Giordano Bruno y los infinitos mundos

En el Valhalla de los héroes de la ciencia se encuentra, en un lugar ciertamente especial, Giordano Bruno. Es uno de sus llamados “mártires”, ya que pagó con su vida la osadía con la que interpretó la realidad, oponiéndose a una ortodoxia coercitiva y, finalmente, violenta. Entre sus frases más célebres se encuentran las siguiente afirmaciones:

Y semejante espacio lo llamamos infinito, porque no hay razón, capacidad, posibilidad, sentido o naturaleza que deba limitarlo. En él existen infinitos mundos semejantes a éste y no diferentes de éste en su género, porque no hay razón ni defecto de capacidad natural (me refiero tanto a la potencia pasiva como a la activa) por la cual, así como en este espacio que nos rodea existen, no existan igualmente en todo el otro espacio que por su naturaleza no es diferente ni diverso de éste.[1], Giordano Bruno.

«Existen, pues, innumerables soles; existen infinitas tierras que giran igualmente en torno a dichos soles, del mismo modo que vemos a estos siete (planetas) girar en torno a este sol que está cerca de nosotros.[2], Giordano Bruno.

Ambas pertenecen a la obra “De L’Infinito Universo E Mondi”, de 1584. La primera corresponde al diálogo quinto, mientras la segunda pertenece al tercero.

Es curioso que dos de mis estudiantes de doctorado, Patricia Cruz y Jorge Lillo Box, separados por varios miles de kilómetros y en la fase final de la escritura de sus respectivas tesis, hayan decidido incluir estas frase, muy similares, al comienzo de las mismas, sin tener conocimiento de la intención del otro. La voz de Giordano Bruno, verdaderamente, sigue resonando. Pero, ¿quién era él?

Bruno vivió durante la segunda parte del sigo XVI, de 1548 hasta 1600. Nació pues cinco años después de la publicación por parte de Nicolás Copérnico de “De revolutionibus”, en donde exponía su teoría heliocéntrica, en la que por primera vez después de casi 2000 años se desplazaba a la Tierra de su posición central. Se conoce una experiencia que le marcaría con una corta edad: una excursión al Vesubio, el imponente volcán que domina la bahía de Nápoles. Al ver cambiar el horizonte según ascendía, se percató que los sentidos nos pueden engañar, tal vez facilitando que posteriormente adoptase posiciones neoplatónicas. En cualquier caso, por sus tratados y las problemáticas a las que se enfrentó, se le ha llamado el filósofo de la astronomía.

Perteneciente a la orden religiosa de los dominicos, sus referencias intelectuales fueron Raimundo Lulio o Ramon Llull y Tomás de Aquino, quien vivió en el mismo monasterio en donde Bruno pasó su noviciado. En el convento probablemente nunca se sintiera cómodo debido a la rutina y a la disciplina,  y es incluso posible que se acercase o que incluso se convirtiera al protestantismo en algún momento de su vida.  Contrariamente a Copérnico, que retrasó la publicación de su teoría casi 40 años, tal vez temiendo la reacción de la intelectualidad o de la Inquisición, Bruno llegó con su imaginación donde el polaco no soñó alcanzar, convirtiéndose en un peregrino que vagaría por numerosos países europeos, tal vez buscando acomodo.

Así, abandonó su Nápoles natal para pasar a Roma,  aunque no permanecería mucho tiempo allí.. En los países protestantes  se percataría que también era un personaje incómodo y reconocería que la intolerancia era la señal de los tiempos (Ginebra, dominada por Calvino, por donde pasó, fue un claro ejemplo), incluso en las tierras en las que la reforma religioso había facilitado, hasta cierto punto, la especulación y la educación. Tras pasar por Francia, llevaría a Inglaterra el heliocentrismo copernicano, llegando a realizar una célebre justa verbal en la universidad de Oxford en 1584. Victoria pírrica, ya que no consiguió ningún converso hacia sus posiciones teológicas o intelectuales

Terminaría por volver a la península italiana, después de fracasar en su búsqueda de una posición permanente en los estados  germánicos y la protección de alguno de sus príncipes. Y lo que iba a ser una estancia temporal para imprimir sus obras terminaría con nueve años de cárcel, un juicio y la hoguera.

Heterodoxo siempre, terminaría entrando en conflicto con la Signoria veneciana, a la que sería denunciado por un seguidor celoso, Giovanni Mocenigo. A pesar de sus interpretaciones de las escrituras cristianas, en la acusación apenas hubo cabida para la teología y entre las numerosas acusaciones destaca, entre otras, su teoría de universo ilimitado y la infinitud de mundos.

Bruno, como Galileo Galilei, abjuró ante la presión del proceso. Sin embargo, volvería a defender sus posiciones iniciales incluso ante la posibilidad de tortura. Y, como en el caso de Galileo en 1616, detrás del juicio y como examinador de sus creencias, se encontró Roberto Belarmino.   Este cardenal jesuita sería el responsable que se condenase la teoría de la movilidad de la Tierra alrededor del Sol y se prohibiese al pisano su difusión salvo como hipótesis matemática. Como responsable fue de la suerte de Bruno.

