La comunidad científica internacional compite para descubrir restos de sangre de los dinosaurios.
Un hombre con perilla, pantalón beis y camisa de cuadros, visiblemente nervioso, se tocaba constantemente los muslos en una cafetería del centro de Madrid. Era el paleontólogo Enrique Peñalver. Y en los bolsillos de sus pantalones llevaba garrapatas de hace 100 millones de años, candidatas a albergar en su interior restos de la anhelada sangre de dinosaurio.
Peñalver y su equipo desayunaban antes de presentar al mundo un nuevo hallazgo: una pieza de resina fósil descubierta en una cuneta de la carretera de acceso a la cueva de El Soplao, a 80 kilómetros de Santander. En el ámbar, entre otros 40 bichos, aparece una garrapata, atrapada hace 105 millones de años, en el Cretácico inferior, cuando la actual península ibérica era una isla dominada por dinosaurios. "Es la más antigua del mundo", sentencia el paleontólogo Xavier Delclòs, de la Universidad de Barcelona (UB).
El mismo grupo de investigadores publicó hace una semana otro hallazgo insólito: el descubrimiento de otra garrapata fósil, esta vez aparecida en Myanmar y agarrada a la pluma de un dinosaurio hace 99 millones de años. "Las garrapatas actuales pueden chupar la sangre de un reptil o de un mamífero, son oportunistas. Es muy probable que las del Cretácico también lo fueran", hipotetiza Peñalver, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).
El ámbar, resina fósil, es el equivalente a la fotografía de hace millones de años. En el yacimiento de El Soplao, excavado entre 2008 y 2012, han aparecido kilos y kilos de ámbar con insectos, arañas, avispas, escarabajos y otros artrópodos congelados en el tiempo. Otros yacimientos importantes, de la misma época, se encuentran en Sant Just (Teruel) y Peñacerrada (Álava).
"Queremos demostrar por primera vez la existencia de sangre de dinosaurio en un parásito", explica Delclòs. Es una carrera internacional. En Myanmar, sin leyes adecuadas de protección del patrimonio, los yacimientos de ámbar del Cretácico se vacían a punta de pala y las piezas acaban vendidas a coleccionistas o a científicos por internet. Las muestras son tan antiguas que no se espera hallar ADN, una molécula que se degrada con facilidad, pero los investigadores sí ansían observar otros restos de la sangre de dinosaurio, como el elemento hierro o vestigios de células sanguíneas.
Peñalver muestra la pieza con la garrapata más antigua del mundo. Pertenece a una nueva especie, que todavía no ha sido clasificada. El arácnido está aplastado, sin la característica forma hinchada de las garrapatas que se acaban de alimentar. Y en el ámbar aparecen otras cuatro decenas de especies diferentes. "Esto era una masa de resina que llegó al suelo, a la hojarasca del bosque", hipotetiza Peñalver. "La garrapata quizá cayó de un árbol", especula con más fantasía el zoólogo Antonio Arillo, de la Universidad Complutense de Madrid. "Quizá cayó de un nido de dinosaurio".
UNA EXPOSICIÓN DEL ÁMBAR ESPAÑOL
El Museo Geominero del IGME, en Madrid, expondrá a partir del 22 de diciembre los principales hallazgos de los científicos españoles dedicados a estudiar el ámbar de la península ibérica. El proyecto de investigación Amberia, en el que participa el paleontólogo Enrique Peñalver, ha logrado describir 150 especies nuevas de artrópodos, congeladas en resina hace 105 millones de años. La exposición se prolongará hasta el 25 de septiembre de 2018.