Tú mismo ya cualquier día, vencido por las espantosas palabras de los adivinos, procurarás separarte de nosotros. Pues ¡cuántas fantasías en verdad pueden ellos ahora inventarte, capaces de trastornar las normas de tu vida y de perturbar con el miedo todas tus venturas! Y con razón. Pues si los hombres viesen que existe un límite preciso a sus penas, de algún modo podrían hacerle frente a las supersticiones y a las amenazas de los adivinos. Pero ahora no hay ninguna manera de resistir, ninguna posibilidad, porque hay que temer en la muerte penas eternas.