Los medios de mayor implantación en España, El País y el Mundo, han dejado de ser gratuitos en la red. La oferta de contenidos de pago de ambos medios no es la misma. No obstante, los dos buscan lo mismo: dar valor a una información diferencial que identifican con la marca de su cabecera.
La apuesta de los dos grandes de la prensa diaria española, no sólo en papel, sino también en Internet, no está exenta de riesgos. Por el momento, a
El Mundo, que ya lleva unos meses con este formato, no parece que le haya ido mal del todo. Según el último control de la Oficina de Justificación de la Difusión (OJD), del mes de septiembre, El Mundo supera con creces los 16 millones de visitas mensuales a su sitio web con casi 130 millones de páginas vistas (índice de difusión), lo que equivale a más de medio millón de visitas diarias. A la espera de datos más recientes, nada indica que su presencia esté menguando. Más bien al contrario.
El País, por su parte, reportaba el pasado mes de mayo cifras superiores a los 14 millones de visitas (correspondientes al mes de enero) y 140 millones de páginas. Aunque no constan datos más recientes, fuentes de la empresa editora aseguran que "se superan de largo" el medio millón de visitas diarias, cifras que le permiten "liderar" el sector de la prensa digital tanto en lo que se refiere a datos de audiencia (número de personas que acceden a un sitio) como de difusión (media de páginas vistas por usuario).
Aunque ambos periódicos andan enzarzados en una guerra de cifras, lo que ha motivado esta pasada primavera una nota aclaratoria por parte de la OJD acerca de los mecanismos empleados para la medición de datos, así como traspasos multimillonarios entre ambas cabeceras, ninguno de los dos parece dispuesto a arrojar por la borda todo cuanto ha conseguido en la red. Ahí es poco fidelizar entre los dos a más de un millón de lectores diarios (aunque las cifras deberían matizarse: según el sistema de medición y el origen de una visita, los datos pueden ser acumulativos para una única persona de modo que, a lo largo del día puede acabar constando como más de un visitante).
Pero da igual. Demos por buenas las cifras o, si se quiere, fíltrenlas restándoles entre un razonable 15% a 30% a cada uno. Los índices continúan siendo altísimos con el beneficio que ello conlleva tanto a nivel de marca como de servicios prestados al usuario. Todo ello sin descontar el gran favor que nos hacen a todos favoreciendo una difusión puntual de la información.
Favor porque, hasta la fecha, servicios e información eran ofrecidos gratuitamente. El Mundo introdujo hace unos meses una "modesta" versión de pago que en nada ha perjudicado su presencia en la red. El contenido de pago, por ahora de 50 euros y el próximo año de 100, corresponde a la versión impresa del diario. Ahora le toca el turno a El País, aunque su propuesta va mucho más lejos.
Desde
Prisacom, la empresa que gestiona los contenidos del grupo Prisa, se ha decidido remodelar a fondo el sitio web de modo que la mayor parte de sus contenidos van a ser de pago. Tan sólo las actualizaciones informativas de última hora, al estilo de lo que ocurre con los boletines radiofónicos, por ejemplo, serán de libre acceso, como ya ocurre con las grandes agencias de información españolas,
EFE y
Europa Press.
EXPERIMENTO SOCIALLa apuesta de los dos rotativos se inscribe en un marco poco propicio. No en balde, la burbuja tecnológica que ha acompañado el despegue de los medios en la red presenta todos los síntomas de pinchazo. No obstante, el camino que emprenden no dista mucho del planteado por otros grandes medios como
Le Monde o
Financial Times, que presentan desde hace tiempo un acceso restringido y de pago a parte de sus contenidos.
En el caso del diario económico su justificación es obvia. Muchos de sus lectores emplean las informaciones del rotativo como "material de trabajo", de modo que la suscripción on-line no es más que una clave de acceso para un servicio que consideran esencial para su labor profesional. En este sentido, no se diferencia en exceso de buena parte de las publicaciones científicas de impacto que, como
Cell,
Nature o
Science, sólo facilitan al público general pequeños resúmenes de los trabajos que publican. Las versiones íntegras son de pago.
