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Autor
Miguel Ángel Alario Franco (Universidad Complutense de Madrid)

Miguel Ángel Alario y Franco. Premio "Miguel Catalán" de Investigación, 2010

En Junio de 1957, el año en que fallecía Miguel Catalán, salía yo del Instituto de San Isidro, en la calle de Toledo en Madrid, apenas a un kilómetro de aquí, con mis quince años, mi título de bachiller bajo el brazo (es un decir pues, en la práctica, el título tardaba bastante más de un año en expedirse), la seguridad de estudiar una carrera de Ciencias y cierta predisposición hacia la Química, tras las enseñanzas que de ella me prodigaron el catedrático, D. Faustino Moreno, que se jubiló ese año, y su ayudante, D. Joaquín Abejer que nos deleitaba con unas estupendas <strong><em>experiencias de cátedra</em></strong> que mostraban el carácter eminentemente experimental de dicha rama de las Ciencias de la Naturaleza.
No imaginaba, no podía imaginar yo, en aquel entonces que, más de medio siglo después, la Comunidad de Madrid –que en esa lejana época no existía, y que nadie en el ancho mundo podía imaginar siquiera que algún día iba a existir- me iba a conceder un premio científico tan distinguido como el Premio “Miguel Catalán”. Y obvio es que, en esos cincuenta y cuatro años han ocurrido muchas cosas en el Mundo, en España y en la Comunidad de Madrid y muchas cosas me han ocurrido a mí mismo. Cosas que, no solo debido a la labor purificadora que da una perspectiva tan amplia, han sido, por lo general, buenas. No quiero decir que todas hayan sido buenas, claro, quiero decir que he estado y, sobre todo, que estoy, más cerca de un estado de bienestar – del estar bien- que de un valle de lágrimas y que a eso han contribuido muchas cosas y sobre todo muchas personas.
Colegiata de San Isidro Madrid

El conseguir una distinción de la categoría del Premio “Miguel Catalán” 2010 a una carrera científica, es un grande honor, honor que, no obstante, genera una serie de deudas. Esto puede resultar chocante a primera vista, porque el Premio “Miguel Catalán va acompañado de una interesante dotación económica. Pero sí, créanme: genera deudas, muchas y grandes deudas… con diferentes instituciones y..., más aun, con diferentes personas. Y ello obliga a que, antes que nada, abra el capítulo de los agradecimientos.

Como instituciones, claro esta, hay que citar, muy en primer lugar, a la Comunidad de Madrid, que le instituyó y a la consejería de Educación que le otorga mostrando ambas en ello, gran interés por la Ciencia, o sea gran interés por el futuro. Pero, quizá aun más notorias son las deudas con las personas que, a lo largo de todos estos años, han allanado el camino y me han permitido escalar semejante montaña.

Desde luego a mis padres, Ángel, maestro nacional, que fue capaz de enseñarme a leer a los tres años (¿Qué dirán los pedagogos?) y Carmen, madre ejemplar en tiempos de posguerra incivil; y a mi hermano José Antonio, laborante de lujo en el laboratorio que conseguí montar en nuestra casa de Carabanchel Bajo, y al que venían algunos compañeros de carrera a practicar y donde llegamos a preparar, además de otras cosas más fáciles, dos o tres gotas de tricloruro de boro. Una síntesis que tiene su mérito, sobre todo en aquellas precarias circunstancias.

Se preguntaran Vds., ¿cuál ha sido mi contribución? Pues he hecho desde luego algunas cosas. Pero sobre todo he creído en el valor del conocimiento y en el valor del esfuerzo

Y también va mi agradecimiento a mis estudiantes de doctorado desde la primera, María José Torralvo hasta el último, por ahora, Ángel Arévalo, por cierto un físico mejicano, y a los mas de cien científicos españoles y extranjeros, que a mi grupo de investigación han venido a formarse o, ya formados, a participar en nuestros trabajos y trabajar en nuestros laboratorios.

Y permitidme, también, que agradezca a la Doctora Maestro, Marisa, mi mujer, su apoyo constante en estos últimos años. Y a las autoridades de la Universidad Complutense, en particular al rector y a los vicerrectores Andradas y Acebal que presentaron la candidatura; a los miembros del departamento de Química Inorgánica I y al grupo de Químicos y de Físicos del Estado Sólido españoles y extranjeros que la apoyaron, con cariño y entusiasmo; algunos de estos nos acompañan aquí: ¡Gracias, compañeros!

Y si los demás han hecho tanto por mí, se preguntaran Vds., ¿cuál ha sido mi contribución? O, parafraseando el célebre título del cineasta Almodóvar- ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Pues he hecho desde luego algunas cosas. Pero sobre todo he creído en el valor del conocimiento y en el valor del esfuerzo. Esto ha implicado algún que otro sacrificio, imprescindible para conseguir aquel y eso me ha llevado a dedicarme con interés, entusiasmo y mucha dedicación a unas tareas arduas y complejas en tiempos inicialmente difíciles.

Por dar un ejemplo, en la biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, en los años 60, solo había un libro de Química Inorgánica -el Riesenfeld- y estaba en alemán, que en nuestra promoción solo conocía Oscar Lomüller –quien, como su nombre indica, era alemán...-y que nos echaba una mano.

Y ya que estoy hablando de idiomas y lenguas, y por si fuera de interés para las generaciones venideras, quería señalar que un factor decisivo en mi formación científica ha sido aprender inglés – yo venía de la enseñanza media francófona, hoy casi extinguida- y fue durante la tesis doctoral que, con gran componente autodidacto, pude aprender la lengua de Albión. Y ello me ha facilitado grandemente el integrarme en los circuitos científicos internacionales en Química del Estado Sólido y, por citar un ejemplo, llegar a presidir una Conferencia Gordon en Oxford en 2003. Así que me parece una buena idea que haya cada vez más colegios bilingües de español e inglés en nuestra comunidad y me agrada que la protagonista del anuncio de los mismos sea un alevín de química: No en balde celebramos en 2011 el año internacional de nuestra ciencia.

