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Autor
Miguel Ángel Criado

El coronavirus produce una reducción de materia gris en el cerebro

Imágenes neurológicas muestran que las mayores alteraciones se observan en las áreas relacionadas con el olfato, según un estudio británico

Un doble escáner, uno realizado antes de la pandemia y el otro en los peores meses de la crisis, muestra que los infectados por el coronavirus tienen cambios en el cerebro no vistos en los que han escapado al virus. El estudio muestra que el descenso de materia gris es generalizado, y que las áreas más afectadas son las relacionadas con el olfato. Los autores del trabajo no saben si estos daños son provocados por el virus en sí o son consecuencia de la enfermedad. Tampoco saben si temporales o serán para siempre.

Son muchos los estudios que relacionan el contagio por coronavirus con problemas neurológicos. Entre los síntomas más comunes, incluso por delante de los respiratorios, están la anosmia o hiposmia (pérdida total o parcial del olfato, respectivamente). También, la mayoría de los afectados que sufren covid persistente refieren una cierta torpeza mental o incapacidad para la concentración. Pero, más allá de análisis de tejidos post mortem de casos fatales, había pocos trabajos que hubieran mirado qué estaba pasando en el cerebro.

Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford (Reino Unido) ha podido analizar las imágenes del cerebro de casi 800 británicos. El estudio es longitudinal, es decir con datos del mismo grupo de personas en distintos momentos. Eso otorga un extra de robustez a sus resultados. La mitad de los participantes tuvieron covid entre una resonancia y otra, tomadas con más de tres años de diferencia, lo que ha permitido comparar los cambios inducidos por el coronavirus en el cerebro y cotejarlos con las imágenes cerebrales de los no afectados.

Los resultados, publicados en la revista Nature, muestran que los infectados tenían una mayor pérdida de materia gris y más alteraciones en los tejidos cerebrales. Las diferencias eran más grandes en las partes del cerebro que intervienen en el sentido del olfato, como la corteza orbitofrontal o el giro parahipocampal. Todos estos cambios eran más acusados cuanto más edad tenían los participantes.

La investigadora del Departamento Nuffield de Neurociencia Clínica de Oxford y principal autora del estudio, Gwenaëlle Douaud, destaca que también han visto “diferencias en regiones no relacionadas con el sentido del olfato, como el polo temporal, el giro supramarginal o el cerebelo”. En cuanto al volumen global cerebral, “hubo una pérdida adicional de un 0,3% entre los participantes infectados”, añade. Esa es la media, pero hay casos de una reducción del total del cerebro del 2%, porcentaje aún mayor en las regiones olfatorias. De nuevo, el deterioro era comparativamente superior cuanto más edad tenía el sujeto.

En paralelo a la segunda resonancia, los estudiados tuvieron que realizar una serie de pruebas cognitivas de las que hacen las personas con enfermedades neurodegenerativas o tras un trauma cerebral. Aunque en general los que pasaron la covid superaron casi todos los exámenes, “mostraron un mayor declive en sus habilidades mentales para ejecutar tareas complejas”, comenta Douaud. En particular, sus puntuaciones fueron peores que los voluntarios del grupo de control en la velocidad a la hora de completar las pruebas.

El jefe del servicio de Neurología del Hospital Universitario de Albacete, Tomás Segura, lleva desde enero haciendo un estudio similar con un centenar de afectados españoles. Aún no han analizado las imágenes que han tomado de sus cerebros, pero sí los han sometido a una serie de pruebas neuropsicológicas. Han visto que, como en el estudio británico, “las ejecutan con mayor lentitud y tienen disminuida su capacidad para inhibir la atención”, dice.

Una de las fortalezas de la investigación de Oxford es que entre el primer escáner y el segundo pasaron una media de 38 meses. Otra es que la segunda imagen cerebral se hizo más de cuatro meses y medio después de la infección, lo que indicaría cierta permanencia del efecto. Además, la inmensa mayoría de los participantes, salvo 15 de ellos que fueron hospitalizados, pasaron una covid leve.

Para David García Azorín, vocal de la Sociedad Española de Neurología, “esto ofrece una oportunidad única para ver que los cambios en el cerebro se deben a la infección y no al propio envejecimiento cerebral”. Pero solo la repetición de la toma de imágenes dentro de un tiempo permitiría saber si los cambios permanecen o, como dice García Azorín, “si los dos grupos tienen un cerebro similar o el de los afectados por la covid ha empeorado”.

Lo que no saben los autores del estudio ni tienen claro los expertos españoles consultados es qué provoca qué. Existen al menos tres posibilidades que explicarían los cambios en el cerebro de los afectados por la covid. Una sería la acción directa del coronavirus sobre el sistema nervioso central. Otra opción podría ser que todo se debiera a la inflamación que acompaña a la respuesta inmune. Y hay una tercera, atestiguada por algunos trabajos: el virus se propaga por la mucosa olfativa, en la parte interior de la nariz, matando tanto neuronas olfativas como células de sostén y, por tanto, provocando la pérdida del olfato. Esto provocaría una atrofia, por falta de uso, del circuito cerebral encargado de procesar los olores. La ciencia sabe desde hace tiempo que la pérdida de algún sentido provoca cambio en la parte del cerebro relacionada. Descifrar este enigma ayudaría a saber si las alteraciones observadas son temporales o definitivas.

Ese es uno de los puntos débiles del trabajo: los investigadores no determinaron si las personas con cambios en el cerebro habían declarado tener o haber tenido pérdida de olfato. Tampoco otros trastornos de origen neurológico, como la llamada niebla mental o las cefaleas. Otra debilidad es la demografía de la muestra. Aunque equilibraron los dos grupos, infectados y no infectados, por edad, género, factores de riesgo previos o raza, limitaron el estudio a los mayores de 50 años.

El neurocientífico Segura se hace una última pregunta. El enorme alcance de la actual pandemia ha permitido estudiar el cerebro de centenares de personas a la vez. Pero, “¿qué sucede con otros virus como el de Epstein-Barr o el de la encefalitis vírica, qué impacto en el cerebro tienen todos los patógenos que nos atacan a lo largo de toda nuestra vida?”.

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