Trasladado a Roma, sería condenado y “relajado” a la autoridad civil (esto es, cedido para su ejecución). Ardió en la pira el 17 de febrero del último año del siglo XV.

Aunque no fue un científico propiamente dicho, su visión fue realmente inspiradora y su fama tuvo un reconocimiento pan-europeo. A pesar de la ejecución pública de Giordano Bruno, Galileo, que nunca fue un héroe y dudó al comienzo de su carrera de exponerse públicamente (y así se lo comunicaría a Johannes Kepler en un de las escasas misivas que le envió), terminaría por impulsar la teoría heliocéntrica después de realizar descubrimientos extraordinarios al usar por primera vez el telescopio para fines astronómicos a partir de 1609. Afortunadamente para él, aunque sería condenado por sus posiciones intelectuales y por la reinterpretación teológica basada en la ciencia en un juicio plagado de fraudes, esquivo la pena máxima y quedó confinado bajo arresto domiciliario en 1633. En cualquier caso la caja de Pandora ya estaba abierta: la revolución científica se había iniciado.

El final de Giordano Bruno contrasta con el de su antecedente más inmediato: Nicolás de Cusa, que vivió en el siglo XV.  Entre sus múltiples capacidades, destacó por su concepción cosmológica: no solo la Tierra  rotaría alrededor de su propio eje (“ad centrum mundi moveri”), sino que es posible que en algún momento especulase con que también orbitase alrededor del Sol. Además, las estrellas serían soles que tendrían sus propios planetas, y estos se encontrarían habitados.  Y estrellas, Sol y Terra contendrían los mismos elementos, una idea muy innovadora, pero mezclados en diferentes proporciones. Verdaderamente clarividente. Sin embargo nunca sería acusado de herético. En verdad, a mediados del siglo XVI hubo un cambio completo de la actitud de la jerarquía eclesiástica,  impulsado por la contrarreforma que se opuso al movimiento protestante, en el que se rechazó la tolerancia intelectual promulgada por el Humanismo.

El movimiento de la Tierra sería demostrado por James Bradley en 1729, mediante un fenómeno conocido como aberración de la luz, debido a la combinación de la velocidad de la Tierra con la velocidad finita de la luz.

De hecho, no serían Giordano Bruno y Nicolás de Cusa los primeros con especular sobre esta posibilidad. Desde Anaximandro de Mileto, un erudito presocrático que vivió aproximadamente entre los años 610 y 547 antes de la era común, han sido bastantes intelectuales los que han sabido escaparse del la convención aceptada, del antropocentrismo explícito o más sutil en la interpretación del cosmos y de nuestra posición en él. Sea como sea, Giordano Bruno ha quedado en la memoria colectiva como un intelectual que fue capaz de defender sus creencias incluso pagando la pena máxima por ellas. Sin ser necesario llegar hasta ese punto, no deja de ser un ejemplo de coherencia.

David Barrado Navascués

CAB, INTA-CSIC
Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC, Madrid)

@David_Barrado

 

Más información en:

Version OpenMind (20150723, español)

Version OpenMind (20150723, English): Giordano Bruno: the Philosopher of Astronomy

Miguel de Cervantes, Galileo Galilei y Simon Marius: sobre el nombre de los satélites de Júpiter

La guerra de los mundos: Galileo y la jerarquía

La inmovilidad de la Tierra, la condena de las teorías de Copérnico y las tribulaciones de Galileo

Tycho Brahe: estrellas y hombres nuevos

 “De L’Infinito Universo E Mondi, Giordano Bruno, “Dialoghi italiani I, Dialoghi metafisici Nuovamente ristampati con le note di Giovanni Gentile”, Terza edizione a cura di Giovanni Aquilecchia,  Sansoni – Firenze, Seconda ristampa 1985. Edición electronica del 31 de octubre de 2006.

Giordano Bruno, “Sobre el infinito universo y los mundos”, traducción del italiano, prólogo y notas de Ángel J. Cappelletti. Aguilar, biblioteca de iniciación filosófica,  primera edición 1972, segunda edición 1981.

Alois Riehl, “Giordano Bruno. In memoriam 17 February 1600”, T.N. Foulis editores, 1905.


[1] En el original en italiano: “Cotal spacio lo diciamo infinito, perché non è raggione, convenienza, possibilità, senso o natura che debba finirlo:in esso sono infiniti mondi simili a questo, e non differenti in geno da questo; perché non è raggione né difetto di facultà naturale, dico tanto potenza passiva quanto attiva, per la quale, come in questo spacio circa noi ne sono, medesimamente non ne sieno in tutto l’altro spacio che di natura non è differente ed altro da questo”.

[2] En el original enitaliano: Sono dunque soli innumerabili, sono terre infinite, che similmente circuiscono quei soli; come veggiamo questi sette circuire questo sole a noi vicino.”


 

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