Mientras tramonta el sol, atribulándonos
con su retractación, con su renuncia,
espolvorea en rezagada luz
nuestra amada ciudad,
ciudad ya madre.
En esa luz caduca que atardece,
hay una inspiración de permanencia,
la añadidura humana
de quienes, en la luz, nos alumbramos,
de quienes, por la luz,
nos erguimos con fe hasta nuestra forma.
En el. halo ambarino petrifican
los muros de las casas donde el hombre
se guarece del hombre y se conviene,
y se educa en ser hombre y su trabajo:
salir de su guarida a ser feliz
y hacer mejor el mundo de los hombres.
En las fachadas vivas hay ventanas,
y tras de las ventanas alguien vive,
alguien bebe de paz todo el paisaje,
alguien lee de amor todo el espacio.
Una viga en su fiel nos testimonia,
cualquier puerta nos da la expectativa,
toda escalera asciende a nuestro encuentro.
Esta ciudad habita el horizonte.
En pos de la salud, contra el desastre.
En contra del dolor, a imagen nuestra.
En la casa del hombre, al fin en casa.