El punto 12 del preámbulo de la Declaración de Budapest 1999, establece que “la investigación científica es una fuerza motriz fundamental en el campo de la salud y la protección social y que una mayor utilización del saber científico podría mejorar considerablemente el nivel de salud de la humanidad”.
Algunos hemos tratado de seguir este principio adoptando el lema Top Science to Society para promover que la ciencia genere mejoras en la vida de las personas.
Durante las dos décadas posteriores a la Declaración de Budapest, las Ciencias de la Vida han alcanzado un desarrollo nunca visto, impulsadas por el descubrimiento en 2003 del código genético por el Human Genome Project. Desde entonces, la Bioquímica, la Biología Molecular, la Biotecnología, la Biomedicina y la Nutrición confluyen sinérgicamente aportando trascendentales conocimientos sobre los mecanismos corporales humanos y su interacción con el ambiente.
Conocimientos para producir curas de enfermedades raras, para la prevención y tratamiento certeros del cáncer o para la reversión del envejecimiento (¡!), por ejemplo, están ya publicados en la bibliografía internacional, a disposición de la comunidad científica, los sistemas de salud de los países y regiones, y el sector productivo, listos para ser trasladados a la población en forma de aplicaciones innovadoras.
Si se lograse la “mayor utilización del saber científico” que proclama la Declaración de Budapest, cabría esperar maravillosos beneficios para la humanidad. Sin embargo y sin ir más lejos, la pandemia por el COVID-19 ha puesto de manifiesto, dramáticamente, que pese al amplísimo conocimiento publicado específicamente sobre los virus, cuando comenzaron las infecciones el mundo no estaba preparado para afrontarlas y hubo que aplicar el remedio del confinamiento, el mismo que se usaba en la Edad Media, con las gravísimas consecuencias que provoca.
Unos países han reaccionado pronto y sus sistemas de ciencia ya generan soluciones relevantes para la pandemia. Otros no. Los países cuyos sistemas de ciencia no están bien financiados y/o no tienen la organización necesaria para practicar estrategias de priorización que dirijan el uso de sus recursos hacia los desafíos más urgentes para la sociedad, seguirán sin prestar a su población y a la humanidad los servicios que la ciencia puede aportar y que tan bien están recogidos en el punto 4 de la Declaración de Budapest: La ciencia en la sociedad y la ciencia para la sociedad.
Como reflexión final, específicamente dirigida a los países que deben mejorar sus sistemas de ciencia, podemos decir que hay que proteger y hacer uso del talento propio. La prestigiosa revista Nature Cancer ha publicado que, a la vista de lo sucedido en la COVID-19, algunos sistemas de ciencia deben cambiar urgentemente. Una de las principales cosas a hacer por los gestores políticos es apoyar y proteger más a sus investigadores postdoctorales, cortando las hemorragias de talento brillante pero desilusionado, incorporándolos a sus sistemas de ciencia, en beneficio del bien común (What next for postdocs? Ed. Nature Cancer 1, 937, Oct 9, 2020).
La Fundación IMDEA Alimentación fue creada por la Comunidad de Madrid en noviembre de 2006 con el objetivo de realizar actividades de investigación aplicada, desarrollo tecnológico e innovación en el ámbito de la nutrición, alimentación y salud. Su seña de identidad es el estudio de la relación genes-nutrientes con especial incidencia en la prevención de enfermedades crónicas a través de la alimentación. Se trata de contribuir al bienestar de la población realizando aportaciones a la mejora de la salud y al progreso económico, llevando a cabo una investigación aplicada de vanguardia dirigida al mercado y a la cooperación con el sector empresarial.