Algo se mueve en el pantanoso mundo de los clónicos
Sin calendarios, sin prisas, con paso lento y con muchas idas y venidas. Así está avanzando por el momento todo cuanto afecta al uso de embriones humanos para investigación, a la clonación terapéutica y a la puesta a punto de líneas de células madre de origen embrionario. Pese a ello, todo parece ir en la dirección que un buen número de científicos en todo el mundo han venido reclamando a lo largo de estos últimos meses. El debate, claramente, está decidiéndose a su favor.
Los consensos, difíciles de alcanzar en este espinoso y a veces pantanoso terreno, se están alcanzando con una pasmosa rotundidad. Quien por ahora lleva la manija, recuperando parte del protagonismo que hace tan sólo unos meses acaparó la industria, es el gobierno británico, que ya ha concedido las dos primeras licencias oficiales para la investigación con células madre. Las dos primeras autorizaciones gubernamentales, de mano de la Autoridad para la Fertilización Humana y la Embriología, responsable en Gran Bretaña de la supervisión de las actividades de fertilización artificial, han sido concedidas al Centro para la Investigación del Genoma de Edimburgo y al Guy's Hospital de Londres. La restringida lista, según todos los indicios, va a ampliarse en las próximas semanas.
La noticia tiene mucha más trascendencia de lo que aparenta, y no tanto porque se trate de un país concreto el que se suma a la lista de los que permiten la investigación con células madre, sino porque es Gran Bretaña. En efecto, desde las islas se ha venido manteniendo una postura favorable al uso de embriones para investigación, aunque no haya sido hasta ahora que se haya ratificado públicamente desde instancias gubernamentales.
Durante largos meses, los lores británicos han lidiado literalmente con grupos opositores y han alcanzado una postura favorable tras situar en la balanza los intereses públicos, de una parte, el innegable interés científico, de la otra, y la voluntad de liderazgo internacional justo en el fiel.
En realidad, esa es la cuestión. Estados Unidos, a través de un decreto promulgado por su presidente, George W. Bush, se autoexcluyó de la lista el pasado mes de agosto al limitar la financiación pública a la investigación de 64 líneas celulares, algunas de ellas claramente inviables por su origen mixto (las líneas que proceden de líneas celulares experimentales animales) y al prohibir cualquier intento de clonación de embriones, incluida la terapéutica.
De este modo, dejaba el campo libre a las potentes empresas biotecnológicas del sector, cuyos intereses y prácticas rozan en estos momentos lo ética y científicamente permisible, y cedía la iniciativa a aquellos países que se están demostrando más activos en este terreno. Israel, Australia y Suecia, forman parte de la lista, pero también India y Corea.
Europa, atrapada como casi siempre en debates de salón, se ha quedado al margen hasta ahora de un posicionamiento claro en uno u otro sentido. Jamás ha dicho ni si ni no, sino todo lo contrario: al tiempo que aducía que sus leyes impiden la investigación, la ha permitido siempre y cuando las células madre procedieran de allende sus territorios. El resultado es lo más parecido a la hipocresía científica.
Gran Bretaña, por el contrario, ha decidido entrar claramente al trapo. Su decisión, equivocada o no desde un punto de vista ético, supone retomar el liderazgo en un campo de gran proyección futura y, al mismo tiempo, aleja el fantasma de intereses comerciales poco claros. Del mismo modo, sienta un valioso precedente, por cuanto no sólo se autoriza la investigación en células madre obtenidas a partir de embriones sobrantes de fertilización artificial, sino que abre la puerta a la clonación de embriones siempre y cuando su uso quede restringido a la investigación de enfermedades "hoy incurables".
Mientras todo eso ocurre en Gran Bretaña, España se mantiene en una posición inicialmente ambigua pero que corre el riesgo de radicalizarse, con el riesgo que ello supone para la pérdida de valiosos matices. El debate, como debiera, no acaba de entrar en el Parlamento por la oposición del PP, donde ni se quiere oir hablar del tema. El PSOE ha presentado ya varias propuestas y en la calle el debate brilla por su ausencia.
Así las cosas, la indefinición española, que no prohibe pero que tampoco admite discusión ni posición oficial alguna, no sólo dificulta la labor de los científicos españoles, que no saben a qué atenerse, sino que parece que también está poniendo palos a las ruedas de la Europa de los Quince. Según todos los indicios, la aprobación del VI Programa Marco de la UE, en el que se preven importantes acciones en biotecnología, está sufriendo retrasos por la poco clara postura española. Si no hay variaciones en este tema, como ya ha señalado algún alto cargo europeo, difícilmente va a aprobarse durante la presidencia española de turno.