Este año, el Nobel de Economía ha sido otorgado a dos profesores norteamericanos, William Nordhaus, por ayudarnos a entender mejor cómo funciona el proceso de crecimiento económico, tanto en lo que respecta a sus causas principales (la innovación - Romer) como a los límites impuestos por la naturaleza (el cambio climático - Nordhaus).
La importancia de su contribución radica en que, hasta que ellos lo plantearon, tanto el conocimiento (o la innovación) como el cambio climático se consideraban exógenos al proceso de crecimiento económico. Por decirlo de forma gráfica, no aparecían en el famoso "flujo circular de la renta" que está en la base de los modelos macroeconómicos. Por supuesto, no es que no se hubieran identificado los efectos sobre la economía, pero seguían considerándose "externalidades", esto es, beneficios (en el caso de la innovación) o costes (en el caso del cambio climático o la contaminación) que no eran tenidos en cuenta por los agentes económicos en sus procesos de decisión (ni por los modelos económicos). El origen de esta externalidad es que, en esencia, tanto el conocimiento como el clima son bienes llamados "públicos": no rivales (el que uno los disfrute no afecta al disfrute de los demás), y no excluibles (todos se benefician, o se ven afectados por, ellos). La consecuencia, que en ausencia de intervención gubernamental (o de algún tipo de acuerdo social) no pueden ser gestionados de forma adecuada: se producirá demasiado poco conocimiento, y demasiada contaminación.
El mérito de Romer y Nordhaus fue incorporar estas externalidades de forma coherente al modelo estándar de crecimiento económico (básicamente, el modelo de Solow, precisamente supervisor de la tesis doctoral de Nordhaus en el MIT, curiosamente en el tema por el que ha sido premiado Romer, el progreso tecnológico endógeno). Con esta incorporación no sólo mejoraban nuestra capacidad de explicar el crecimiento económico y de orientarlo en la dirección adecuada, sino que además hacían más visibles para los economistas y para la sociedad la importancia central de estos dos elementos, algo a lo que estoy seguro que contribuirá aún más la concesión del Nobel.
El premio Nobel de Economía de este año subraya de nuevo la importancia de la innovación, y de los límites impuestos por el cambio climático, en el crecimiento económico
Romer fue el primero en modelar satisfactoriamente el proceso de innovación tecnológica, representando tanto las decisiones de los innovadores en función de las condiciones de la economía, como los efectos beneficiosos de la innovación para el crecimiento económico. Así, fue el precursor de lo que se ha llamado posteriormente la teoría del crecimiento endógeno. El supuesto clave de Romer fue que los innovadores podían (mediante, por ejemplo, una patente) convertir sus ideas en "excluibles", de forma que pudieran venderlas (algo que no se puede hacer con los bienes no excluibles) y recuperar los costes de su inversión. Alternativamente, también el gobierno podía estimular la innovación mediante subsidios. De esta forma, Romer nos permite incorporar el conocimiento, y sobre todo, cómo promoverlo, como una variable endógena más del crecimiento económico. Y esto no es baladí, porque es precisamente la innovación la que permite (en ausencia de mayor disponibilidad de otros recursos) mantener el crecimiento económico a largo plazo. Hasta que Romer no planteó esta ampliación del modelo, todos los supuestos de crecimiento a largo plazo eran eso, supuestos. Gracias a él, ya contamos con las herramientas necesarias para decidir qué recursos y estrategias dedicar a la creación de conocimiento, y saber qué influencia tendrá esto en el crecimiento económico a largo plazo. En estos tiempos en que, según algunos como Gordon, el progreso tecnológico parece haberse aminorado, y que la amenaza del estancamiento económico sigue viva, este premio a Romer, aunque sea por ideas formuladas en los 90, es un estupendo acicate para continuar trabajando en este tema, como hacen grandes economistas como Acemoglu, Aghion, o el español Diego Comín, para encontrar vías para incentivar la innovación y el desarrollo asociado.
De hecho, y es otro elemento más de conexión entre los dos premiados, la innovación tecnológica también es un elemento fundamental para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero esta innovación nunca se producirá si no se tiene en cuenta el coste del cambio climático (y por tanto, los beneficios de la reducción de emisiones). Nordhaus fue pionero en integrar la variable climática, los costes del cambio climático, dentro del modelo de crecimiento económico (en lo que se conoce como modelos de evaluación integrada), permitiendo de esta forma entender cómo evolucionan conjuntamente la economía y el clima (la economía produce emisiones de gases de efecto invernadero, que modifican nuestro clima, y a su vez, causan daños sobre nuestras economías). De hecho, Nordhaus hizo algo que se venía demandando desde hacía mucho tiempo (quizá con más fuerza desde el famoso informe sobre los límites del crecimiento del Club de Roma): incluir en los modelos de crecimiento económico los límites impuestos por los recursos naturales (en este caso ejemplificados en el clima). Sus modelos RICE y DICE, disponibles además de forma gratuita en su página web, permiten determinar las sendas de crecimiento económico compatibles con el respeto a los límites impuestos por la naturaleza, o, alternativamente, establecer los patrones de contaminación compatibles con ellos. Aunque estos modelos no cuentan con desarrollo tecnológico endógeno, ya contamos con otros modelos como el WITCH, o el desarrollado por Acemoglu, Aghion, Bursztyn y Hemous, que sí lo hacen, combinando de esta forma las dos ideas premiadas.
En el caso del modelo de Nordhaus, sin embargo, hay algunas complejidades adicionales, dada la naturaleza del problema. El cambio climático es un fenómeno de largo plazo (la mayoría de los daños causados por las emisiones actuales se producirán a lo largo de decenas de años), y además con efectos distintos según la zona geográfica. Esto hace que aún existan varios aspectos aún en discusión respecto a su modelo: fundamentalmente, la elección del descuento que se debe aplicar a los beneficios futuros, la consideración de eventos extremos no lineales (los famosos "tipping points"), y los aspectos éticos debidos a que quienes sufren más
Ambos premios nos recuerdan también la importancia de la cooperación, tanto para la innovación tecnológica como para la lucha contra el cambio climático, y la importancia de contar con las instituciones apropiadas. En este sentido, también me parece oportuno mencionar dos contribuciones adicionales en esta dirección de cada uno de los premiados. En el caso de Romer, su propuesta de "charter cities", o "ciudades concertadas", esto es, ciudades situadas en un país (generalmente en desarrollo) pero sujetas a las reglas e instituciones de un país desarrollado. Para Romer esto es una forma muy interesante de contribuir, mediante el ejemplo y la difusión de ideas, al desarrollo institucional de los países en desarrollo. Por su parte, Nordhaus, consciente de la naturaleza global del problema del cambio climático, ha planteado recientemente la creación de "clubes del clima", en los que grupos de países emisores acordarían reglas comunes para luchar contra el cambio climático, de forma que no se generaran distorsiones comerciales entre ellos.
Como decía al principio, el premio Nobel de Economía de este año subraya de nuevo la importancia de la innovación, y de los límites impuestos por el cambio climático, en el crecimiento económico. Creo que son dos pasos muy importantes en esa evolución que necesitamos hacer hacia un modelo económico sostenible, en el que se valore de forma adecuada el bienestar humano en todas sus facetas, y la integración correcta de nuestra sociedad en la naturaleza.