EL destino, como un cohete, vuela parabólicamente,
casi siempre atravesando las tinieblas y formando un arco iris.
Hubo una vez un pintor rojo como el fuego, Gaugin,
bohemio, y antes, en el pasado, agente de bolsa.
¡Para entrar principescamente al Louvre,
viniendo de Montmartre,
hizo
un viaje a través de Java y Sumatra!
Partió, olvidándose de la locura del dinero,
del cacareo de las mujeres, del bochorno de las academias.
Él superó
la ley de la gravitación.
Los maestros se carcajeaban detrás de sus jarros de cerveza:
<<La línea recta es más corta, la parábola más abrupta,
¿no es mejor, acaso, copiar los follajes del paraíso?>>
Pero él partió en un cohete rugiente
a través del viento que le arrancaba los faldones y las orejas.
¡Y al Louvre vino a dar no por la gran puerta,
sino en una parábola
que furiosa
atravesó el techo!
Cada quien va hacia su verdad, según su audacia,
el gusano por un hueco, el hombre por una parábola.
Vivía una muchachita en el piso vecino.
Habíamos estudiado y pasado juntos los exámenes.
¿Hacia dónde partí yo?
¡Y el diablo me llevó,
entre las pesadas y equívocas estrellas de Tbilisi!
Perdóname esta parábola idiota.
Un garfio glacial en una entrada sombría.
¡Oh, cómo crujías en el universo oscuro,
ligera y recta como la flecha de una antena!
¡Y yo vuelo y vuelo,
buscando posarme en tierra-
sobre tus señales heladas.
Qué difícil nos resulta esta parábola.!
¡Barriendo reglas, pronósticos, parágrafos,
el arte, el amor
y la historia toman vuelo
por una pista parabólica!
Los chanclos se oscurecen en la primavera siberiana.
. . . . . . . . . . . . .
¿Y acaso, después de todo, la línea recta es más corta?