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Autor
Xavier Pujol Gebellí

Los costes ocultos de Galápagos

El pasado 16 de enero el buque Jessica embarrancó frente a las costas de las islas Galápagos. Durante los primeros días del desastre ecológico, muchos se temieron lo peor, incluidos los responsables de la gestión de un parque natural declarado patrimonio de la humanidad que han optado por la preservación a ultranza de un hábitat como modelo de desarrollo sostenible. El vertido, en este caso no de crudo sino de combustible, alcanzó las costas de alguna de las islas del archipiélago y pronto aparecieron los primeros cadáveres de animales contaminados.
La suerte se alió por una vez con la Naturaleza. Felipe Cruz, responsable del proyecto conservacionista Isabela y exdirector del Parque Nacional Galápagos, recordaba en una visita reciente a Barcelona como las corrientes marinas se llevaron mar adentro buena parte del vertido y como las características climatológicas sumadas al tipo de combustible liberado por el Jessica, propiciaron que otra parte se evaporara. Al final, las condiciones naturales del sistema junto con la rápida actuación de los responsables del parque consiguieron que el impacto del vertido fuera más visual que no ecológico. Fue un impacto emocional y mediático, afirmó con un amago de sonrisa durante una conversación privada.

El impacto ecológico, según ha podido constatarse posteriormente a través de un monitoraje continuado de la flora y la fauna, tanto en las playas como en los fondos marinos, parece haber sido mínimo. El recuento permite contar los animales muertos "con los dedos de una mano". Pero a enor de lo expuesto por Cruz, el accidente ha dejado secuelas que podrían acabar influyendo negativamente tanto en el modelo de gestión como en los proyectos de investigación que se desarrollan habitualmente en Galápagos. Las tareas de limpieza provocadas por los 270.000 galones de combustible liberados por el Jessica costaron unos dos millones de dólares (unos 370 millones de pesetas). El accidente vació las arcas de Galápagos, lamentó Cruz. Es el primero de los costes ocultos del accidente.

La cifra invertida en limpieza es equivalente al mantenimiento anual del Parque Nacional. Según Cruz, esta cantidad difícilmente va a recuperarse puesto que, al parecer, la compañía de seguros con la que operaba el Jessica indicó que el barco carecía de la prima correspondiente. Por su parte, el armador se declaró en quiebra. A todo ello, el exdirector del parque añade las dificultades de caja provocadas por la actual situación mundial. La gente no se atreve a volar, está anulando sus reservas para Galápagos, señaló en referencia a los atentados del pasado 11 de septiembre contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Mal asunto, añadía, si se tiene en cuenta que parte del presupuesto de mantenimiento del parque depende de una afluencia tan controlada de visitas que obliga a reservar plaza con al menos dos años de antelación.

La situación, sin ser catastrófica, puesto que Galápagos también se nutre de aportaciones de organismos internacionales y de donaciones individuales y de organizaciones no gubernamentales (ONG), es "preocupante", en opinión de Cruz. También es harto significativa acerca de cómo puede influir en los costes de mantenimiento de un espacio natural y de cómo estos pueden verse alterados por una influencia externa que, aunque evitable, hoy por hoy resulta imprevisible.

PROYECTOS DE PRESERVACIÓN

La falta de dinero líquido, razonaba Cruz, puede influir negativamente en proyectos de tanto calado como la lucha contra bioinvasores, uno de los caballos de batalla más significativos en Galápagos. La lucha se centra en animales tan aparentemente inofensivos como perros, gatos, cerdos o cabras salvajes. De estas últimas se calcula que habrá en las islas una población que supera los 100.000 ejemplares. Cantidad más que suficiente para arrasar la flora autóctona e impulsar un proceso de desertificación qu puede llegar a ser irreversible si escapa de control. En un solo año, admitió Cruz, las autoridades de Galápagos detectaron la entrada, en su mayor parte accidental, de 120 especies animales y vegetales.

El interés por la preservación a ultranza de un hábitat tiene un doble calado. Cruz defiende que los espacios naturales son, en la actualidad, islas más o menos extensas de naturaleza. Incluye en esa definición desde la selva amazónica hasta las sabanas centroafricanas, pasando por la Antártida, las propias Galápagos o cualquiera de los parques nacionales que existen en España.

El mantenimiento de sus condiciones naturales exige una "intervención mínima" y una "máxima vigilancia". No sólo con respecto a la actividad humana, lo menos intervencionista posible, sino también de la natural, puesto que los mecanismos de colonización de especies vegetales y animales pueden acabar alterando sustancialmente cualquier paisaje.

Este tipo de mantenimiento, acaba Cruz, exige la expulsión de cualquier extraño, incluido el ser humano. Pero, a cambio, permite no solo la preservación sino también un retorno económico que transforma el modelo en sostenible. Esa, defiende, es su experiencia en Galápagos, donde el turista acaba pagando por un acceso restringido pero suficientemente representativo. El resto del entorno "corresponde a la ciencia". Es otro de los costes ocultos aunque, tal vez, el que más apetezca pagar.

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