principales culpables de la brecha entre sexos en campos científicos.

Y, ¿qué hacemos? El problema es poliédrico y la respuesta también debe serla. Y, a quién queremos engañar, la solución no es sencilla. Lo fundamental es responsabilizarnos, en todos los niveles, y trabajar de forma conjunta para provocar un cambio real. WOMAT, la asociación de mujeres investigadoras en matemáticas, con base en Madrid puesta en marcha por Makrina Agaoglou y Patricia Contreras Tejada, investigadoras del ICMAT, es un claro ejemplo. "La comunidad matemática debe velar por que las mujeres se sientan apoyadas en su trabajo, animarlas a continuar con la carrera académica y atraer a más mujeres hacia puestos de trabajo en investigación", aseguran. El objetivo de la agrupación es "facilitar el camino hacia una comunidad matemática más inclusiva en Madrid". ¿Cómo lo piensan hacer? Su primera actividad es un encuentro mensual entre mujeres matemáticas, con el objetivo de "estimular la comunicación y la interacción entre mujeres que trabajen en matemáticas en Madrid y ofrecer un espacio donde las mujeres puedan charlar sobre las circunstancias que les afectan como mujeres matemáticas". A esto se sumará, en breve, la creación de una web, en la página del ICMAT; la difusión de carteles informativos que incitan a la reflexión sobre cuestiones de género en las facultades o departamentos de matemáticas... a fin de cuentas, concienciar a la comunidad científica del problema.

Dirigida hacia otro público se sitúa "Mi científica favorita", una iniciativa de la Oficina de Comunicación y Divulgación, en colaboración con la Comisión de Género del ICMAT. Con este proyecto se visibiliza a mujeres científicas a lo largo de la historia, con el fin de ofrecer modelos para romper prejuicios de género y fomentar las vocaciones científicas entre las niñas y niños. Para ello, se propone al alumnado de primaria indagar sobre la vida y obra de mujeres científicas y realizar una obra gráfica que represente su trabajo científico. Estas piezas son el contenido principal de un libro que se edita desde el ICMAT y se distribuye entre los centros participantes, bibliotecas, consejerías de igualdad...

En total han participado más de 2600 estudiantes y 80 profesores de 43 colegios de toda España. Ya han salido a la luz dos ediciones, y la tercera está en marcha. En ellos se incluyen los perfiles de 61 científicas que no cumplen los estereotipos de género y, por tanto, los cuestionan. Además, este proyecto se construye en colaboración con los profesores/as de primaria, ya que, según muestran diversos estudios, su rol es fundamental en el refuerzo o cuestionamiento de los estereotipos. Solo con un esfuerzo conjunto (que involucre a padres y madres, profesorado, medios de comunicación, agentes culturales, políticos, etc.) es posible llevar a cabo el cambio necesario y caminar, de forma decida, hacia una sociedad, y a una matemática, más justa. Y más fuerte.

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