Por dar otro ejemplo de aquellas dificultades, tuve que construir yo mismo los aparatos de medida y tratamiento térmico: hornos, líneas de vacío, estructuras metálicas de soporte..., que me permitieron realizar mi tesis doctoral y que fueron utilizados después por varios de mis estudiantes. Permitidme también que recuerde en este momento, con mucho afecto y reconocimiento, a mi director de Tesis, el Profesor Andrés Mata Arjona, maestro y amigo entrañable y cuya muy reciente desaparición le ha impedido venir a este estupendo acto en el que mucho hubiera disfrutado.

Bien pues esos interés, entusiasmo y mucha dedicación vienen compensados por cosas, como el Premio Miguel Catalán. Pero no solo por eso. También porque la vocación, que generalmente se hace y no nace, de la misma manera que es la función la que crea el órgano, la vocación, decía, se complementa con el gusto por la labor realizada: Bienaventurados aquellos a quienes les gusta su trabajo.

Si hubiera pues que definirme con una pincelada, diría que soy un corredor de fondo al que le gusta correr, pero también entrenarse.

Poco después de la concesión a mi antiguo y buen amigo Sir Harry Kroto del PN de Q en 1996, por su descubrimiento de los fullerenos, que han dado lugar a la nanociencia y hasta a la nanotecnología, coincidimos en la Reunión Bienal de la Real Sociedad Española de Química celebrada en Cádiz, donde éramos conferenciantes invitados.

Bien, pues en el curso de una muy española visita a una famosa bodega andaluza, y tras degustar unas cuantas copas de manzanilla y unas buenas lonchas de jamón, le pregunté:

- Harry: ¿Qué se siente cuando a uno le dan el Premio Nobel?
Y me contestó:
- Miguel: Se siente una gran alegría y otras tres cosas:
- La satisfacción que supone el reconocimiento social.
- Lo que os complacéis los buenos amigos
-¡Lo que sufren los enemigos..
.!
Bueno, pues yo, enemigos, lo que se dice enemigos, no tengo...o, al menos, no son lo suficientemente importantes como para haberlos notado.

Pero amigos, lo que se dice amigos, tengo muchos: Químicos y no-químicos con el mayor exponente…Y muchos de ellos están –estáis- aquí y ahora y mucho os lo agradezco.

A lo largo de mi vida he seguido un lema y tenido una divisa. La divisa es de Virgilio: Felix qui potuit rerum cognoscere causas.

Dichosos los que son capaces de conocer la causa de las cosas. Intentar comprender: ¡He ahí la clave!

En cuanto al lema, recoge las cuatro columnas que requiere la creación de una escuela científica, que es lo que en realidad me ha traído hasta aquí. Esos cuatro pilares son:
Saber,
          saber hacer,
                              hacer y
                                          hacer saber.
Ese ha sido pues mi emblema y, gracias a las personas que acabo de mencionar con mi gratitud, he podido ir navegando, partiendo casi de cero para irle haciendo realidad, hasta llegar a esta cumbre.

De hecho, este año de 2011, es mi anus mirabilis

En mi vida –pues gracias a mis hijos se va a incrementar el número de nietos: dos más. Uno que ha nacido hace apenas tres semanas y otro, que va a tener mi hija Beatriz (y Pedro, su marido), aquí presente: ¡Gracias Bea por venir en ese “estado de buena esperanza”! Así que ya tengo cinco + 2.

Y, en mi carrera –ya que este año he recibido dos importantes Premios Científicos, el Premio Méjico –considerado el Premio Cervantes de la Ciencia, y que si no tiene tanta resonancia mediática como aquél es por la inaceptable brecha que todavía existe ente Ciencia y Cultura- y el Premio Miguel Catalán- y hace justo veinte años que recibí el Premio Jaime I de Investigación.

Y ese premio, el Jaime I, como este de hoy, tampoco fue una meta. Fue un estímulo estupendo para emprender nuevas líneas de investigación, como el Laboratorio Complutense de Altas Presiones que también ha dado sus frutos, como hoy estamos viendo.

Permitidme que aproveche esta excepcional ocasión, para pedir a las autoridades, tanto de la Comunidad como de mi Universidad, que nos apoyen un poquito para desarrollar un poco más ese laboratorio –único en España y actualmente limitado a 80 kilobares-. Esto corresponde a una presión de 80 toneladas por centímetro cuadrado: Algo así como poner cuatro autobuses urbanos encima de una moneda de un euro… Pues eso, que parece mucho, que es, en realidad mucho, es solo un tercio de lo que nuestros competidores alcanzan y, consecuentemente, pueden explorar tres veces más territorio en la búsqueda de materiales que nosotros.

Para terminar, diré que ninguna frase podría expresar mejor mi estado de ánimo en estos momentos que aquella en que nos dice Cervantes: "Una de las cosas que más debe dar contento a un hombre [...] es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa [...]".

Bien, pues, parafraseando a Alejo Carpentier al recibir el Premio Cervantes en 1977:

“Viviendo estoy: a la vista está. Impreso y en estampa fui. Buen nombre tuve, pero acaso, gracias al Premio Miguel Catalán, mucho mejor lo tenga ahora”.

Por ello, por todo ello: ¡Gracias! ¡Muchas Gracias!

Madrid, Casa de Correos: 5 de Abril de 2011.

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