Las tendencias europeas de la innovación
El retraso de la Unión Europea en materia de innovación y transferencia de tecnología es un problema endémico que arranca, muy probablemente, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y que coincide con el auge de Estados Unidos como primera potencia mundial.<br>
Durante medio siglo, los indicadores se han empeñado en hacer evidente que, en su conjunto, Europa es capaz de generar conocimiento de primera línea internacional pero que ha carecido, salvo notables excepciones, del liderazgo y los mecanismos suficientes para transferir ese conocimiento al sector productivo. El último informe elaborado por la Comisión Europea, dado a conocer el pasado 1 de octubre por Erkki Liikanen, comisario europeo de la Sociedad de la Información, no ha hecho más que confirmar la situación de desventaja de Europa con respecto a Estados Unidos y Japón.
El informe agrupa 17 indicadores que dan cuenta de los mecanismos sobre los que se asienta la innovación y su transferencia en los últimos cinco años. Entre otros, los relativos a recursos humanos, producción de conocimiento, transmisión y aplicación del conocimiento adquirido o generado y financiación de la innovación. Para la mayor parte de los índices, pese a una cierta mejora en relación a períodos anteriores, la Europa comunitaria se mantiene por detrás de Estados Unidos y Japón, aunque algunos países destacan como líderes mundiales en algunas áreas. Por ejemplo, Reino Unido, Irlanda y Francia ocupan los primeros puestos mundiales en cuanto a formación de ingenieros y técnicos en I+D; Finlandia, Holanda y Suecia los de gasto público en el mismo capítulo; y Holanda, Suecia y Dinamarca en número de accesos a Internet desde el hogar.
LA POSICIÓN ESPAÑOLA
La situación de España, como era previsible, no escapa a la tónica europea. Sin embargo, las estadísticas revelan que, si bien hay mejoras en estos últimos cinco años, la posición relativa del sistema científico y tecnológico español no acaba de despegar. De acuerdo con los datos del informe, tan sólo cinco de los 17 indicadores están claramente por encima de la media europea: la llegada de nuevos productos al mercado, la disponibilidad de capital para innovación, el número de licenciados en carreras científicas y técnicas y el gasto en Tecnologías de la Información y Comunicaciones.
Del análisis de estos indicadores se observa, en primer lugar, un intento por consolidar posiciones en el vertiginoso mercado de las Tecnologías de la Información. A pesar de que el volumen de inversiones es todavía modesto en este capítulo, por lo que fácilmente podría inferirse aquello de que "un poco es mucho", lo cierto es que, por lo menos, apunta la voluntad del sistema de estar ahí, aunque se vean las primeras posiciones a lo lejos.
Lo mismo cabría decir de la llegada de nuevos productos al mercado o de la disponibilidad de capital para innovación. En este caso, más allá de las cifras, de lo que cabe hablar es de una tendencia iniciada recientemente que parece consolidarse a tenor de lo que cuentan los números. Una tendencia que toma forma en políticas que incentivan la transferencia a partir de un modelo en el que la investigación aplicada tiene un mayor protagonismo que antaño.
La ligera mejoría que se desprende de estos indicadores queda empañada, sin embargo, por la contundencia con que se muestran otros índices de mayor jerarquía. En especial, la inversión pública en investigación y desarrollo, el nivel de patentes en alta tecnología y la participación española en la Sociedad de la Información, índice valorado, entre otros, por el número de accesos a Internet desde el hogar. Para todos ellos, España se queda lejos de la media europea.
De todos ellos, el que a priori parece menos grave es el referido al número de accesos a Internet. Entre otras razones, porque este es un campo en el que se ha empezado tarde y en el que va a ser el propio mercado el que acabará impulsando el índice. En este sentido, es menester citar como los accesos van incrementándose año tras año a pesar del notable atraso en infraestructuras de telecomunicaciones que aun padece España, especialmente en servicios en ancho de banda, que limitan la comodidad, medida en términos de velocidad y precio, a las prestaciones de la red. La evolución propia del sector parece condenada a incrementar los números hasta acercarlos a la media europea.
Más grave es el escaso volumen de inversión pública en I+D y el número de patentes que se conceden a investigadores españoles en alta tecnología. Ambos factores se han convertido en problemas endémicos del sistema científico y tecnológico español, incapaz de sustraerse de una tendencia que ha venido arrastrándose desde hace ya muchas décadas y que cuenta con muy escasas excepciones a la regla.
La inercia, salvo para el período 1987-92, el último en el que el sistema español logró un cierto repunte, se ha mostrado demasiado poderosa como para ser rota. Del repunte se ha pasado en el último decenio al estancamiento y de éste, según revelan las cifras, a un cierto inmovilismo que ni las sucesivas propuestas de reorganización del sistema han logrado alterar. Y lo preocupante, según cuentan los expertos, no es tanto los que muestran los números sino las tendencias que se dibujan: sin fondos públicos y con un dinero privado que no acaba de llegar pese a los intentos del Ministerio de Ciencia y Tecnología por atraer el interés de las grandes empresas, difícilmente se podrá competir en condiciones de igualdad para generar conocimiento de calidad y transferirlo al sector productivo. Habrá que esperar a nuevos análisis para ver si se confirma esta tendencia o, por el contrario, las propuestas ministeriales logran romper la inercia.