El caso del diario galo es, sin embargo, equivalente al de los dos medios españoles. Mantiene una versión "en abierto" para la actualización informativa, pero restringe el acceso cuando se quiere consultar su hemeroteca, dossieres informativos o trabajos en profundidad. La tendencia que marcan estos medios se corresponde con la que se va perfilando en el mundo, donde la gratuidad en la red perjudica los intereses de los editores y ello acaba redundando en una merma de calidad informativa en los productos on-line. En paralelo, todas las empresas editoras se han visto seriamente perjudicadas por unos ingresos publicitarios muy por debajo de lo esperado.
Los problemas que ahora deberán superar las versiones de pago son, en esencia, de dos tipos. Por una parte, habrá que observar el comportamiento del lector. Una oferta mixta que permita mantener el acceso a unas informaciones básicas que se combinan con el pago por servicios, sean informativos, documentales o de otro tipo, se apunta como la más lógica. Restringir en exceso la entrada de visitantes podría llevar a un efecto contrario al pretendido. Hace unos años, cuando todos los medios ofrecían sus contenidos íntegros en la red, sólo
The New York Times mantenía la opción de pago. El poco éxito de su propuesta le acabó obligando, pese al innegable prestigio de la cabecera, a abrir sus puertas al mundo. Habrá que ver si se repiten movimientos de este tipo o, por el contrario, el lector acepta pagar por ver.
Por otra parte, habrá que ver si la oferta de contenidos merece realmente la inversión del usuario, aunque ésta sea de tan sólo 80 euros anuales. El problema se divide aquí de nuevo en dos. Los contenidos en Internet se encuentran todavía en plena fase de definición. De hecho, según dice algún que otro gurú, en la red se habla y se muestran cosas porque existe. Pero no existe todavía porque nadie tuviera nada que contar a través de este soporte. Dicho de otro modo, la mayor parte de contenidos han surgido por trasposición de otros formatos y soportes y apenas han sido concebidos para la red. Ello implica que no existe todavía una industria de contenidos suficientemente madura en ningún sitio, aunque se apunten ya tendencias. En España, por no existir, lo que no hay apenas son empresas proveedoras ni mucho menos generadoras de contenido. Si las hay, están surgiendo precisamente al amparo de los grandes portales o de los grandes medios que, en esencia, se dedican a la experimentación social.
Y si no hay industria de contenidos, tampoco hay obreros del contenido. Es decir, el personal especializado que trabaja en Internet se ha ocupado muy mucho de resolver cuestiones tecnológicas o de ingeniería. Tanto, que casi existen más herramientas, algunas de ellas muy sofisticadas, que cosas para contar. El contenido en la red, sostienen algunos expertos, habrá que inventarlo, lo cual implica mucho de ensayo y de éxito y fracaso. Y también de formación en personal con una visión distinta de lo que hay que contar y cómo contarlo.
El problema se agrava, al menos en España, en las ediciones digitales de los periódicos, dotadas en su mayoría de técnicos capaces de resolver y proponer casi todo, así como de ingenieros y cabezas pensantes dispuestas a ofrecer una estructura lógica de contenidos aunque sean extraídos de sus hermanos en papel.
Pero el periodista, digital o no, brilla, mayoritariamente, por su ausencia. Éste se dedica a otro tipo de contenidos e interviene poco en la edición de productos digitales. Pocas empresas, por no decir ninguna, han hecho hasta la fecha el esfuerzo de invertir en su formación y se ha limitado a emplear mano de obra barata, sobre todo becarios en formación, o periodistas poco formados o con poca visión de lo digital que se limitaban a reeditar lo ya escrito por profesionales más bregados en papel. Este aspecto, mucho más importante de lo que aparenta, deberá corregirse en breve. Entre otras cosas porque uno puede disculpar una mala redacción o una información poco brillante si se la regalan. Pero no si debe pagar por ella. Y mucho menos si la oferta no está pensada por y para este medio y no está resuelta adecuadamente. A ello deberán aplicarse los pioneros del pay per view.