Fecha
Autor
Juan Pimentel (Centro de Ciencias Humanas y Sociales. CSIC)

Malaspina, la biodiversidad y las humanidades

El año pasado se cumplió el bicentenario de la muerte de Alejandro Malaspina, el navegante que dirigió la gran expedición política y científica a América y el Pacífico entre 1789 y 1794. Aprovechando la efeméride y que el 2010 también se declaró el año internacional de la biodiversidad, se bautizó con el nombre del italiano la exploración oceanográfica alrededor del mundo del Hespérides, un viaje impulsado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Armada. La expedición Malaspina fue una empresa enciclopédica en la que convivieron hidrografía, historia natural, etnografía, investigación sobre los mercados, historia y hasta filosofía política. La actual es un proyecto multidisciplinar centrado en la investigación del impacto del cambio global en el ecosistema del océano y explorar su biodiversidad, particularmente en el océano profundo.

Malaspina

Trazar analogías, establecer similitudes y genealogías son prácticas habituales entre los historiadores, los científicos y los periodistas. Algunas de ellas son oportunas, otras iluminadoras, aunque también las hay oportunistas e incluso disparatadas. Una de éstas, por ejemplo, sería convertir al navegante italiano en un precursor de la sostenibilidad del planeta. Los ilustrados fueron muchas cosas, pero el ecologismo (el movimiento conservacionista de la naturaleza) sólo se dio una vez que fue visible el impacto de la actividad humana sobre los recursos naturales y una vez que el hombre tuvo medios técnicos para alterar a gran escala el medio (dos hechos que sucedieron ya muy avanzado el siglo XIX). Otra ecuación apresurada, aunque políticamente correcta y bastante à la page, sería vincular de un plumazo ciencia, desarrollo sostenible y protección del medioambiente, una relación no tan idílica como muchos quisieran. Una cosa es que haya ecologistas entre los científicos (o morenos o de izquierdas) y otra muy distinta negar dos hechos históricos (uno global y otro local) sobre los que merece la pena recapacitar y que hemos olvidado en medio de estas celebraciones: uno, que la ciencia es y ha sido parte del problema (y no sólo su solución), y dos, que la expedición. Malaspina no sólo fue una brillante empresa de la Ilustración española, sino que al regreso encarcelaron al italiano y los materiales del viaje quedaron sepultados en los archivos.

La promesa del progreso ilimitado, la retórica de la utilidad y la expansión de la ciencia y el comercio sobre todo el planeta no fueron ajenas al ideario ilustrado. Tampoco son extrañas a las fuertes crisis financieras, políticas y medioambientales que hoy nos sacuden. El sombrío diagnóstico que Horkheimer y Adorno sellaron en La dialéctica de la Ilustración (1944) nos sigue alertando sobre las últimas consecuencias de la entronización de la razón totalizadora y la cosificación del hombre. "La maldición del progreso imparable -decían- es la imparable regresión". Visto así, en términos planetarios, muchos de los problemas no proceden de la ausencia, sino tal vez de un exceso de Ilustración.

La expedición Malaspina fue una empresa enciclopédica en la que convivieron hidrografía, historia natural, etnografía, investigación sobre los mercados, historia y hasta filosofía política

En España, sin embargo, la falta de continuidad de las políticas científicas, echar por tierra lo hecho en el pasado, el frecuente desprecio por todo lo que exige paciencia, discreción y trabajo sostenido (la ciencia, la propia investigación en humanidades, por ejemplo), se debe más bien a una Ilustración insuficiente. Así que estamos ante varias paradojas: la ciencia, la Ilustración, el progreso, la biodiversidad o la sostenibilidad son cuestiones de naturaleza compleja y sólo se pueden presentar de manera simplificada al ciudadano en modo mediático y propagandístico. O sea, en formato televisivo y electoral: para manipularle, no para informarle, y ni mucho menos para formarle.

La formación de los ciudadanos en la cultura científica no supone adiestrarlos ni arengarlos, sino acercarles a los problemas del pasado y el presente para que ellos se formen una opinión. Y aquí entran la historia y en general las humanidades, esas disciplinas poco rentables, poco competitivas en los mercados, poco resolutivas, es decir, poco mediáticas, poco electorales. ¿Para qué sirven? Pues precisamente para eso: para problematizar las cosas, para enriquecer nuestra experiencia como seres humanos, para saber más y tener mejor información con que afrontar los problemas del mundo.

Más de dos siglos después, la expedición Malaspina y en general el Siglo de las Luces nos sigue enseñando muchas cosas. Una de ellas es lo mucho que le deben las ciencias sociales a las ciencias naturales (en cuyos métodos se inspiraron y se siguen inspirando). Pero otra es lo mucho que han crecido las ciencias naturales gracias a las humanidades. El navegante italiano, que por cierto tuvo una doble formación humanística y científica (escribió su tesis sobre física en latín a los 17 años), no pudo advertir el peligro de la extinción de las especies, ni el deterioro de los ecosistemas. Era demasiado pronto para él y para todos sus contemporáneos, como hemos dicho. Sin embargo, lo que si detectó y denunció con lucidez fueron las funestas consecuencias de la expansión europea sobre los pueblos y las culturas de América y el Océano Pacífico. Los primeros ejemplos de atentados contra los equilibrios se dieron en el ámbito de las sociedades humanas. Los primeros ejemplos de extinción y pérdida irreparable de la diversidad se dieron igualmente en el terreno de lo humano. Las primeras denuncias de los límites y las sombras de la Ilustración se dieron en el mismo siglo XVIII. Y por todo esto, las humanidades, aunque poco rentables, poco eficaces y bastante relegadas en el contexto de nuestras políticas científicas, siguen ofreciendo una perspectiva iluminadora, es decir, un conjunto de experiencias útiles sobre problemas tan vigentes como la sostenibilidad, la biodiversidad y los márgenes de nuestra insuficiente (o desproporcionada) Ilustración.

Añadir nuevo comentario